miércoles, 26 de abril de 2023

La diferencia entre mostrar y decir

Mostrar vs. decir

La siguiente información es extraída de la página del portal Piensa Rie, Escribe, de la escritora Galu (Olga Lucía Jaramillo), que a su vez, da créditos al portal Ciudad Seva del escritor LUIS LÓPEZ NIEVES 


1.      "Mostrar" versus "decir":

Para un escritor es fundamental comprender la diferencia entre “mostrar” o “decir”. Al “mostrar” estamos dándole al lector la oportunidad de “ver” o presenciar una escena en directo, casi como si estuviera presente. Al solamente “decir”, no se logra jamás el mismo efecto. Veamos unos ejemplos:

Un autor podría escribir:

El dentista le sacó una muela a Miguel. Fue muy doloroso. Excesivamente desgarrador. Sufrió en exceso. Oh, qué experiencia penosa.



Leemos estas cinco oraciones y qué sucede. ¿Sentimos dolor? ¿En realidad nos comunica la experiencia de Miguel? Podemos añadir un adjetivo detrás de otro, podemos repetir cien veces que Miguel sintió dolor. Pero el lector no siente nada porque la acción está “dicha”, no ha sido “mostrada”.

Cuando contamos, no podemos exigirle al lector que crea y sienta simplemente por fe o por repetición. No bastan dos palabras: “sintió dolor”. Es necesario contar una escena en la que, por medio de nuestro dominio del arte de narrar, “mostremos” lo que deseamos que el lector “vea” y sienta.

Veamos cómo “muestran” dos maestros. El primer ejemplo consiste de fragmentos del cuento “Cirugía“, del ruso Anton Chejov.

Un sacristán con dolor de muela ha ido a un dentista:…

(…) -Padre nuestro… Virgen Santísima… Ay…

-Así no… así no… ¿A ver? ¡No me agarre! ¡Suélteme! -hala-. Ahora… Así, así… La cosa no es tan fácil…

-¡Santo padre! ¡Santa madre!… -grita-. ¡Ángeles del cielo! ¡Ay, ay! ¡Pero hala ya, tira! ¿Te vas a pasar cinco años para arrancármela?

-Esto de la cirugía… De un golpe no es posible… Ahora, ahora…

Vonmiglásov levanta las rodillas hasta la altura de los codos, mueve los dedos, los ojos se le desorbitan, respira fatigosamente… Su cara, congestionada, se cubre de sudor, los ojos se le llenan de lágrimas. Kuriatin resopla, se mueve ante el sacristán y sigue tirando… Transcurre medio minuto horroroso y los fórceps se escurren de la muela. El sacristán se pone en pie de un salto y se mete los dedos en la boca. La muela sigue en su sitio

(…)

-No veo nada… Espera a que recobre el aliento… ¡Oh!

(…)

Vonmiglásov permanece unos instantes inmóvil, como si hubiera perdido el conocimiento. Está aturdido… Sus ojos miran estúpidamente al espacio y su pálida cara está bañada en sudor.

-Si hubiera usado el pie de cabra… -balbucea el practicante-. ¡Buena la hemos hecho!

Volviendo en sí, el sacristán se mete los dedos en la boca y en el sitio de la muela enferma encuentra dos salientes.

En esta escena de Chejov, no “dicha” sino “mostrada”, el lector puede sentir el dolor del sacristán a quien le están tratando de extraer una muela. Algunos lectores, incluso, me han dicho que les sudan las manos al leer este cuento completo. El narrador no necesita decir “le dolió”, mucho menos necesita decir “le dolió mucho”. De hecho, noten que en ningún momento dice que al paciente le dolió. No es necesario decirlo porque lo estamos “viendo”. Somos testigos.



Veamos ahora un fragmento del cuento “Un día de estos” de Gabriel García Márquez. Un alcalde visita a un dentista:


Cuando sintió que el dentista se acercaba, el alcalde afirmó los talones y abrió la boca.

Don Aurelio Escovar le movió la cara hacia la luz. Después de observar la muela dañada, ajustó la mandíbula con una cautelosa presión de los dedos.

-Tiene que ser sin anestesia -dijo.

-¿Por qué?

-Porque tiene un absceso.

El alcalde lo miró en los ojos.

-Está bien -dijo, y trató de sonreír. El dentista no le correspondió. Llevó a la mesa de trabajo la cacerola con los instrumentos hervidos y los sacó del agua con unas pinzas frías, todavía sin apresurarse. Después rodó la escupidera con la punta del zapato y fue a lavarse las manos en el aguamanil. Hizo todo sin mirar al alcalde. Pero el alcalde no lo perdió de vista.

Era una cordal inferior. El dentista abrió las piernas y apretó la muela con el gatillo caliente. El alcalde se aferró a las barras de la silla, descargó toda su fuerza en los pies y sintió un vacío helado en los riñones, pero no soltó un suspiro. El dentista solo movió la muñeca. Sin rencor, más bien con una amarga ternura, dijo:

-Aquí nos paga veinte muertos, teniente.

El alcalde sintió un crujido de huesos en la mandíbula y sus ojos se llenaron de lágrimas. Pero no suspiró hasta que no sintió salir la muela. Entonces la vio a través de las lágrimas. Le pareció tan extraña a su dolor, que no pudo entender la tortura de sus cinco noches anteriores. Inclinado sobre la escupidera, sudoroso, jadeante, se desabotonó la guerrera y buscó a tientas el pañuelo en el bolsillo del pantalón. El dentista le dio un trapo limpio.

-Séquese las lágrimas -dijo.

El alcalde lo hizo. Estaba temblando. Mientras el dentista se lavaba las manos, vio el cielorraso desfondado y una telaraña polvorienta con huevos de araña e insectos muertos. El dentista regresó secándose las manos. “Acuéstese -dijo- y haga buches de agua de sal.” El alcalde se puso de pie, se despidió con un displicente saludo militar, y se dirigió a la puerta estirando las piernas, sin abotonarse la guerrera.


Como Chejov, García Márquez no necesita “decir” que su personaje siente un dolor inmenso. Por medio de las reacciones del personaje nos lo “muestra”. Nuevamente, somos testigos.

De hecho, un buen “truco” para confirmar que has “mostrado” bien es asegurarte de no usar ninguna palabra (ni sinónimo) que comunique directamente lo que deseas “mostrar”. Es decir, si quieres mostrar “dolor”, nunca usar la palabra “dolor”, sino “mostrarlo”. Asimismo, si quieres “mostrar” amor (romántico o familiar), odio, ira, aburrimiento o algo tan sencillo como un personaje que tiene miedo, para “mostrarlo” es mejor narrar acciones del personaje que le permitan al lector descubrir que el personaje tiene miedo, sin decirlo.


*


Bueno, ya conocemos la diferencia entre “mostrar” y “decir”. Ahora hagamos una pregunta sencilla: cuando vamos a narrar, ¿es preferible “mostrar” o “decir”? La respuesta es evidente: es mejor “mostrar”.

Entonces, ya que “mostrar” es mejor que “decir”, ¿para qué “decir”? ¿Debemos contar todo por medio de la técnica de “mostrar” y olvidarnos por completo de “decir”? No.

Para cada técnica hay un momento. La respuesta breve es la siguiente: usamos “mostrar” para momentos importantes de nuestra narración, para escenas fundamentales; por ejemplo, para la escena climática.

Un cuento (o novela) consiste de una sucesión de escenas. Veamos un cuento que consiste de siete escenas:

1. Un zapatero está en su lugar de trabajo.

2. Llega un amigo y le dice al zapatero que su esposa ha sido golpeada por un auto en la calle Central esquina calle Parque.

3. El zapatero llega hasta al lugar del accidente en su automóvil.

4. Estaciona su auto, se abre camino entre el público que observa el accidente, la policía no le permite acercarse a su esposa, convence a los policías y le permiten que llegue hasta su esposa, a quien le toma la mano.

5. Los paramédicos la suben a la ambulancia y le dicen al zapatero que no puede ir con ellos.

6. El zapatero busca su auto, se abre camino entre el tráfico, llega al hospital, se estaciona y entra al hospital.

7. Llega justo a tiempo para que su esposa, tras besarlo en la boca y decirle que lo amará para siempre, se muera en sus brazos.

¿Hay que “mostrar” las siete escenas?


En este caso, probablemente baste con mostrar la segunda, cuarta, quinta y séptima escena.

1. No hay que usar una escena para “mostrar” que es zapatero, porque eso se verá en la segunda escena, cuando el amigo llegue al lugar de trabajo.

2. Sería bueno “mostrar” la segunda escena porque nos da la oportunidad de conocer la reacción del zapatero ante la noticia. De una vez vemos cuál es su oficio, dónde trabaja, en qué condiciones trabaja, etc.

3. No es necesario “mostrar” cómo llegó a la escena del accidente. Basta con “decirlo”.

4. Quizás se quiera “mostrar” en detalle, en la cuarta escena, las dificultades que tuvo para llegar hasta su esposa.

5. Quizás se quiera “mostrar” la quinta escena para que los lectores vean la reacción del zapatero cuando le dicen que no puede subir a la ambulancia.

6. No es necesario “mostrar” cómo llegó al hospital.

7. Sería obligatorio “mostrar” la escena climática, para escuchar las últimas palabras de la esposa y “ver” su muerte y la reacción del zapatero.


Es importante entender que todo lo dicho por mí en los siete párrafos anteriores es meramente una versión de cómo se podrían escribir estas escenas. El arte de narrar es muy complejo. Cada “historia” puede contarse de millones de maneras diferentes.

Quizás, para la versión del escritor X, sea importante “mostrar” la primera escena. Podría desear “mostrar” en detalle cómo es el trabajo del zapatero, cómo es su personalidad, cómo se lleva con sus compañeros de trabajo y con los clientes, antes de que el amigo llegue con la mala noticia. En ese caso, se le podrían dedicar muchas páginas a la primera escena, que para fines de mi ejemplo dije que bastaba con “decirla” o incluso obviarla por completo.

Otro escritor podría optar por “mostrar” en detalle la tercera escena. Contar que el zapatero está tan nervioso que apenas puede encender su auto. Le sudan las manos. Llora. Está tan distraído y nervioso que por poco choca el carro. Al llegar, antes de bajar del auto, apoya la cabeza contra el guía y llora nuevamente. Al salir, se cae de rodillas, besa la tierra y le ruega al cielo que proteja a su esposa. Etcétera.

Otro escritor podría usar esta misma tercera escena, que yo descarté, para mostrar que el marido va en el carro fumando y feliz. Sonríe. De vez en cuando suelta una carcajada. Escucha reguetón en la radio. Y llama a una mujer con su celular y le dice: “Mi amor, estamos de suerte, creo que pronto seré viudo. ¡Hay que celebrar!”

Este mismo escritor podría entender que basta con “decir” la cuarta escena porque ya no es importante. En vez de mostrar toda la situación, le bastará con decir: “Se abrió camino entre el público y convenció a los policías para que lo dejaran llegar hasta su esposa, a quien le cogió la mano”.

En resumen, es más efectivo “mostrar”. Es un defecto que un cuento (o novela) esté todo “dicho”. Más que una narración, vendría siendo casi un resumen, porque el lector apenas podrá “ver” (o sentir) la acción y los detalles de la historia.

Como regla básica, por tanto, las escenas más importantes de un cuento o novela deben “mostrarse”, aunque todo dependerá del objetivo final del autor.

miércoles, 19 de abril de 2023

Salomón y Azrael

 SALOMÓN Y AZRAEL[1]


Yalal ad-Din Muhammad -

Rumi (1207-1273)

Un hombre vino muy temprano a presentarse en el palacio del profeta Salomón, con el rostro pálido y los labios descoloridos.

Salomón le preguntó:

—¿Por qué estás en ese estado?

Y el hombre le respondió:

—Azrael, el ángel de la muerte me ha dirigido una mirada impresionante, llena de cólera. ¡Manda al viento, por favor te lo suplico, que me lleve a la India para poner a salvo mi cuerpo y mi alma!

Salomón mandó, pues, al viento que hiciera lo que pedía el hombre. Y, al día siguiente, el profeta preguntó a Azrael:

—¿Por qué has echado una mirada tan inquietante a ese hombre, que es un fiel? Le has causado tanto miedo que ha abandonado su patria.

Azrael respondió:

—Ha interpretado mal mi mirada. No lo miré con cólera, sino con asombro. Dios, en efecto, me había ordenado que fuese a tomar su vida en la India, y me dije: ¿Cómo podría, a menos que tuviese alas, trasladarse a la India?

FIN




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El anterior cuento fue leído y analizado en una de las sesiones del taller de Crea-Acción literaria y se propuso el siguiente ejercicio: 


Responder.

·         ¿Qué sucede en el cuento?

·         ¿Quién es el narrador?

·         ¿Cuántos los personajes hay? ¿Cuáles?

·         ¿Cuántas acciones narrativas hay en el cuento?

·         ¿A quién le ocurre la historia? 

·         ¿Dónde ocurre el cuento?

·         ¿Cuándo ocurre la historia?

·         ¿Cuánto tiempo transcurre en la historia


Como puede verse, en muchos de los cuentos, cuando están bien escritos, el autor imprime algunas claves que no se dicen, pero se muestran.  Por ejemplo, no es necesario establecer la época o el lugar, pero se manipula la mente del lector para que se haga una idea de lo que el escritor quiere. 


Adicionalmente, esta historia tiene muchas versiones.  Conozco al menos 17 de ellas.  A continuación, comparto dos: 

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EL GESTO DE LA MUERTE[2]

Jean Cocteau (1889-1963)

Un joven jardinero persa dice a su príncipe:

—¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán.

El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:

—Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?

—No fue un gesto de amenaza —le responde— sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.

FIN

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LA MUERTE EN SAMARRA[3]

Gabriel García Márquez (1927-2014)

El criado llega aterrorizado a casa de su amo.

—Señor —dice—, he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho una señal de amenaza.

El amo le da un caballo y dinero, y le dice:

—Huye a Samarra.

El criado huye. Esa tarde, temprano, el señor se encuentra a la Muerte en el mercado.

—Esta mañana le hiciste a mi criado una señal de amenaza —dice.

—No era de amenaza —responde la Muerte—, sino de sorpresa. Porque lo veía ahí, tan lejos de Samarra, y esta misma tarde tengo que recogerlo allá.

FIN



[1] Rumi. Coplas espirituales. Siglo XIII

[2] Jean Cocteau. La gran separacion.  1923

[3] Gabriel García Marquez.  Cómo se cuenta un cuento.  1995

miércoles, 12 de abril de 2023

“Respirar era prácticamente lo único normal que había en nuestras vidas” (239)

Apuntes sobre Estrellas bajo los pies (2014) de David Barclay Moore


Me recomendaron leer Estrellas bajo los pies, la ópera prima de David Barclay Moore que ya alcanzó una adaptación al cine; aunque no he tenido la oportunidad de verla.

La empecé a leer con mucha ilusión, pues es la única manera que conozco de hacerlo. Siempre leo pensando que voy a encontrar, ¡por fin!, una obra que estaba esperando por mí; o algo así, la verdad es que siempre exagero.

Esta novela juvenil está narrada en primera persona. Tiene treinta y siete capítulos cortos, de párrafos rápidos. Es casi cinematográfica, sin ornamentos y con pocas reflexiones. Una obra dueña de algunas imágenes memorables; por ejemplo, la escena en la que los protagonistas lanzan al río oscuro un arma de fuego, como si lanzaran todo el peso que sus corazones, hasta ese momento, podían soportar.

Sin embargo, debo confesar que por momentos me distrajeron los modismos. Leí una traducción, ¡a la colombiana!, de una obra escrita originalmente en inglés. No sé qué otros riesgos tomó la traducción, pero por momentos me dio la impresión de que se trata, además, de una edición “suavizada”. Sólo es una impresión.

Continué con la lectura por la historia de su protagonista, Lolly, un niño de doce años que se ve obligado a crecer rápidamente. Debe convertirse, pronto, en un adulto. Miren, él vive en Harlem, en una isla dentro de una isla; así describe a su barrio. Está acorralado por las pandillas y los matones, y día a día recuerda con tristeza y amargura a su hermano, recientemente asesinado. Por lo anterior ha decidido que nunca más volverá a ser feliz. Solo intenta sobrevivir, reponerse al duelo, ¡pero siente culpa! Cree, en su interior, que él también le falló a su hermano y que su falta permitió aquel crimen que le ha partido la vida en dos.

Por suerte, Lolly inventa mundos gracias a las piezas de Lego. Construir aquellos mundos lo distrae de la realidad y también lo cura y le permite reponerse de las penas, de la soledad, de la tristeza y de la culpa.

Esta novela también cuenta la historia de otros adolescentes que no saben si llegarán a ser adultos. Sus ojos ven en todos a un enemigo o a un obstáculo para sobrevivir. Estos jóvenes vagan por una ciudad que se los traga enteros. Ya saben demasiado sobre el suicidio, e incluso han tenido que presenciar suficientes venganzas y asesinatos. Parece ser la historia de los jóvenes a los que la educación les mintió; aunque no así algunos de sus profesores...

Al final de la obra, Lolly aprenderá que a veces es más fácil derribar algo hermoso, que construirlo; de la misma manera en que aprenderá que seguir adelante con su vida no significa olvidar a sus seres queridos, ni mucho menos traicionarlos. Pero sobre todo, aprenderá que la vida no tiene planos, ni instrucciones.

Es cierto que esta es una novela sobre los marginados y las víctimas de la intolerancia étnica y sexual. Una novela en la que, incluso, un regalo puede provocar una tragedia. Sin embargo, al final de sus páginas me queda la impresión de que es una novela “políticamente correcta”, muy actual, que sólo se arriesga lo suficiente... De nuevo: no sé si es un asunto de la traducción; pues ya sabemos que todo trasvase es una nueva creación.

La obra, de seguro, seguirá siendo un éxito. Por mi parte, seguiré leyendo a la búsqueda… ¿Alguna recomendación?


Barclay Moore, David.
Estrellas bajo los pies (2014 [2019]).
Bogotá: Panamericana Editorial, 256 p. Traducción: María Mercedes Correa.

Estos apuntes aparecieron por primera vez en el blog guardopalabras: Enlace.

miércoles, 5 de abril de 2023

Apuntes sobre "Las brujas" (1983) de Roald Dahl

Las brujas es una novela juvenil, y es una novela doble: su primera mitad podría ser pensada como una novela de terror, y su segunda mitad como una de aventuras. ¡Pero qué manía querer etiquetarlo todo! Digamos entonces que es literatura, y punto.

Lo anterior es algo que olvidamos con frecuencia, me explico: antes de ser “para jóvenes”, o “de terror”, o “de aventuras”, la obra tiene que ser literatura, y Roald Dahl demostró siempre ser uno de estos escritores. Su consagración literaria es más importante que cualquier clasificación y que cualquier polémica o intento de “cancelación” (que quieren cambiar la manera en que su obra se refiere a la apariencia, al peso y al género de sus personajes porque resulta que ahora es ofensiva, misógina, e incluso: invita al suicidio. ¡Puras patrañas inoficiosas!).

La novela trata sobre un niño que termina de criarse con su abuela, de más de ochenta años, luego de la muerte de sus padres. La abuela es una cazadora de brujas retirada que lo informa bastante bien: las brujas existen y son muy peligrosas, ellas quieren acabar con todos los niños del mundo, y lo más importante: identificarlas es casi imposible, pues han aprendido a ocultar todo aquello que las pone en evidencia (esconden sus calvas debajo de pelucas y sombreros, disimulan sus garras vistiendo guantes y sus pies deformes llevando zapatos, etc.).

Este es el planteamiento de la historia, repito: un mundo donde las brujas existen, quieren acabar con los niños, y donde es imposible identificarlas. ¿Acaso no estamos hablando de una “atmósfera” totalmente angustiante, terrorífica? ¿Cómo escapar de un mundo así? ¿Acaso se puede? Permítanme una exageración: ¡Ni Lovecraft se atrevió a tanto!

Considero que esta novela es un buen ejemplo de la manera en que los autores utilizan el terror para el público infantil y juvenil. Se trata de un uso mediado, en este caso, por el humor y la aventura.

Pero esperen, porque las cosas se complican: nuestro protagonista se verá encerrado en un auditorio, en el Congreso Anual de las brujas, con más de doscientas de ellas. ¡Pobre criatura!

Y tendrá qué ingeniárselas para escapar de allí. Él hará todo lo posible y lo logrará, pero convertido en un ratón. ¡Demonios!

Por suerte, y gracias a la ayuda de su abuela, logrará replegarse, pensar un plan y atacar a las brujas para acabar con ellas, en especial, para acabar con la Gran Bruja, la líder mundial de todas ellas.

No es necesario que les cuente cada intento y cada lucha para sobrevivir… quien no la haya leído ya tendrá la oportunidad de disfrutarla.

La obra de Dahl es divertida, rápida, de párrafos cortos, intercalados con diálogos que permiten que la acción avance a saltos. La información se dosifica a lo largo de las páginas, lo que mantiene el misterio y la pregunta: ¿ahora qué sucederá? Incluso, la novela incluye una canción digna de ser aprendida de memoria (120-122).

Además de la doble confluencia del terror y la aventura me gusta mucho que la narración sea autoconsciente: el propio protagonista le advierte a sus lectores que su historia no es "un cuento de hadas", es una historia sobre las brujas de verdad.

Asimismo, me gusta que los personajes se permiten algunas palabrotas y que ninguno de ellos resulte un ejemplo de comportamiento. En pocas palabras: los personajes de Dahl NO son marionetas, y quizás están más vivos que muchos de sus detractores.

Espero que disfruten el acento de la Gran Bruja, y todo lo relacionado con el “niñicida”: “Fórmula 86. Ratonizador de Acción Retardada”. Y ojalá les guste tanto el final de la obra como a mí.

Sé que el final de la obra desconcierta a los lectores y algunos no están dispuestos a aceptarlo, pero desde mi punto de vista, su final responde al mundo de la obra. No es un final impostado, no, de ninguna manera. Es un final dictado por el terror y la aventura; esto es lo que debemos entender. La novela, bajo ninguna circunstancia, se miente; ni tampoco le miente a sus lectores.

No sobra decir que de esta novela existen varias adaptaciones al cine y al teatro; incluso, de ella existen varias dramatizaciones radiofónicas y una ópera. Asimismo, la edición citada está ilustrada por Quentin Blake, quien ilustró gran parte de las obras del autor en sus ediciones originales.

Estos apuntes aparecieron por primera vez en el blog guardopalabras: Enlace.




Dahl, Roald.
Las brujas (1983 [2015]).
Colombia: Loqueleo, 296 p.
Traducción: María Luisa Balsero.
Ilustraciones: Quentin Blake.