miércoles, 30 de marzo de 2022

Toc, Toc. ¿Quién soy? Libro de Ángela Ramírez

Tomado del El blog de los lagartijos


Siempre he dicho que los locos sufren de la locura, pero los escritores no la sufrimos, la disfrutamos plenamente. 

Y esa es la impresión que uno tiene cuando lee las historias de Ángela Ramírez.  En Isolda, nos sorprendió con una adolescente que despierta en medio del bosque sin recordar nada de su pasado y que va descubirendo cosas muy interesantes (y aterradoras) de su vida. 

En La Corredora, una joven que oye por los ojos, ve con los oídos y saborea con su piel, tiene ademas el don de volar mientras duerme y salvar personas que están en peligro. 

Esta vez nos soprende con un libro de cuentos para enloquecer. Cuentos muy bien contados, que lo ponen a uno a sufrir con los personajes, a pensar, y hasta a dudar de la realidad. 



Con el permiso de su autora, les traigo un fragmento de uno de sus cuentos. 

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LA RECOMPENSA

Fragmento.

…Y ahora estoy aquí espantando las negruras que se ciernen sobre mí. Elegí una opción, es la única salida de tantas, de tan pocas. Ya lo decidí, sin embargo, me detuve unos segundos y no por voluntad, ni porque meditar haya sido mi fuerte, no, lo hice por miedo, por temor. Mi pobre Ana, mi Lorenzo. Una semana ha bastado para esto, para arrastrarme entre la inmundicia, escondido y a la vez expuesto a la justicia que me verá como culpable, pero que a fin de cuentas logrará salvarlos a ellos.

No puedo detenerme, no ahora. Todo está listo. Mañana, bueno, espero que Ana y Lorenzo tengan una oportunidad, lo demás no importa. En este momento, solo pienso en ellos.

Si fumara esto estaría encendido, es el momento para hacerlo, como decía mi mamá: «La gente se fuma los problemas, no los cigarrillos». Si fumara, maldita sea, cada parte de esta montaña de basura ardería.

Hace una semana todo era perfecto, el apartamento blanco, tan grande. Le dije a Ana que después remodelábamos, lo poníamos moderno, y ella, tan paciente, tan resignada, me regañó. Todavía la escucho, puedo imaginarla detrás del celular, cuchicheando, como si fuera pecado contrariarme.

—¿No tenés suficiente con ese apartamento, con el barrio? —Lo decía regañándome—. A mí no me hace falta nada más, ¿entendés? Esto que nos pasó fue un milagro.

Un milagro le había dicho yo también al principio, ella me dijo que no, que eso era una recompensa, el pago por ser bueno, por haber ayudado a ese señor, por salvarle la vida. Todo fue rápido, debí desconfiar, fácil ni se arrastra el gusano. Siempre me doy cuenta de las cosas tarde, «lento», me decía mi papá.

Pensá, me diría cualquiera. ¿Por qué me iban a facilitar la compra? ¿Por buena persona? Los papeles, los traspasos, los impuestos. Pasamos de pobres a ricos en tres horas, así, fácil nos convertimos en propietarios. Yo empaqué, y dejamos todo en la casa vieja.

—Abra la puerta de ese rancho, que se lleven todo —me dijo entre risas Ana—. Le pagamos al mundo con nuestros chécheres.
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Ángela María Ramírez Gil.  


Medellín. Médica y cirujana de la Universidad de Antioquia, con estudios en Artes Plásticas en la Escuela Popular de Arte y de Arquitectura, en la Universidad Santo Tomás.  Ha participado en varios talleres literarios con los escritores Jairo Morales, Carlos Mario Aguirre, Luis Fernando Macías y Pilar Quintana.  Actualmente participante del taller de escritores COMEDAL, que dirige el escritor Luis Fernando Macías y del Taller de Historias adscrito a la Red Relata.   
La autora fue finalista en el Concurso Nacional de Cuento y Novela de la Universidad de Antioquia en 1995

Otras publicaciones:  

-Poesías publicadas en el libro del concurso nacional de novela cuento y poesía, Facultad de medicina UdeA, 1995.
-11 de abril (cuento).  Publicado en "Obra diversa". Antología del Taller de Escritores de la BBP (2007)
-Bigotes de Tinta (cuento).  Revista Cronopio (2014)
-Escalas del Sexto (cuento).  Colección Líneas Cruzadas. Hilo de Plata Editores. 2018
-Escalas del sexto:  Colección Líneas Cruzadas - Hilo de Plata, Editores 2018
-La campanela: (cuento) 2020 publicado en Antología Veinte y una narradoras (Colección palabras rodantes)
-La corredora. AMR Escritoras. 2021


miércoles, 23 de marzo de 2022

Brevemar. Lina Marcela Cardona García

Comparto una reseña publicada en el Blog de los lagartijos.

Hace poco recibí un regalo maravilloso: Un libro de una amiga, que publicaba su primera obra. 

Apenas leí las primeras páginas, no pude soltarlo, y he vuelto a él varias veces porque sencillamente es un libro excepcional. En sus páginas habla de su infancia, su familia, el amor hacia sus padres y el que recibió de ellos, sus recuerdos, sus amores pasados, su vida, la muerte de su padre... Es un libro muy íntimo y muy bello que quiero compartirles. 


Con el permiso de su autora les traigo este bello texto


Los remedios

Lina Marcela Cardona García

Mi mamá sabía más que los médicos. Cuantos consejos escuchaba de sus amigas o vecinas fueron experimentados en nosotros, los niños. Y eso que para ese tiempo, por fortuna, no existían las redes sociales ni la mensajería instantánea, por donde se propagan las noticias sobre curas inmediatas. Como éramos flacos y paliduchos, y las mamás prefieren a los que son gordos y con las mejillas rosadas, la nuestra dedicó parte de su vida a tratar de aliviarnos y mejorarnos. Yo no era precisamente una muñeca de catálogo: pelo escaso, y con unas uñas que parecían de papel, por lo que entiendo que ella instalara su esperanza en que me compusiera un poco, en que mi hermano también se compusiera.

Se inventaba razones para llevarnos a citas periódicas en el Seguro Social. Llegaba con una lista de dolencias de cada uno, pretendiendo mostrarnos enfermos y casi moribundos a los ojos de los doctores. “Hay que contar todo, todo, en las citas”, aconsejaba. Casi que dirigía la consulta, los galenos asentían sin tiempo de pensar ante semejante ráfaga. Gracias a su obstinación, terminábamos medicados con vitaminas e inyecciones.

Recuerdo el olor de las pastillas de complejo B, que se volvió propio del cajón. Mi mamá decía que servían para estimular el crecimiento del pelo y las uñas. Y apoyaba la medicación con recetas caseras. Tengo un recuerdo, de los iniciales, de una escena de resistencia, cuando ella trataba de aplicarme un ungüento, del que luego supe que era a base de guayaba agria, para aliviar mi primer dolor, el de las llagas.

Después fue el chocolate de ojo, que nos observaban mientras saboreábamos la canela que disfrazaba el gusto a carne. El hígado crudo licuado con moras, para la anemia y para ganar más sangre. Vapores de sauco y eucalipto para la gripa y las enfermedades respiratorias; con una toalla sobre la cabeza para aprovechar bastante el vaho que salía de la ponchera, pero con la precaución de no exponernos al sereno porque nos torceríamos. Jugo de guineo y gelatina sin sabor para la gastritis y el dolor de estómago. Límpido para curar los herpes de la boca. Tan oftalmóloga como era, nos hacía comer zanahoria a diario y en varias preparaciones para ver mejor y, además, frotarnos los ojos con alguna semilla o un huevo caliente para desaparecer un orzuelo.

Entre las prescripciones memorables se encuentran el remedio para engrosar las piernas y el que combatía la falta de hierro. Mi más grande complejo de niña era tenerlas flacas, defecto por el que me gané varios apodos. Pero a mi mamá le dijeron que echarse aceite de pata de res para engrosarlas, que era bendito. Y así, cada noche, me acostaba brillante y con ese olor como a caldo.

Y ¿qué más pertinente que el extracto de herradura para incrementar los niveles de ferritina? Sí, así fue: un agua sin sabor, procedente de un herraje rehervido sería la cura de la anemia que ella suponía evidenciábamos. Rendida por los no resultados, que debían traducirse en tener mejor color, terminó colgando la herradura tras la puerta como amuleto para espantar las malas energías. Siquiera gracias a la defensa de mi papá no llegamos a la boñiga con leche, que le recomendaron para que desarrolláramos defensas.

Ella también era experta en las recomendaciones de reposo y cuidado de enfermedades. Cuando tuve varicela, por ejemplo, me hacía acostarme cubierta de pies a cabeza, para no contagiar a nadie durante la noche. Y cuando sufrí de hepatitis, a mi color amarillo y al encierro, se les sumaron las advertencias. “Si caminas muy rápido, o corres, o te comes algo que tenga grasa, se te va a explotar el hígado”. Por días esperé la gran explosión, como de las caricaturas, pues hurté de la nevera una galleta rellena de chocolate que comí sin pensar en mi muerte.

Y así, una lista larga que evidencia la trayectoria médica y de prescripción de mi madre. Muchas de las recetas las fui olvidando. Aunque si se las pregunto, recibo la explicación de las bondades y las dosis requeridas.

Cuando hablaba de estos remedios y mezclas, mis amigos lloraban de la risa y me consideraban una sobreviviente, más de mi madre que de mis dolencias infantiles. Pero nosotros éramos los pacientes que creíamos ciegamente en ella y en su amor cuidador.

Adulta, en un hospital, esperando noticias sobre una cirugía compleja de mi mamá, era inminente pensar que cuando el origen de uno se enferma, el mundo, como lo conocíamos, tendría que ser diferente: ¿Quién nos cuidaría? Me gustaría haber tenido tantas ocurrencias como ella, y haber estado segura de que llegaría el alivio. Pero yo ya estaba en otros dolores, sobre todo los que producía el miedo a la orfandad y a perder ese amor, para los cuales los remedios con seguridad nunca serán suficientes.

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Lina Marcela Cardona García. 
Medellin, 1978. 

Contadora pública de la Universidad de Antioquia, con
especialización en Alta Gerencia de la Universidad de Medellín. Cursó la maestría en Hermenéutica literaria (2016) y el diplomado en edicion de textos (2020) en la Universidad EAFIT.  Actualmente se desempeña como líder de riesgos y controles en una multinacional.  Ha participado en talleres de escritura creativa y cursos literarios como la Escuela de Escritores de Madrid, (2020), Asmedas (desde 2019) con el escritor Luis Fernando Macías, y "Viajeros" con el escritor Pablo Montoya (2021). Hizo parte de la investigación histórica "100 empresarios, 100 historiasde vida: Francisco Luis Jiménez" de la Cámara de Comercio de Medellin.   
Brevemar es su primer libro de relatos y crónicas. 

Lina Marcela Cardona con el profesor 
Luis Fernando Macías,  autor del prólogo


Brevemar,  proyecto ganador en la sexta convocatoria de Fomento y Estímulos para el Arte y la cultura 2021, de la Secretaría de Cultura de Medellín.  

Editorial Otrabalsa - Crónica
ISBN 978-958-49-4445-0
Prólogo de Luis Fernando Macías
Ilustraciones Interiores:  Male Correa. 

miércoles, 16 de marzo de 2022

En "La Soledad" cuento de Laura María Arango

               En "La Soledad”


Era de noche, una de esas veraniegas con suave brisa, que permitía usar sin necesidad de chaquetas ni otros atavíos, un vestido corto y tacones altos. Llegaría de sorpresa a celebrar el cumpleaños de Juan, el chico con el que había estado saliendo las últimas semanas y con el que, aunque no tenía un título de novia, ya me había imaginado en innumerables ocasiones viviendo un futuro juntos.

Uno de sus amigos me había dado el punto de encuentro, un bar nuevo de electro tango en el centro de la ciudad. El sitio se llamaba La Soledad y hacía parte de todas las carátulas de prensa rosa del momento; las fotos en redes sociales dejaban ver un lugar despampanante, con un aspecto retro y sofisticado. Tomé un taxi.

– Buenas noches señorita – saludó el taxista – cuénteme, ¿a donde desea que la lleve?.

– ­­Vamos por favor a La Soledad.

– ¿Sabe usted qué es lo que tiene ese lugar para que todos quieran ir?, esta es la segunda carrera que hago hacia esa dirección esta noche.

– No lo tengo muy claro, es el lugar de moda; usted sabe que aquí somos esnobistas y hasta que cada habitante no haya ido, el desfile de gente no va a parar– dije mientras miraba sus ojos en el retrovisor.

– Sabe, a mi la verdad me da un poco de miedo. Se supone que a los adultos nada nos debe asustar, pero antes, cuando yo era niño, de hecho vivía en ese barrio. Me acuerdo que eso era una casona vieja que le perteneció a un músico y hay muchas historias feas de lo que pasó allí.

La curiosidad era mi mejor amiga, y dado que vivía en el sur, tenía tiempo de escuchar la historia del taxista, además, no podía usar mi teléfono para distraerme, la batería estaba a punto de acabarse y debía esperar a llegar,  para recargarla en un tomacorriente.

– ¿Me quiere contar?– le pregunté.

– Si usted quiere. A mucha gente no le gusta que uno le hable tanto, cuando los está llevando.

– Fresco que a mi si, además, con el taco que suele haber a esta hora, me termina entreteniendo.

– Siendo así, pues empecemos… Imagínese que esa casa le pertenecía a una familia muy poderosa. El dueño era un cantante de tangos, un argentino que había llegado aquí cuando era un adolescente, y había crecido ahí con sus padres, solo, sin hermanos. Según la historia era un muchacho talentoso en canto, pero infeliz. Su padre, hombre de negocios, estaba de viaje la mayoría del tiempo y su madre, se embriagaba, tocaba el bandoneón y llevaba a toda clase de hombres para curar su soledad. Así, que el joven al crecer fue desarrollando una personalidad callada y solitaria, aprendió a tocar el instrumento de su madre y a odiar a sus acompañantes habituales. De hecho, se dice que en una época se veía entrar a los amantes de la mujer, pero no se les veía salir. Los aires de tango flotaban desde la ventana del piso superior de la casa, siempre tristes y empezaban justo a las once menos seis. Más de una persona en el barrio estaba atenta a que los encorbatados salieran de allí, caminando, días después, o en bolsas negras, pero era como si se los tragara la tierra; se montaban guardias de vecinos para vigilarlos, se había pedido a la policía que revisara la propiedad y a sus habitantes, pero nada se pudo comprobar. Lo único que sí era claro para todos, era que el talento del joven había ido creciendo, a tal punto que firmó un contrato con una disquera, llenando de tango todos los rincones de esta ciudad. Con el tiempo, los viejos murieron y el hombre se casó con una hermosa bailarina. Dicen que él la volvió loca con sus celos y el encierro; la mujer atormentada corría y gritaba por las calles del barrio, decía que veía fantasmas. Terminó sus días internada en un sanatorio de un pueblo vecino. Una noche, a la hora acostumbrada, once menos seis, después del concierto más solemne que los vecinos hubiesen podido escuchar, el hombre se quitó la vida en la tercera planta de esa mansión. Dicen que siempre a esa hora, la música vuelve a sonar.

– ¡Que historia tan impresionante!, dígame algo, ¿usted alguna vez oyó esa música?

– Realmente no, antes de dormir, mi madre encendía la radio para que yo no escuchara nada y cuando por alguna razón, debía pasar por esa calle, me tapaba los oídos y pasaba corriendo para apaciguar mi corazón. La verdad, debo confesar que hace un rato, cuando deje al primer cliente, instintivamente subí el volumen de la música para no oír nada.

– ¡Yo ya no sé si voy a poder disfrutar la velada!– le dije.

–Disculpe señorita, no era mi intención asustarla.

–No se preocupe, fui yo quien le pedí que me contara.

Nos quedamos en silencio por un rato y luego sentí como subía la intensidad de la canción. 

– Llegamos, son dieciocho mil cien pesos. Espero que pase una buena noche.

–Muchas gracias –respondí– espero que usted también.

–Nuevamente disculpeme por asustarla–repitió. 

Le di una sonrisa por la ventana cuando me entregó el cambio y se fue.

El sitio estaba atiborrado de gente, aún en el exterior. En la entrada, una mujer con una lista de reservaciones controlaba el acceso; delante de ella, se extendía una larga fila de personas que esperaban poder alcanzar un turno. 

Me alejé para tener una visión completa del lugar. Era una casa antigua, de construcción republicana, tenía tres plantas como lo había descrito el conductor. Estaba recién remodelada, iluminada de forma indirecta por luces moradas y verdes que parpadeaban al compás de la música que sonaba en el interior. La reja negra daba paso a un antejardín amplio, con césped bien cuidado y una hilera de pinos marcaba el límite trasero de la propiedad, de sus ramas colgaban barbas de viejo que se mecían con el viento.

Me acerqué. Mi nombre estaba en el preciado registro que la mujer de la entrada tenía en sus manos, por lo que no tardé en ingresar. Un camino de piedras, con hortensias blancas y azules sembradas alrededor servían de guía hacia la edificación. En el patio externo había mesas; pequeñas lucecitas y banderines colgaban de finos postes generando un ambiente festivo. Pero mi grupo no estaba allí, el acomodador me indicó que me esperaban en el tercer piso. 

Un par de imponentes columnas, precedian a las grandes puertas con incrustaciones de vidrio que daban entrada a un ostentoso bar central. Las mesas estaban dispuestas alrededor de este, silletería de cuero, con muebles tipo chester, candelabros y otros objetos metálicos, cortinas rojas de piso a techo, hacían parte del cuadro que había sido enmarcado en abundante madera de roble oscuro. Se podía respirar la distinción. Sentía que me había transportado hasta algún hotel prestigioso en Londres. En el fondo una pista de baile y espacio para la banda, que por supuesto, tocaba tango electrónico. Más atrás, una escalera imperial permitía el ascenso. El segundo piso actuaba como un balcón, en el que se podía disfrutar de todo el movimiento de la planta baja, de la música y la coreografía que se tejía entre los meseros y los bar-tender durante su trabajo, habían butacos ubicados junto al barandal . En el fondo, un letrero de neón rojo advertía, “Suaviter in modo, fortiter in re”. Me pareció bastante curioso encontrar justo en un bar una de las consignas del derecho, pero seguí mi camino hacia el tercer nivel. 

Allí había sucedido una remodelación más drástica, porque entre lo que parecía haber correspondido a dos habitaciones, se había abierto una especie de terraza, con paredes de vidrio, que me hacía sentir en un invernadero. Era un espacio inconexo con los dos anteriores, con música diferente, sonaban tangos clásicos. Junto a la barra, un piano de cola. 


Vi una mano que se agitaba, era Juan, hacía señas para que lo viera desde donde me encontraba. Me dirigí a él, le di un abrazo fuerte con felicitación de cumpleaños y lo besé. Por un momento olvidé el suspenso con el que estaba recorriendo previamente el lugar. 

–Que bueno que estes aquí, se lo tenían bien guardado mis amigos. Ya te estaba extrañando. ¡Estas hermosa!

–Gracias, me vestí como una diosa solo para ti–le dije con una sonrisa pícara. 

–Oye, ¿qué te parece el bar?, está super genial. 

–Si, es muy lindo, debió costar mucha plata y mucho trabajo adaptarlo para que esté como está.

–Uhmmm...de eso estoy seguro, el mesero nos contó hace un rato, que esta casa llevaba mucho tiempo abandonada, y que el piano de fondo ya estaba aquí, debe tener como cien años. Más tarde hacen un show musical... –dijo extasiado. 

Saludé a los demás, tomamos licor, charlamos, me estaba divirtiendo mucho. 

–Debo ir al baño– dije mientras me ponía de pie.

–Vale, pero no tardes, el show comienza en quince minutos, según el mesero faltando exactamente seis minutos para las once. Que hora tan rara, ¿no?.

Se me pusieron los pelos de punta, el taxista vino a mi mente. Me apresuré a bajar las escaleras. Sin querer tropecé el brazo de un señor de traje oscuro que iba en sentido contrario al mío. Su mano estaba fría y con ella hizo un gesto tocando el ala de su sombrero a modo de disculpa. 

–Lo siento– dije en voz alta, pero no respondió. 

Retome mi camino y procuré no tardarme. Estaba muy intrigada. Al volver a mi puesto en la mesa, Juan me dio la mano. Ya había un hombre en el piano. Un reloj enorme con números romanos marcó la hora indicada, las luces se apagaron, un reflector enfatizó el instrumento musical centenario que había en la habitación. El silencio inundó la sala y podría decir que la temperatura también bajó. Apreté la mano de Juan. La melodía empezó, suave pero imponente y la voz de un cantante argentino, solemne pero pesarosa, llenó cada rincón... inundó las copas y estremeció a todas las almas presentes. Era simplemente magistral. Cinco minutos duró el tango, hubo un fuerte aplauso al final, todos los asistentes se pusieron de pie. Volvieron las luces, el hombre...dejó la sala. 

Me paré rápidamente para ir tras él. Seguí el rastro de su sombrero negro hasta el patio exterior, se alejó y en las sombras ya no lo pude ver más. Un susurro de varias voces resonó en mi oído: “Ya es tarde, ahora es a ti a quien no volverán a ver”.

Laura Maria Arango Restrepo

Marzo 22 , 2021

Publicado en libro "Eso es puro cuento" editorial Libros para pensar.


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Eso es... Puro cuento.

Antología. Volumen 1
Editorial Libros para pensar
ISBN: 978-958-49-2735-4
Paginas 120
Tamaño 14 x 21 cm
Encuadernación: Tapa blanda (rústico)


jueves, 10 de marzo de 2022

Cuento y novela

 Cuento y novela

El cuento y la novela se parecen en que "algo" pasa. Si bien, algunos consideran que la diferencia principal está en la extensión, es precisamente esa extensión la que permite generar las características específicas de diferenciación.

En ambas hay un inicio, un nudo y un desenlace. Pero la forma como sendos géneros abordan el asunto es diferente: mientras el cuento nos narra la acción, la novela se centra en los personajes.

La escritora Pilar Quintana, ganadora del premio Alfaguara 2020, ha expresado magistralmente la diferencia entre ambos, en un taller que dictó sobre literatura: “El cuento es la narración de un asesinato. La novela cuenta la vida del asesino”.

Para que un cuento sea contundente, debe ser concreto. En el cuento se parte de A para llegar a B sin detenerse en el camino a hacer reflexiones sobre otros temas que no tengan que ver con el desarrollo de éste. En ese recorrido no hay distracciones, tareas adicionales, o paradas innecesarias. Se transita por la ruta más directa, y cualquier desviación que haya, es porque el argumento así lo exige. Como diría Anton Chejov con respecto al cuento: “todo lo que no se relaciona con él debe ser extirpado sin compasión”.

En el cuento hay que mantener la tensión todo el tiempo, mientras la novela permite reflexión y cambios de ritmo. Un buen cuento no te soltará hasta que haya llegado a su final. Por el contrario, la novela permite dar vueltas, conocer datos que no importan para el desarrollo de la acción pero que dan información sobre los personajes o el ambiente que los rodea. En una hipotética novela sobre Caperucita roja y el lobo feroz, podría narrarse el tipo de tela de la capa y la caperuza, dónde la compró, quién la diseñó. Si se escribiera esa novela, describiría el árbol bajo el cual fue el primer encuentro de Caperucita y el lobo, el clima de esa mañana, qué pensaban ambos y qué sentían antes de su reunión; contaría la estrategia del señor lobo para mantener afiladas sus garras cada semana y tendría un racconto narrando la época en que el lobo aprendió de su padre a comer personas cuando apenas era un lobezno.

Un cuento puede ser contado. La novela jamás podrá ser contada de un solo envión, porque en la novela se exploran los pensamientos, creencias, recuerdos, miedos o anhelos de los personajes. En ella se narran las costumbres de la época y los sistemas políticos, sociales o económicos imperantes; se muestra el clima, se describen los lugares, e incluso los pensamientos del narrador. 

Es imposible contar, en forma de cuento, lo que pasa en “Los Miserables” de Víctor Hugo: puedes aproximarte a narrar la historia de Jean Valjean, puedes intentar narrar exclusivamente la historia de Javert o la de Fantine, pero quedarás corto, porque hay otras historias entrecruzadas que debes abordar. Puedes contar el cuento de cómo Valjean saca a Marius de las barricadas, o cómo logra rescatar a Cossette de los Thenandier pero tendrás que prescindir de todo lo demás si lo que quieres es contar un cuento.

Un buen cuento, narra una acción, un hecho específico. Una buena novela describe todo lo que hay alrededor de uno o varios hechos; ahonda en los personajes que estuvieron allí.

Resumiendo, en la literatura narrativa siempre hay un argumento: un origen, un conflicto, y un desenlace, pero la forma como se abordan varía entre el cuento y la novela. Sin embargo, a pesar de los géneros tan diferentes, hay algo que no debe olvidar ningún escritor: en ambos —cuento o novela—, la consigna es atrapar al lector y no soltarlo hasta la última palabra… y si es posible, seguir teniéndolo prisionero mucho tiempo después.

Carlos Alberto Velásquez Córdoba




Taller de historias

Hace varios años un grupo de amigos, compañeros de un taller literario, nos reunimos por nuestra cuenta para compartir nuestros textos y perfeccionarlos. Con el tiempo fuimos fortaleciendo estas reuniones y avanzamos, como amigos, por el camino de la escritura creativa. A lo largo de los años hemos hecho algunas publicaciones. ¡Seguimos avanzando!  

También con el tiempo fueron llegando más amigos, buenos lectores y excelentes críticos que han enriquecido las reuniones con su amistad y sus buenas observaciones. 
  
Este blog es una forma de mostrar nuestros trabajos y compartir nuestras experiencias en el maravilloso viaje de las letras.