miércoles, 16 de marzo de 2022

En "La Soledad" cuento de Laura María Arango

               En "La Soledad”


Era de noche, una de esas veraniegas con suave brisa, que permitía usar sin necesidad de chaquetas ni otros atavíos, un vestido corto y tacones altos. Llegaría de sorpresa a celebrar el cumpleaños de Juan, el chico con el que había estado saliendo las últimas semanas y con el que, aunque no tenía un título de novia, ya me había imaginado en innumerables ocasiones viviendo un futuro juntos.

Uno de sus amigos me había dado el punto de encuentro, un bar nuevo de electro tango en el centro de la ciudad. El sitio se llamaba La Soledad y hacía parte de todas las carátulas de prensa rosa del momento; las fotos en redes sociales dejaban ver un lugar despampanante, con un aspecto retro y sofisticado. Tomé un taxi.

– Buenas noches señorita – saludó el taxista – cuénteme, ¿a donde desea que la lleve?.

– ­­Vamos por favor a La Soledad.

– ¿Sabe usted qué es lo que tiene ese lugar para que todos quieran ir?, esta es la segunda carrera que hago hacia esa dirección esta noche.

– No lo tengo muy claro, es el lugar de moda; usted sabe que aquí somos esnobistas y hasta que cada habitante no haya ido, el desfile de gente no va a parar– dije mientras miraba sus ojos en el retrovisor.

– Sabe, a mi la verdad me da un poco de miedo. Se supone que a los adultos nada nos debe asustar, pero antes, cuando yo era niño, de hecho vivía en ese barrio. Me acuerdo que eso era una casona vieja que le perteneció a un músico y hay muchas historias feas de lo que pasó allí.

La curiosidad era mi mejor amiga, y dado que vivía en el sur, tenía tiempo de escuchar la historia del taxista, además, no podía usar mi teléfono para distraerme, la batería estaba a punto de acabarse y debía esperar a llegar,  para recargarla en un tomacorriente.

– ¿Me quiere contar?– le pregunté.

– Si usted quiere. A mucha gente no le gusta que uno le hable tanto, cuando los está llevando.

– Fresco que a mi si, además, con el taco que suele haber a esta hora, me termina entreteniendo.

– Siendo así, pues empecemos… Imagínese que esa casa le pertenecía a una familia muy poderosa. El dueño era un cantante de tangos, un argentino que había llegado aquí cuando era un adolescente, y había crecido ahí con sus padres, solo, sin hermanos. Según la historia era un muchacho talentoso en canto, pero infeliz. Su padre, hombre de negocios, estaba de viaje la mayoría del tiempo y su madre, se embriagaba, tocaba el bandoneón y llevaba a toda clase de hombres para curar su soledad. Así, que el joven al crecer fue desarrollando una personalidad callada y solitaria, aprendió a tocar el instrumento de su madre y a odiar a sus acompañantes habituales. De hecho, se dice que en una época se veía entrar a los amantes de la mujer, pero no se les veía salir. Los aires de tango flotaban desde la ventana del piso superior de la casa, siempre tristes y empezaban justo a las once menos seis. Más de una persona en el barrio estaba atenta a que los encorbatados salieran de allí, caminando, días después, o en bolsas negras, pero era como si se los tragara la tierra; se montaban guardias de vecinos para vigilarlos, se había pedido a la policía que revisara la propiedad y a sus habitantes, pero nada se pudo comprobar. Lo único que sí era claro para todos, era que el talento del joven había ido creciendo, a tal punto que firmó un contrato con una disquera, llenando de tango todos los rincones de esta ciudad. Con el tiempo, los viejos murieron y el hombre se casó con una hermosa bailarina. Dicen que él la volvió loca con sus celos y el encierro; la mujer atormentada corría y gritaba por las calles del barrio, decía que veía fantasmas. Terminó sus días internada en un sanatorio de un pueblo vecino. Una noche, a la hora acostumbrada, once menos seis, después del concierto más solemne que los vecinos hubiesen podido escuchar, el hombre se quitó la vida en la tercera planta de esa mansión. Dicen que siempre a esa hora, la música vuelve a sonar.

– ¡Que historia tan impresionante!, dígame algo, ¿usted alguna vez oyó esa música?

– Realmente no, antes de dormir, mi madre encendía la radio para que yo no escuchara nada y cuando por alguna razón, debía pasar por esa calle, me tapaba los oídos y pasaba corriendo para apaciguar mi corazón. La verdad, debo confesar que hace un rato, cuando deje al primer cliente, instintivamente subí el volumen de la música para no oír nada.

– ¡Yo ya no sé si voy a poder disfrutar la velada!– le dije.

–Disculpe señorita, no era mi intención asustarla.

–No se preocupe, fui yo quien le pedí que me contara.

Nos quedamos en silencio por un rato y luego sentí como subía la intensidad de la canción. 

– Llegamos, son dieciocho mil cien pesos. Espero que pase una buena noche.

–Muchas gracias –respondí– espero que usted también.

–Nuevamente disculpeme por asustarla–repitió. 

Le di una sonrisa por la ventana cuando me entregó el cambio y se fue.

El sitio estaba atiborrado de gente, aún en el exterior. En la entrada, una mujer con una lista de reservaciones controlaba el acceso; delante de ella, se extendía una larga fila de personas que esperaban poder alcanzar un turno. 

Me alejé para tener una visión completa del lugar. Era una casa antigua, de construcción republicana, tenía tres plantas como lo había descrito el conductor. Estaba recién remodelada, iluminada de forma indirecta por luces moradas y verdes que parpadeaban al compás de la música que sonaba en el interior. La reja negra daba paso a un antejardín amplio, con césped bien cuidado y una hilera de pinos marcaba el límite trasero de la propiedad, de sus ramas colgaban barbas de viejo que se mecían con el viento.

Me acerqué. Mi nombre estaba en el preciado registro que la mujer de la entrada tenía en sus manos, por lo que no tardé en ingresar. Un camino de piedras, con hortensias blancas y azules sembradas alrededor servían de guía hacia la edificación. En el patio externo había mesas; pequeñas lucecitas y banderines colgaban de finos postes generando un ambiente festivo. Pero mi grupo no estaba allí, el acomodador me indicó que me esperaban en el tercer piso. 

Un par de imponentes columnas, precedian a las grandes puertas con incrustaciones de vidrio que daban entrada a un ostentoso bar central. Las mesas estaban dispuestas alrededor de este, silletería de cuero, con muebles tipo chester, candelabros y otros objetos metálicos, cortinas rojas de piso a techo, hacían parte del cuadro que había sido enmarcado en abundante madera de roble oscuro. Se podía respirar la distinción. Sentía que me había transportado hasta algún hotel prestigioso en Londres. En el fondo una pista de baile y espacio para la banda, que por supuesto, tocaba tango electrónico. Más atrás, una escalera imperial permitía el ascenso. El segundo piso actuaba como un balcón, en el que se podía disfrutar de todo el movimiento de la planta baja, de la música y la coreografía que se tejía entre los meseros y los bar-tender durante su trabajo, habían butacos ubicados junto al barandal . En el fondo, un letrero de neón rojo advertía, “Suaviter in modo, fortiter in re”. Me pareció bastante curioso encontrar justo en un bar una de las consignas del derecho, pero seguí mi camino hacia el tercer nivel. 

Allí había sucedido una remodelación más drástica, porque entre lo que parecía haber correspondido a dos habitaciones, se había abierto una especie de terraza, con paredes de vidrio, que me hacía sentir en un invernadero. Era un espacio inconexo con los dos anteriores, con música diferente, sonaban tangos clásicos. Junto a la barra, un piano de cola. 


Vi una mano que se agitaba, era Juan, hacía señas para que lo viera desde donde me encontraba. Me dirigí a él, le di un abrazo fuerte con felicitación de cumpleaños y lo besé. Por un momento olvidé el suspenso con el que estaba recorriendo previamente el lugar. 

–Que bueno que estes aquí, se lo tenían bien guardado mis amigos. Ya te estaba extrañando. ¡Estas hermosa!

–Gracias, me vestí como una diosa solo para ti–le dije con una sonrisa pícara. 

–Oye, ¿qué te parece el bar?, está super genial. 

–Si, es muy lindo, debió costar mucha plata y mucho trabajo adaptarlo para que esté como está.

–Uhmmm...de eso estoy seguro, el mesero nos contó hace un rato, que esta casa llevaba mucho tiempo abandonada, y que el piano de fondo ya estaba aquí, debe tener como cien años. Más tarde hacen un show musical... –dijo extasiado. 

Saludé a los demás, tomamos licor, charlamos, me estaba divirtiendo mucho. 

–Debo ir al baño– dije mientras me ponía de pie.

–Vale, pero no tardes, el show comienza en quince minutos, según el mesero faltando exactamente seis minutos para las once. Que hora tan rara, ¿no?.

Se me pusieron los pelos de punta, el taxista vino a mi mente. Me apresuré a bajar las escaleras. Sin querer tropecé el brazo de un señor de traje oscuro que iba en sentido contrario al mío. Su mano estaba fría y con ella hizo un gesto tocando el ala de su sombrero a modo de disculpa. 

–Lo siento– dije en voz alta, pero no respondió. 

Retome mi camino y procuré no tardarme. Estaba muy intrigada. Al volver a mi puesto en la mesa, Juan me dio la mano. Ya había un hombre en el piano. Un reloj enorme con números romanos marcó la hora indicada, las luces se apagaron, un reflector enfatizó el instrumento musical centenario que había en la habitación. El silencio inundó la sala y podría decir que la temperatura también bajó. Apreté la mano de Juan. La melodía empezó, suave pero imponente y la voz de un cantante argentino, solemne pero pesarosa, llenó cada rincón... inundó las copas y estremeció a todas las almas presentes. Era simplemente magistral. Cinco minutos duró el tango, hubo un fuerte aplauso al final, todos los asistentes se pusieron de pie. Volvieron las luces, el hombre...dejó la sala. 

Me paré rápidamente para ir tras él. Seguí el rastro de su sombrero negro hasta el patio exterior, se alejó y en las sombras ya no lo pude ver más. Un susurro de varias voces resonó en mi oído: “Ya es tarde, ahora es a ti a quien no volverán a ver”.

Laura Maria Arango Restrepo

Marzo 22 , 2021

Publicado en libro "Eso es puro cuento" editorial Libros para pensar.


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Eso es... Puro cuento.

Antología. Volumen 1
Editorial Libros para pensar
ISBN: 978-958-49-2735-4
Paginas 120
Tamaño 14 x 21 cm
Encuadernación: Tapa blanda (rústico)


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