miércoles, 6 de marzo de 2024

Lanzamiento del libro 18 fotos.

El próximo 18 de marzo de 2024 tendrá lugar el lanzamiento del libro 18 FOTOS de la escritora Angela María Ramírez Gil. El evento será en la sala Mi Barrio del Parque Biblioteca de Belén. 


18 Fotos cuenta la historia de una mujer que ha tenido una relación distante con su padre, y recibe al morir este, una cámara fotografica de las antiguas, en la que descubre un rollo aún sin revelar.  Desconoce que fotografías fueron tomadas por su padre. También descubre que aun quedan 18 fotos por tomar.  Una idea fascinante para una novela.  

A continuación, con el permiso de la autora trascribo algunos apartes. 

Miro el celular. Ocho y dos. Salgo. La gente se ha multiplicado. El sol está tímido aún; debe ser por el cemento que me rodea. Las columnas del metro disimulan el exceso de luz en esta época. Hay un afán en el aire. En los seis metros que camino para llegar al local de las fotos, me zarandean dos veces, chocan con mis hombros y, como si el viento se llevara las palabras, un «disculpe» se arrastra hasta mis oídos.

—¿También revelan estos rollos? —pregunto de inmediato cuando entro al local.

Eso debí habérmelo cuestionado antes de crear todas estas expectativas, de fantasear con lo que mi papá tenía ahí, con lo que había visto, con lo que había grabado para mí, o tal vez no eran para mí las fotos y tan solo no las reveló porque lo ligaban a todo el pasado con mi mamá.

La mujer, vestida con delantal blanco, de cabello rubio con raíces oscuras y grumos de pestañina, exagerados para la hora y el trabajo, me dice que claro que me lo pueden revelar y que también aplica la promoción. Estira la mano y yo me aferro a los secretos —creo que lo son—.

—Pero es que tiene por ahí, no sé, ¿quince años? —le digo agarrando la Minolta.

—¿La cámara?

—El rollo. La cámara tiene muchos más. ¿Sí saldrá algo?

—¡Juan! —grita la mujer, y detrás de una cortina amarilla y negra, a juego con todo el local, aparece un hombre calvo y bajito, tiene una figura cuadrada. —Mirá, que esto tiene un rollo de quince años.

—O más —interrumpo.

—O más —repite ella.

El tipo nos mira como si fuéramos pelotas de pimpón y sonríe, alza las manos y dice que saldrán claras, pero saldrán, eso sí, si están bien tomadas.

—¿Es una réflex? —Se acerca, mira la cámara y la revisa—. Te quedan seis o dieciocho por tomar, depende del rollo.

—Dieciocho —respondo.

Estoy segura: las películas de treinta y seis salían más económicas. Era propio de mi papá.

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«Es un karma, un karma», me repetí. La muerte iba alcanzándome, y yo me rendía como si fuera una flor bajo un aguacero. Tomé la Minolta, la metí en una caja abajo del clóset donde pongo los zapatos y seguí con mi vida tan serena como pude. Y lo logré. Me acostumbré a los días tranquilos, a los momentos perfectos, esos en los que, sin necesidad de tener una persona al lado o una comida exquisita, yo estaba bien, feliz con mis carencias, en mi cama demasiado dura, en mi cuarto pequeño. Estaba tan conforme que los imbéciles del lunes me hicieron doler la cabeza, cuando en el tranvía empezaron a hablar de por qué uno de ellos no quería seguir con su novia.

«Es que es tan plana, parce». Me miré el pecho, fue un reflejo de la crianza machista que tuve. Me reí, pero luego el tipo aclaró su frase, y la risa se me disolvió: «Tiene una vida tan aburrida y plana que ya no puedo seguir con ella».

Yo, en todos los sentidos, soy una mujer plana. En la mañana llego siempre temprano. Las tres cuadras que tengo que caminar, de la estación al trabajo, me las paso en zigzag para no leer lo que entiendo mal, para evitar pasar por el edificio del que mi papá saltó porque mi trabajo queda ahí abajito. Creo que, por eso, al ver el letrero de revelado e impresión de fotos al 50 %, este me llamó la atención. Estoy cansada de tirarle blusas y trapos a la caja con la cámara cada que abro el clóset. Hay algo que me impide taparla del todo, y sin embargo no quiero verla. Por eso decidí revelar el rollo.

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 Agarro mi cámara. Luisa me dice que parezco una turista en Cartagena. Me quito la toca, me suelto el cabello y salgo al sol de las tres de la tarde que pega duro.

Bajo por todo Ayacucho. Me voy buscando la sombra, pero lo único que aplaca la luz amarilla es el tranvía. En el semáforo de la 35 paro. Está en verde. Miro a todos lados a ver si paso, pero un taxi aprovecha y mete pique antes de que cambie. Algo en el semáforo está mal, pero no soy capaz de reconocerlo hasta que me fijo bien. Capas y capas de cinta de embalaje sostienen el tablero de luces. Me río y le saco una foto. Los remiendos funcionan. Es posible que yo use algo así para arreglarme, para amarrar esas piezas flojas, esas que se me han ido quedando regadas con los años y las experiencias. Esas grietas que tengo las puedo sellar y tal vez funcionarían bien como el semáforo, como todo el mundo en una u otra etapa de su vida. La idea con la foto es acabar el rollo.

 

 Los esperamos este lunes 18 de marzo para las 18 fotos. (Entrada Libre)

 

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