miércoles, 3 de mayo de 2023

Amor verdadero, cuento de Isaac Asimov

 Con el revuelo que hay últimamente con el auge de la inteligencia artificial quiero traer este cuento de uno de los grandes escritores y divulgadores científicos: Isaac Asimov. 

Solo resta decir que no me preocupa el auge de la inteligencia artificial, me preocupa el detrimento de la inteligencia natural. 

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Amor Verdadero

Isaac Asimov


Mi nombre es Joe. Así es como mi colega Milton Davidson me llama. Él es un programador y yo soy un programa de computadora. Soy parte del complejo «Multivac» y estoy conectado con otros sectores en todo el mundo. Lo sé todo. Casi todo.

Soy el programa privado de Milton. Él sabe más de programación que nadie en el mundo, y yo soy su modelo experimental. Me ha hecho hablar mejor de lo que pueda hacerlo cualquier otra computadora.

—Es cuestión de acoplar los sonidos a los símbolos, Joe —me dijo—. Así funciona el cerebro humano aunque todavía no sabemos qué símbolos hay en el cerebro. Conozco los símbolos del tuyo y puedo acoplarlos uno por uno a palabras.

De modo que hablo. No creo que hable tan bien como pienso, pero Milton dice que lo hago muy bien. Él no se ha casado nunca, aunque tiene casi cuarenta años. Me dijo que no había encontrado a la mujer ideal. Un día se sinceró conmigo:

—La encontraré, Joe. Quiero tener verdadero amor y tú vas a ayudarme. Estoy cansado de mejorarte para resolver los problemas del mundo. Resuelve mi problema. Encuéntrame el verdadero amor.

—¿Qué es el verdadero amor? —pregunté.

—No te importa. Es algo abstracto. Búscame la muchacha ideal. Estás conectado al complejo «Multivac», así que puedes conseguir el banco de datos de cualquier ser humano de este mundo. Los iremos eliminando por grupos y por clases hasta que sólo nos quede una persona. La persona perfecta. Ésa será para mí.

—Estoy dispuesto —le dije.

—Elimina primero a todos los hombres —ordenó.

Fue fácil. Sus palabras activaron símbolos de mis válvulas moleculares. Puedo establecer contacto con los datos acumulados de cada ser humano del mundo. Obedeciendo su orden eliminé 3.784.982.874 hombres. Mantuve el contacto con 3.786.112.090 mujeres.

—Elimina a las menores de veinticinco años y todas las mayores de cuarenta. Después elimina a todas las que su CI sea inferior a 120; a todas las que midan menos de 1,50 y más de 1,75.

Me comunicó las medidas exactas, eliminó mujeres con hijos vivos, eliminó mujeres con diversas características genéticas.

—No estoy seguro del color de ojos que quiero —dijo—. Dejémoslo de momento. Pero nada de pelirrojas. No me gusta el pelo rojo.

Pasadas dos semanas, nos quedaban 235 mujeres. Todas hablaban bien el inglés. Milton decretó que no quería problemas de lenguaje. Incluso la traducción por computadora podía entorpecer momentos de intimidad.

—No puedo entrevistar a 235 mujeres. Me llevaría demasiado tiempo y la gente descubriría lo que estoy haciendo. Causaría problemas —le aseguré. Milton se había arreglado para que yo hiciera cosas para las que no estaba programado. Nadie lo sabía.

—¿A ti qué te importa? —me espetó con el rostro enrojecido—. Te diré lo que vamos a hacer, Joe. Voy a traerte hológrafos y comprueba la lista en busca de similitudes.

Trajo hológrafos de mujeres, diciéndome:

—Éstas son tres ganadoras de concursos de belleza. ¿Se parecen a alguna de las 235?

Ocho eran muy parecidas y Milton dijo:

—Bien, ya conoces sus bancos de datos. Estudia peticiones y necesidades del mercado de colocaciones y arréglate para que las asignen aquí. Una a una, claro. —Pensó un momento, movió los hombros y ordenó—: Por orden alfabético.

Ésta es una de las cosas para las que no estoy programado. Cambiar a la gente de un empleo a otro, por razones personales, se llama manipulación. Ahora podía hacerlo porque Milton lo había arreglado. Pero se suponía que no debía hacerlo para nadie, excepto para él, claro.

La primera muchacha llegó una semana después. Milton enrojeció al verla. Habló como si le costara hacerlo. Estaban juntos todo el tiempo y no me prestaba la menor atención. Una vez le dijo:

—Déjame invitarte a cenar.


A la mañana siguiente anunció:

—No sé por qué, pero no me va. Faltaba algo. Es una mujer muy hermosa pero no sentí amor verdadero. Prueba la siguiente.

Ocurrió lo mismo con las ocho. Se parecían mucho, sonreían mucho y sus voces eran agradables, pero Milton no las encontraba bien nunca. Observó:

—No lo entiendo, Joe. Tú y yo hemos elegido a las ocho mujeres de todo el mundo, que me han parecido mejores. Son ideales. ¿Por qué no me gustan?

—¿Les gustas tú a ellas? —pregunté.

Alzó las cejas y apretó una mano contra la otra.

—Eso es, Joe. Es una calle de dos direcciones. Si yo no soy su ideal no pueden actuar como si yo lo fuera. Debo ser su verdadero amor, pero ¿cómo puedo conseguirlo?


Todo aquel día pareció estar pensando. A la mañana siguiente se me acercó y dijo:

—Voy a dejarlo en tus manos, Joe. Tú decidirás. Tienes mi banco de datos y voy a decirte además todo lo que sé de mí. Pon hasta el último detalle en mi banco, pero guarda para ti lo adicional.

—¿Qué quieres que haga con el banco de datos, Milton?

—Lo comparas con los de las 235 mujeres. No, con 227; deja fuera a las que ya hemos visto. Arréglate para que cada una se someta a un examen psiquiátrico. Completa sus bancos de datos con el mío. Busca correlaciones. (Arreglar exámenes psiquiátricos es otra de las cosas contrarias a mis instrucciones originales.)

Durante semanas, Milton habló conmigo. Me habló de sus padres y de sus allegados. Me contó su infancia, sus días de escuela y su adolescencia. Me habló de las jóvenes que había admirado a distancia. Su banco de datos fue creciendo y me modificó para que pudiera ampliar y profundizar en la comprensión y captación de símbolos. Me dijo:

—Verás, Joe, cuanto más vayas metiendo de mí en ti, más debo ajustarte para que puedas acoplarme mejor. Tienes que llegar a pensar más como yo, así me comprenderás mejor. Si me comprendes a mí, cualquier mujer cuyo banco de datos comprendas bien, será mi verdadero amor.

Y siguió hablándome y yo fui comprendiéndole cada vez mejor.

Pude construir frases largas y mis expresiones se hicieron más complicadas. Mi forma de hablar empezó a parecerse a la suya en cuanto a vocabulario, ordenación de palabras y estilo. Una vez le advertí:

—Ten en cuenta, Milton, que no se trata solamente de encajar físicamente con un ideal de mujer. Necesitas una muchacha que sea personal, emocional y temperamentalmente afín a ti. Si ocurre esto, la belleza es secundaria. Si no podemos encontrar tu tipo entre las 227, buscaremos por otra parte. Encontraremos a alguien a la que tampoco importe tu aspecto, ni el de nadie, con tal de que coincida la personalidad. ¿Qué es la belleza?

—Absolutamente cierto —respondió—. Hubiera sabido esto, de haber tenido mayor trato con mujeres en mi vida. Naturalmente, pensándolo ahora, lo veo todo claro.

Siempre estábamos de acuerdo; ¡éramos tan parecidos en la forma de pensar!

—Ahora no debemos tener más problemas, Milton, basta con que me dejes hacerte unas preguntas. Puedo ver en tu banco de datos dónde hay huecos e irregularidades.

Lo que siguió, según dijo Milton, era el equivalente a un minucioso psicoanálisis. Claro. Estaba aprendiendo de los exámenes psiquiátricos de las 227 mujeres…, a todas las cuales vigilaba de cerca.

Milton parecía muy feliz, observó:

—Hablar contigo, Joe, es casi como hablar conmigo mismo. Nuestras personalidades han llegado a coincidir perfectamente.

—Lo mismo sucederá con la personalidad de la mujer que elijamos.

Porque yo ya la había encontrado y, después de todo, era una de las 227. Se llamaba Charity Jones y era intérprete de la Biblioteca de Historia de Wichita. Su extenso banco de datos encajaba perfectamente con el nuestro. Todas las demás mujeres habían sido desechadas por una cosa o por otra, a medida que ampliamos los bancos de datos, pero en Charity había una creciente y sorprendente semejanza.

No tuve que describírsela a Milton. Milton había coordinado tan ajustadamente mi simbolismo con el suyo que podía captar sus vibraciones directamente. Encajaba conmigo.

Después, sólo fue cuestión de arreglar las hojas de trabajo y requerimientos de empleo de forma que Charity nos fuera asignada. Debía hacerse con mucha delicadeza para que nadie supiera que había ocurrido algo ilegal.

Naturalmente, el propio Milton lo sabía pues él era el que me había ajustado, y había que arreglarlo. Cuando vinieron a detenerle por irregularidades en el despacho, afortunadamente fue algo ocurrido diez años atrás. Naturalmente me lo había contado, así que fue fácil de planear…, y no hablará de mí porque eso empeoraría su caso.

Ya está fuera, y mañana es 14 de febrero, día de San Valentín. Charity llegará con sus frescas manos y su dulce voz. Yo le enseñaré cómo debe operarme y cómo cuidar de mí. ¿Qué importa el aspecto cuando nuestras personalidades se comprenden?

Le diré:

—Soy Joe y tú eres mi verdadero amor.


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Isaac Asimov

(1920-1992)

Escritor y científico de origen ruso, nacionalizado estadounidense. Uno de los principales divulgadores de la ciencia, la historia y la literatura de ciencia ficción en el siglo XX.

Ficha bibliográfica
Autor: Isaac Asimov
Título: Amor verdadero
Título original: True Love
Publicado en: American Way, Febrero de 1977
Traducción: Rosa S. de Naveira



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miércoles, 26 de abril de 2023

La diferencia entre mostrar y decir

Mostrar vs. decir

La siguiente información es extraída de la página del portal Piensa Rie, Escribe, de la escritora Galu (Olga Lucía Jaramillo), que a su vez, da créditos al portal Ciudad Seva del escritor LUIS LÓPEZ NIEVES 


1.      "Mostrar" versus "decir":

Para un escritor es fundamental comprender la diferencia entre “mostrar” o “decir”. Al “mostrar” estamos dándole al lector la oportunidad de “ver” o presenciar una escena en directo, casi como si estuviera presente. Al solamente “decir”, no se logra jamás el mismo efecto. Veamos unos ejemplos:

Un autor podría escribir:

El dentista le sacó una muela a Miguel. Fue muy doloroso. Excesivamente desgarrador. Sufrió en exceso. Oh, qué experiencia penosa.



Leemos estas cinco oraciones y qué sucede. ¿Sentimos dolor? ¿En realidad nos comunica la experiencia de Miguel? Podemos añadir un adjetivo detrás de otro, podemos repetir cien veces que Miguel sintió dolor. Pero el lector no siente nada porque la acción está “dicha”, no ha sido “mostrada”.

Cuando contamos, no podemos exigirle al lector que crea y sienta simplemente por fe o por repetición. No bastan dos palabras: “sintió dolor”. Es necesario contar una escena en la que, por medio de nuestro dominio del arte de narrar, “mostremos” lo que deseamos que el lector “vea” y sienta.

Veamos cómo “muestran” dos maestros. El primer ejemplo consiste de fragmentos del cuento “Cirugía“, del ruso Anton Chejov.

Un sacristán con dolor de muela ha ido a un dentista:…

(…) -Padre nuestro… Virgen Santísima… Ay…

-Así no… así no… ¿A ver? ¡No me agarre! ¡Suélteme! -hala-. Ahora… Así, así… La cosa no es tan fácil…

-¡Santo padre! ¡Santa madre!… -grita-. ¡Ángeles del cielo! ¡Ay, ay! ¡Pero hala ya, tira! ¿Te vas a pasar cinco años para arrancármela?

-Esto de la cirugía… De un golpe no es posible… Ahora, ahora…

Vonmiglásov levanta las rodillas hasta la altura de los codos, mueve los dedos, los ojos se le desorbitan, respira fatigosamente… Su cara, congestionada, se cubre de sudor, los ojos se le llenan de lágrimas. Kuriatin resopla, se mueve ante el sacristán y sigue tirando… Transcurre medio minuto horroroso y los fórceps se escurren de la muela. El sacristán se pone en pie de un salto y se mete los dedos en la boca. La muela sigue en su sitio

(…)

-No veo nada… Espera a que recobre el aliento… ¡Oh!

(…)

Vonmiglásov permanece unos instantes inmóvil, como si hubiera perdido el conocimiento. Está aturdido… Sus ojos miran estúpidamente al espacio y su pálida cara está bañada en sudor.

-Si hubiera usado el pie de cabra… -balbucea el practicante-. ¡Buena la hemos hecho!

Volviendo en sí, el sacristán se mete los dedos en la boca y en el sitio de la muela enferma encuentra dos salientes.

En esta escena de Chejov, no “dicha” sino “mostrada”, el lector puede sentir el dolor del sacristán a quien le están tratando de extraer una muela. Algunos lectores, incluso, me han dicho que les sudan las manos al leer este cuento completo. El narrador no necesita decir “le dolió”, mucho menos necesita decir “le dolió mucho”. De hecho, noten que en ningún momento dice que al paciente le dolió. No es necesario decirlo porque lo estamos “viendo”. Somos testigos.



Veamos ahora un fragmento del cuento “Un día de estos” de Gabriel García Márquez. Un alcalde visita a un dentista:


Cuando sintió que el dentista se acercaba, el alcalde afirmó los talones y abrió la boca.

Don Aurelio Escovar le movió la cara hacia la luz. Después de observar la muela dañada, ajustó la mandíbula con una cautelosa presión de los dedos.

-Tiene que ser sin anestesia -dijo.

-¿Por qué?

-Porque tiene un absceso.

El alcalde lo miró en los ojos.

-Está bien -dijo, y trató de sonreír. El dentista no le correspondió. Llevó a la mesa de trabajo la cacerola con los instrumentos hervidos y los sacó del agua con unas pinzas frías, todavía sin apresurarse. Después rodó la escupidera con la punta del zapato y fue a lavarse las manos en el aguamanil. Hizo todo sin mirar al alcalde. Pero el alcalde no lo perdió de vista.

Era una cordal inferior. El dentista abrió las piernas y apretó la muela con el gatillo caliente. El alcalde se aferró a las barras de la silla, descargó toda su fuerza en los pies y sintió un vacío helado en los riñones, pero no soltó un suspiro. El dentista solo movió la muñeca. Sin rencor, más bien con una amarga ternura, dijo:

-Aquí nos paga veinte muertos, teniente.

El alcalde sintió un crujido de huesos en la mandíbula y sus ojos se llenaron de lágrimas. Pero no suspiró hasta que no sintió salir la muela. Entonces la vio a través de las lágrimas. Le pareció tan extraña a su dolor, que no pudo entender la tortura de sus cinco noches anteriores. Inclinado sobre la escupidera, sudoroso, jadeante, se desabotonó la guerrera y buscó a tientas el pañuelo en el bolsillo del pantalón. El dentista le dio un trapo limpio.

-Séquese las lágrimas -dijo.

El alcalde lo hizo. Estaba temblando. Mientras el dentista se lavaba las manos, vio el cielorraso desfondado y una telaraña polvorienta con huevos de araña e insectos muertos. El dentista regresó secándose las manos. “Acuéstese -dijo- y haga buches de agua de sal.” El alcalde se puso de pie, se despidió con un displicente saludo militar, y se dirigió a la puerta estirando las piernas, sin abotonarse la guerrera.


Como Chejov, García Márquez no necesita “decir” que su personaje siente un dolor inmenso. Por medio de las reacciones del personaje nos lo “muestra”. Nuevamente, somos testigos.

De hecho, un buen “truco” para confirmar que has “mostrado” bien es asegurarte de no usar ninguna palabra (ni sinónimo) que comunique directamente lo que deseas “mostrar”. Es decir, si quieres mostrar “dolor”, nunca usar la palabra “dolor”, sino “mostrarlo”. Asimismo, si quieres “mostrar” amor (romántico o familiar), odio, ira, aburrimiento o algo tan sencillo como un personaje que tiene miedo, para “mostrarlo” es mejor narrar acciones del personaje que le permitan al lector descubrir que el personaje tiene miedo, sin decirlo.


*


Bueno, ya conocemos la diferencia entre “mostrar” y “decir”. Ahora hagamos una pregunta sencilla: cuando vamos a narrar, ¿es preferible “mostrar” o “decir”? La respuesta es evidente: es mejor “mostrar”.

Entonces, ya que “mostrar” es mejor que “decir”, ¿para qué “decir”? ¿Debemos contar todo por medio de la técnica de “mostrar” y olvidarnos por completo de “decir”? No.

Para cada técnica hay un momento. La respuesta breve es la siguiente: usamos “mostrar” para momentos importantes de nuestra narración, para escenas fundamentales; por ejemplo, para la escena climática.

Un cuento (o novela) consiste de una sucesión de escenas. Veamos un cuento que consiste de siete escenas:

1. Un zapatero está en su lugar de trabajo.

2. Llega un amigo y le dice al zapatero que su esposa ha sido golpeada por un auto en la calle Central esquina calle Parque.

3. El zapatero llega hasta al lugar del accidente en su automóvil.

4. Estaciona su auto, se abre camino entre el público que observa el accidente, la policía no le permite acercarse a su esposa, convence a los policías y le permiten que llegue hasta su esposa, a quien le toma la mano.

5. Los paramédicos la suben a la ambulancia y le dicen al zapatero que no puede ir con ellos.

6. El zapatero busca su auto, se abre camino entre el tráfico, llega al hospital, se estaciona y entra al hospital.

7. Llega justo a tiempo para que su esposa, tras besarlo en la boca y decirle que lo amará para siempre, se muera en sus brazos.

¿Hay que “mostrar” las siete escenas?


En este caso, probablemente baste con mostrar la segunda, cuarta, quinta y séptima escena.

1. No hay que usar una escena para “mostrar” que es zapatero, porque eso se verá en la segunda escena, cuando el amigo llegue al lugar de trabajo.

2. Sería bueno “mostrar” la segunda escena porque nos da la oportunidad de conocer la reacción del zapatero ante la noticia. De una vez vemos cuál es su oficio, dónde trabaja, en qué condiciones trabaja, etc.

3. No es necesario “mostrar” cómo llegó a la escena del accidente. Basta con “decirlo”.

4. Quizás se quiera “mostrar” en detalle, en la cuarta escena, las dificultades que tuvo para llegar hasta su esposa.

5. Quizás se quiera “mostrar” la quinta escena para que los lectores vean la reacción del zapatero cuando le dicen que no puede subir a la ambulancia.

6. No es necesario “mostrar” cómo llegó al hospital.

7. Sería obligatorio “mostrar” la escena climática, para escuchar las últimas palabras de la esposa y “ver” su muerte y la reacción del zapatero.


Es importante entender que todo lo dicho por mí en los siete párrafos anteriores es meramente una versión de cómo se podrían escribir estas escenas. El arte de narrar es muy complejo. Cada “historia” puede contarse de millones de maneras diferentes.

Quizás, para la versión del escritor X, sea importante “mostrar” la primera escena. Podría desear “mostrar” en detalle cómo es el trabajo del zapatero, cómo es su personalidad, cómo se lleva con sus compañeros de trabajo y con los clientes, antes de que el amigo llegue con la mala noticia. En ese caso, se le podrían dedicar muchas páginas a la primera escena, que para fines de mi ejemplo dije que bastaba con “decirla” o incluso obviarla por completo.

Otro escritor podría optar por “mostrar” en detalle la tercera escena. Contar que el zapatero está tan nervioso que apenas puede encender su auto. Le sudan las manos. Llora. Está tan distraído y nervioso que por poco choca el carro. Al llegar, antes de bajar del auto, apoya la cabeza contra el guía y llora nuevamente. Al salir, se cae de rodillas, besa la tierra y le ruega al cielo que proteja a su esposa. Etcétera.

Otro escritor podría usar esta misma tercera escena, que yo descarté, para mostrar que el marido va en el carro fumando y feliz. Sonríe. De vez en cuando suelta una carcajada. Escucha reguetón en la radio. Y llama a una mujer con su celular y le dice: “Mi amor, estamos de suerte, creo que pronto seré viudo. ¡Hay que celebrar!”

Este mismo escritor podría entender que basta con “decir” la cuarta escena porque ya no es importante. En vez de mostrar toda la situación, le bastará con decir: “Se abrió camino entre el público y convenció a los policías para que lo dejaran llegar hasta su esposa, a quien le cogió la mano”.

En resumen, es más efectivo “mostrar”. Es un defecto que un cuento (o novela) esté todo “dicho”. Más que una narración, vendría siendo casi un resumen, porque el lector apenas podrá “ver” (o sentir) la acción y los detalles de la historia.

Como regla básica, por tanto, las escenas más importantes de un cuento o novela deben “mostrarse”, aunque todo dependerá del objetivo final del autor.

miércoles, 19 de abril de 2023

Salomón y Azrael

 SALOMÓN Y AZRAEL[1]


Yalal ad-Din Muhammad -

Rumi (1207-1273)

Un hombre vino muy temprano a presentarse en el palacio del profeta Salomón, con el rostro pálido y los labios descoloridos.

Salomón le preguntó:

—¿Por qué estás en ese estado?

Y el hombre le respondió:

—Azrael, el ángel de la muerte me ha dirigido una mirada impresionante, llena de cólera. ¡Manda al viento, por favor te lo suplico, que me lleve a la India para poner a salvo mi cuerpo y mi alma!

Salomón mandó, pues, al viento que hiciera lo que pedía el hombre. Y, al día siguiente, el profeta preguntó a Azrael:

—¿Por qué has echado una mirada tan inquietante a ese hombre, que es un fiel? Le has causado tanto miedo que ha abandonado su patria.

Azrael respondió:

—Ha interpretado mal mi mirada. No lo miré con cólera, sino con asombro. Dios, en efecto, me había ordenado que fuese a tomar su vida en la India, y me dije: ¿Cómo podría, a menos que tuviese alas, trasladarse a la India?

FIN




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El anterior cuento fue leído y analizado en una de las sesiones del taller de Crea-Acción literaria y se propuso el siguiente ejercicio: 


Responder.

·         ¿Qué sucede en el cuento?

·         ¿Quién es el narrador?

·         ¿Cuántos los personajes hay? ¿Cuáles?

·         ¿Cuántas acciones narrativas hay en el cuento?

·         ¿A quién le ocurre la historia? 

·         ¿Dónde ocurre el cuento?

·         ¿Cuándo ocurre la historia?

·         ¿Cuánto tiempo transcurre en la historia


Como puede verse, en muchos de los cuentos, cuando están bien escritos, el autor imprime algunas claves que no se dicen, pero se muestran.  Por ejemplo, no es necesario establecer la época o el lugar, pero se manipula la mente del lector para que se haga una idea de lo que el escritor quiere. 


Adicionalmente, esta historia tiene muchas versiones.  Conozco al menos 17 de ellas.  A continuación, comparto dos: 

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EL GESTO DE LA MUERTE[2]

Jean Cocteau (1889-1963)

Un joven jardinero persa dice a su príncipe:

—¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán.

El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:

—Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?

—No fue un gesto de amenaza —le responde— sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.

FIN

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LA MUERTE EN SAMARRA[3]

Gabriel García Márquez (1927-2014)

El criado llega aterrorizado a casa de su amo.

—Señor —dice—, he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho una señal de amenaza.

El amo le da un caballo y dinero, y le dice:

—Huye a Samarra.

El criado huye. Esa tarde, temprano, el señor se encuentra a la Muerte en el mercado.

—Esta mañana le hiciste a mi criado una señal de amenaza —dice.

—No era de amenaza —responde la Muerte—, sino de sorpresa. Porque lo veía ahí, tan lejos de Samarra, y esta misma tarde tengo que recogerlo allá.

FIN



[1] Rumi. Coplas espirituales. Siglo XIII

[2] Jean Cocteau. La gran separacion.  1923

[3] Gabriel García Marquez.  Cómo se cuenta un cuento.  1995

miércoles, 12 de abril de 2023

“Respirar era prácticamente lo único normal que había en nuestras vidas” (239)

Apuntes sobre Estrellas bajo los pies (2014) de David Barclay Moore


Me recomendaron leer Estrellas bajo los pies, la ópera prima de David Barclay Moore que ya alcanzó una adaptación al cine; aunque no he tenido la oportunidad de verla.

La empecé a leer con mucha ilusión, pues es la única manera que conozco de hacerlo. Siempre leo pensando que voy a encontrar, ¡por fin!, una obra que estaba esperando por mí; o algo así, la verdad es que siempre exagero.

Esta novela juvenil está narrada en primera persona. Tiene treinta y siete capítulos cortos, de párrafos rápidos. Es casi cinematográfica, sin ornamentos y con pocas reflexiones. Una obra dueña de algunas imágenes memorables; por ejemplo, la escena en la que los protagonistas lanzan al río oscuro un arma de fuego, como si lanzaran todo el peso que sus corazones, hasta ese momento, podían soportar.

Sin embargo, debo confesar que por momentos me distrajeron los modismos. Leí una traducción, ¡a la colombiana!, de una obra escrita originalmente en inglés. No sé qué otros riesgos tomó la traducción, pero por momentos me dio la impresión de que se trata, además, de una edición “suavizada”. Sólo es una impresión.

Continué con la lectura por la historia de su protagonista, Lolly, un niño de doce años que se ve obligado a crecer rápidamente. Debe convertirse, pronto, en un adulto. Miren, él vive en Harlem, en una isla dentro de una isla; así describe a su barrio. Está acorralado por las pandillas y los matones, y día a día recuerda con tristeza y amargura a su hermano, recientemente asesinado. Por lo anterior ha decidido que nunca más volverá a ser feliz. Solo intenta sobrevivir, reponerse al duelo, ¡pero siente culpa! Cree, en su interior, que él también le falló a su hermano y que su falta permitió aquel crimen que le ha partido la vida en dos.

Por suerte, Lolly inventa mundos gracias a las piezas de Lego. Construir aquellos mundos lo distrae de la realidad y también lo cura y le permite reponerse de las penas, de la soledad, de la tristeza y de la culpa.

Esta novela también cuenta la historia de otros adolescentes que no saben si llegarán a ser adultos. Sus ojos ven en todos a un enemigo o a un obstáculo para sobrevivir. Estos jóvenes vagan por una ciudad que se los traga enteros. Ya saben demasiado sobre el suicidio, e incluso han tenido que presenciar suficientes venganzas y asesinatos. Parece ser la historia de los jóvenes a los que la educación les mintió; aunque no así algunos de sus profesores...

Al final de la obra, Lolly aprenderá que a veces es más fácil derribar algo hermoso, que construirlo; de la misma manera en que aprenderá que seguir adelante con su vida no significa olvidar a sus seres queridos, ni mucho menos traicionarlos. Pero sobre todo, aprenderá que la vida no tiene planos, ni instrucciones.

Es cierto que esta es una novela sobre los marginados y las víctimas de la intolerancia étnica y sexual. Una novela en la que, incluso, un regalo puede provocar una tragedia. Sin embargo, al final de sus páginas me queda la impresión de que es una novela “políticamente correcta”, muy actual, que sólo se arriesga lo suficiente... De nuevo: no sé si es un asunto de la traducción; pues ya sabemos que todo trasvase es una nueva creación.

La obra, de seguro, seguirá siendo un éxito. Por mi parte, seguiré leyendo a la búsqueda… ¿Alguna recomendación?


Barclay Moore, David.
Estrellas bajo los pies (2014 [2019]).
Bogotá: Panamericana Editorial, 256 p. Traducción: María Mercedes Correa.

Estos apuntes aparecieron por primera vez en el blog guardopalabras: Enlace.

miércoles, 5 de abril de 2023

Apuntes sobre "Las brujas" (1983) de Roald Dahl

Las brujas es una novela juvenil, y es una novela doble: su primera mitad podría ser pensada como una novela de terror, y su segunda mitad como una de aventuras. ¡Pero qué manía querer etiquetarlo todo! Digamos entonces que es literatura, y punto.

Lo anterior es algo que olvidamos con frecuencia, me explico: antes de ser “para jóvenes”, o “de terror”, o “de aventuras”, la obra tiene que ser literatura, y Roald Dahl demostró siempre ser uno de estos escritores. Su consagración literaria es más importante que cualquier clasificación y que cualquier polémica o intento de “cancelación” (que quieren cambiar la manera en que su obra se refiere a la apariencia, al peso y al género de sus personajes porque resulta que ahora es ofensiva, misógina, e incluso: invita al suicidio. ¡Puras patrañas inoficiosas!).

La novela trata sobre un niño que termina de criarse con su abuela, de más de ochenta años, luego de la muerte de sus padres. La abuela es una cazadora de brujas retirada que lo informa bastante bien: las brujas existen y son muy peligrosas, ellas quieren acabar con todos los niños del mundo, y lo más importante: identificarlas es casi imposible, pues han aprendido a ocultar todo aquello que las pone en evidencia (esconden sus calvas debajo de pelucas y sombreros, disimulan sus garras vistiendo guantes y sus pies deformes llevando zapatos, etc.).

Este es el planteamiento de la historia, repito: un mundo donde las brujas existen, quieren acabar con los niños, y donde es imposible identificarlas. ¿Acaso no estamos hablando de una “atmósfera” totalmente angustiante, terrorífica? ¿Cómo escapar de un mundo así? ¿Acaso se puede? Permítanme una exageración: ¡Ni Lovecraft se atrevió a tanto!

Considero que esta novela es un buen ejemplo de la manera en que los autores utilizan el terror para el público infantil y juvenil. Se trata de un uso mediado, en este caso, por el humor y la aventura.

Pero esperen, porque las cosas se complican: nuestro protagonista se verá encerrado en un auditorio, en el Congreso Anual de las brujas, con más de doscientas de ellas. ¡Pobre criatura!

Y tendrá qué ingeniárselas para escapar de allí. Él hará todo lo posible y lo logrará, pero convertido en un ratón. ¡Demonios!

Por suerte, y gracias a la ayuda de su abuela, logrará replegarse, pensar un plan y atacar a las brujas para acabar con ellas, en especial, para acabar con la Gran Bruja, la líder mundial de todas ellas.

No es necesario que les cuente cada intento y cada lucha para sobrevivir… quien no la haya leído ya tendrá la oportunidad de disfrutarla.

La obra de Dahl es divertida, rápida, de párrafos cortos, intercalados con diálogos que permiten que la acción avance a saltos. La información se dosifica a lo largo de las páginas, lo que mantiene el misterio y la pregunta: ¿ahora qué sucederá? Incluso, la novela incluye una canción digna de ser aprendida de memoria (120-122).

Además de la doble confluencia del terror y la aventura me gusta mucho que la narración sea autoconsciente: el propio protagonista le advierte a sus lectores que su historia no es "un cuento de hadas", es una historia sobre las brujas de verdad.

Asimismo, me gusta que los personajes se permiten algunas palabrotas y que ninguno de ellos resulte un ejemplo de comportamiento. En pocas palabras: los personajes de Dahl NO son marionetas, y quizás están más vivos que muchos de sus detractores.

Espero que disfruten el acento de la Gran Bruja, y todo lo relacionado con el “niñicida”: “Fórmula 86. Ratonizador de Acción Retardada”. Y ojalá les guste tanto el final de la obra como a mí.

Sé que el final de la obra desconcierta a los lectores y algunos no están dispuestos a aceptarlo, pero desde mi punto de vista, su final responde al mundo de la obra. No es un final impostado, no, de ninguna manera. Es un final dictado por el terror y la aventura; esto es lo que debemos entender. La novela, bajo ninguna circunstancia, se miente; ni tampoco le miente a sus lectores.

No sobra decir que de esta novela existen varias adaptaciones al cine y al teatro; incluso, de ella existen varias dramatizaciones radiofónicas y una ópera. Asimismo, la edición citada está ilustrada por Quentin Blake, quien ilustró gran parte de las obras del autor en sus ediciones originales.

Estos apuntes aparecieron por primera vez en el blog guardopalabras: Enlace.




Dahl, Roald.
Las brujas (1983 [2015]).
Colombia: Loqueleo, 296 p.
Traducción: María Luisa Balsero.
Ilustraciones: Quentin Blake.

miércoles, 29 de marzo de 2023

Basura: un cuento por medio de diálogos.

Esta semana comparto un cuento de un escritor brasileño, Luis Fernando Veríssimo, titulado “Basura”

Desde mi humilde concepto, es una verdadera obra de arte. 

El narrador solo emite la primera frase y luego no vuelve a hablar:  Simplemente deja que sus personajes conversen. El narrador no interfiere, no cuenta nada para que los personajes sean los que cuenten la historia en un diálogo que es fluido (como si fuera un diálogo real).

Aunque el narrador no dice nada, todo se MUESTRA en los diálogos.

Espero les guste.

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Basura 

 

Se encuentran en el área de servicio. Cada uno con su bolsa de basura. Es la primera vez que se hablan. 
- Buenos días... 
- Buenos días. 
- La señora es del 610 
- Y, el señor del 612 
- Sí. 
- Yo aún no lo conocía personalmente... 
- De hecho... 
- Disculpe mi atrevimiento, pero he visto su basura... 
-¿Mi qué? 
- Su basura. 
- Ah... 
- Me he dado cuenta que nunca es mucha. Su familia debe ser pequeña... 
- En realidad sólo soy yo. 
Mmmmmm. Me di cuenta también que usted usa mucha comida enlatada. 
- Es que yo tengo que hacer mi propia comida. Y como no sé cocinar. 
- Entiendo. 
- Y usted también... 
- Puede tutearme. 
- También perdone mi atrevimiento, pero he visto algunos restos de comida en su basura. Champiñones, cosas así... 
- Es que me gusta mucho cocinar. Hacer platos diferentes. Pero como vivo sola, a veces sobra... 
- Usted... ¿Tú no tienes familia? 
- Tengo, pero no son de aquí. 
- Son de Espírito Santo.  
-¿Cómo lo sabe? 
- Veo unos sobres en su basura. De Espírito Santo. 
- Claro. Mi madre me escribe todas las semanas. 
-¿Ella es profesora? 
-¡Esto es increíble! ¿Cómo adivinó? 
- Por la letra del sobre. Pensé que era letra de profesora. 
- Usted no recibe muchas cartas. A juzgar por su basura. 
- Así es. 
- Pero, el otro día tenía un sobre de telegrama arrugado. 
- Así fue. 
-¿Malas noticias? 
- Mi padre. Murió. 
- Lo siento mucho. 
-Él ya estaba viejito. Allá en el Sur. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos. 
-¿Fue por eso que volviste a fumar? 
-¿Cómo es que sabes? 
- De un día para otro comenzaron a aparecer paquetes de cigarrillos arrugados en su basura. 
- Es cierto. Pero conseguí dejarlo de nuevo. 
- Yo, gracias a Dios, nunca fumé. 
- Ya lo sé. Pero he visto unos vidriecitos de pastillas en su basura... 
- Tranquilizantes. Fue una fase. Ya pasó. 
-¿Peleaste con tu pololo, no es verdad? 
-¿Eso, también lo descubriste en la basura? 
- Primero el buqué de flores, con la tarjetita, tirado en la basura. Después, muchos pañuelitos de papel. 
- Es que lloré mucho, pero ya pasó. 
- Pero incluso hoy vi unos pañuelitos... 
- Es que estoy un poquito resfriada. 
- Ah. 
- Veo muchos crucigramas en tu basura. 
- Claro. Sí. Bien. Me quedo solo en casa. No salgo mucho. Tú me entiendes. 
-¿Polola? 
- No. 
- Pero hace unos días tenías una fotografía de una mujer en tu basura. Parecía bonita. 
- Estuve limpiando unos cajones. Cosa del pasado. 
- No rasgaste la foto. Eso significa que, en el fondo, tú quieres que ella vuelva. 
-¡Tú estás analizando mi basura! 
- No puedo negar que tu basura me interesó. 
- Qué divertido. Cuando escudriñé tu basura, decidí que quería conocerte. Creo que fue la poesía. 
-¡No! ¿Viste mis poemas? 
- Vi y me gustaron mucho. 
- Pero, ¡si son tan malos! 
- Si tú creías que eran realmente malos, los habrías rasgado. Y sólo estaban doblados. 
- Si yo supiera que los ibas a leer... 
- Sólo no los guardé porque, al final, los estaría robando. Si bien que, no sé: ¿la basura de la persona aún es propiedad de ella? 
- Creo que no. Basura es de dominio público. 
- Tienes razón. A través de la basura, lo particular se vuelve público. Lo que sobra de nuestra vida privada se integra con las sobras de los demás. La basura es comunitaria. Es nuestra parte más social. ¿Esto será así? 
- Bueno, ahí estás yendo harto lejos con la basura. Creo que... 
- Ayer, en tu basura... 
-¿Qué? 
-¿Me equivoqué o eran cáscaras de camarón? 
- Acertaste. Compré unos camarones enormes y los descasqué. 
-¡Me encantan los camarones! 
- Los descasqué, pero aún no los comí. Quien sabe, tal vez podamos... 
-¿Cenar juntos? 
- Por qué no. 
- No quiero darte trabajo. 
- No es ningún trabajo. 
- Pero vas a ensuciar tu cocina. 
- Tonterías. En un instante limpio todo y pongo los restos en la basura. 
-¿En tu basura o en la mía? 




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Basura, título original "Lixo", cuento de Luis Fernando Veríssimo, incluido en su libro de crónicas y cuentos O Analista de Bagé e, posteriormente, antologado en O Novo Conto Brasileiro por Malcolm Silverman (Rio de Janeiro, Nova Fronteira, 1985). 

Traducción de Paula Vera. 

miércoles, 22 de marzo de 2023

Cuando Hitler robó el conejo rosa. Reseña.

Con el permiso del profesor Gustavo Adolfo Bedoya, les transcribo el post de su blog Guardopalabras


Apuntes sobre Cuando Hitler robó el conejo rosa (1972) de Judith Kerr

Juan Manuel está a punto de graduarse y ya consiguió un empleo como profesor. “Voy a ser profesor”, me dijo. De seguro que se siente muy feliz, ¿y quién no? Con tantas dificultades tener un empleo, ¡cualquier empleo!, parece un milagro digno de celebrarse y agradecerse. Así van las cosas en este mundo…

Hace algunas semanas Juan Manuel me escribió pidiéndome un listado de obras literarias para leer con sus estudiantes. Cada vez que esto ocurre, cada vez que alguien como él confía en mi criterio, me siento orgulloso, tanto que –por ejemplo–, no dudo en contárselo a mis allegados.

Ese mismo día le respondí. Le dije que antes de pensar en un listado ideal debía revisar las existencias reales de la biblioteca del colegio y la biblioteca pública más cercana. Le dije que no obviara, por ningún motivo, los gustos y las expectativas de sus estudiantes, y que recordara que nuestra meta es formarlos como lectores críticos de cualquier tipo de texto, y no solo de los literarios. Al final me atreví a decirle que el cambio más importante en la educación NO es el tecnológico, tal como muchos creen ahora. El mayor cambio es pedagógico y didáctico, un cambio que también tiene que diferenciar a la evaluación de la calificación… Cerré mi respuesta diciéndole que no dudara en volver a escribirme, si lo creía necesario.

Espero que Juan Manuel tenga un inicio laboral inolvidable. El mejor de todos los inicios posibles. Espero que su alegría no desaparezca cuando la realidad se le presente ¡tan distinta! a la teoría.

Luego de enviarle mi respuesta me quedé pensando en los títulos de algunas obras literarias que no dudaría en leer con los estudiantes de cualquier escuela y colegio. Obviamente, en el caso hipotético en que bastara con mencionar el título para que –de alguna manera–, éstos aparecieran por arte de magia en las bibliotecas públicas y en las también hipotéticas bibliotecas de los estudiantes. Pensé, especialmente, en algunas novelas, a saber, en: Momo (1973) de Michael Ende; Las brujas (1983), de Roald DahlEl libro salvaje (2008), de Juan Villoro y en Cuando Hitler robó el conejo rosa (1972), de Judith Kerr; título que a continuación me permitiré comentar.

Cuando Hitler robó el conejo rosa (1972) es una novela que narra la manera en que su protagonista, una niña de nueve años, se enfrenta a la realidad de la Alemania nazi. En su historia, la protagonista advertirá el poder omnipresente de la propaganda, así como conocerá el daño que hacen las noticias falsas y sufrirá el miedo, la angustia y la desazón ante las próximas elecciones. La ciudad está invadida por la reproducción del rostro de aquel hombre que tanto daño le hará a ella y a su familia y que, desde su punto de vista, le ha robado su conejo rosa. En pocas palabras: esta es una novela que narra la manera en que el mundo adulto obliga a los niños a crecer, de la noche a la mañana; una novela en la que la realidad se traga entera los sueños.

Sé que mi lectura no puede agotar las interpretaciones de la novela. Sé que ella significa otras tantas cosas a sus otros lectores; sin embargo, quiero hacer énfasis sobre algunos aspectos de la obra que siempre han llamado mi atención:

Construir al enemigo: esta novela deja entrever la manera en que se construye al enemigo. Para ello se utiliza la propaganda y las noticias falsas, pero también el miedo y el odio. Miedo y odio que pueden ser enseñados y aprendidos. Los niños pueden aprenderlos de cualquier adulto. Así, en la novela, los otros, los enemigos, son vistos como “tacaños”, “groseros” y “holgazanes”, además de “sucios”. Cuidado: si los diferenciamos de nosotros mismos no habrá poder que impida que los ataquemos; lo llamaremos: defensa.

Un nuevo glosario: es clara la importancia del lenguaje para crear al enemigo, pero el lenguaje también permite en la novela enunciar a la nueva realidad: palabras y expresiones tales como “confiscación de la propiedad” y “depresión económica”, pero también, palabras como “refugiado” y “segregación”, y las expresiones “ponerle precio a la cabeza de alguien” o “campo de concentración”, entre muchas, muchas otras.

Demasiada realidad: el nuevo glosario, el glosario de la realidad, hará que los personajes de la novela deban afrontar su condición de refugiados, y aunque todos sufren a su manera, me gustaría recalcar la forma en que la madre debe soportar el mayor peso, pues es ella quien se hará cargo de la vida diaria de su familia en medio de la pobreza y el rechazo.

Madurar: la jovencísima protagonista de la novela también deberá enfrentarse a la realidad del refugiado y deberá hacerse consciente de lo que significa vivir una “infancia difícil”, en pocas palabras: deberá madurar, algo que quizás se pueda ejemplificar en el momento en que ella asume la responsabilidad de “vigilar” y “curar” las pesadillas de su padre… Quien no haya leído la novela no puede perderse este momento particular de la historia.

Sentirse siempre un extranjero: y por último, como refugiados, los protagonistas estarán obligados a adaptarse a las nuevas condiciones y costumbres de cada uno de los países que utilizan para huir de la guerra y la muerte. La novela, divertida en medio de la zozobra, también parece sugerirnos la idea de que, ante la guerra, debemos sentirnos siempre unos extranjeros. En definitiva, la novela parece decirnos que no podemos sentirnos ¡tan cómodos! ante la violencia y la injusticia.


Kerr, Judith.
Cuando Hitler robó el conejo rosa (1972 [2015]).
Colombia: Loqueleo, 333 p. Traducción: María Luisa Balsero.