Un cuento corto de Enrique Anderson Imbert.
La muerte
La automovilista (negro el vestido, negro el pelo, negros los ojos pero con la cara tan pálida que a pesar del mediodía parecía que en su tez se hubiese detenido un relámpago) la automovilista vio en el camino a una muchacha que hacía señas para que parara. Paró.
一¿Me llevas? Hasta el pueblo no más 一dijo la muchacha.
一Sube 一dijo la automovilista. Y el auto arrancó a toda velocidad por el camino que bordeaba la montaña.
一Muchas gracias 一dijo la muchacha con un gracioso mohín一 pero ¿no tienes miedo de levantar por el camino a personas desconocidas? Podrían hacerte daño. ¡Esto está tan desierto!
一No, no tengo miedo.
一¿Y si levantaras a alguien que te atraca?
一No tengo miedo.
一¿Y si te matan?
一No tengo miedo.
一¿No? Permíteme presentarme 一dijo entonces la muchacha, que tenía los ojos grandes, límpidos, imaginativos y enseguida, conteniendo la risa, fingió una voz cavernosa一. Soy la Muerte, la M-u-e-r-t-e.
La automovilista sonrió misteriosamente.
En la próxima curva el auto se desbarrancó. La muchacha quedó muerta entre las piedras. La automovilista siguió a pie y al llegar a un cactus desapareció.
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Enrique Anderson Imbert (Córdoba, 12 de febrero de 1910 - Buenos Aires, 6 de diciembre de 2000) fue un escritor, ensayista, crítico literario y profesor universitario argentino.
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