miércoles, 11 de enero de 2023

Escucho con mis ojos a los muertos

 Los libros son un invento maravilloso. Nos permiten conversar con los difuntos: escucharlos, conocerlos, sentir cómo nos aconsejan. 


Esta semana les comparto un poema de Francisco de Quevedo  (1580-1645)



Retirado en la paz de estos desiertos. 


Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.

Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.

Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años, vengadora,
libra, ¡oh gran don Josef!, docta la emprenta.

En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquella el mejor cálculo cuenta
que en la lección y estudios nos mejora.


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Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos 
(1580- 1645) fue un noble, político y escritor español del Siglo de Oro. Fue caballero de la Orden de Santiago a partir de 1618​ y señor de Torre de Juan Abad a partir de 1620. Junto con Luis de Góngora, con quien mantuvo una enemistad durante toda su vida, es reconocido como uno de los más notables poetas de la literatura española. Además de su poesía, fue un prolífico escritor de narrativa y teatro, así como de textos filosóficos y humanísticos.

miércoles, 4 de enero de 2023

Preludio. Poema de Sonia Emilce Sánchez García

Un poema de Sonia Emilce Sánchez García. 




Preludio



Lunes: entré al jardín:

deshijé a la suculenta;

arranqué el árbol de jade

–nunca trajo suerte–;

Me deshice del cactus, que en las noches

era burlado por las musarañas;

¡Flores! ­¡no había una sola!



Martes: reciclé la biblioteca:

el Quijote exhibió su lanza

con premura,

Ítaca me robó una lágrima;

Frida –desde el muro–

suspiró

al ver que a la papelera

solo fueron mis manuscritos.



Miércoles: abrí el closet:

oculto –tras la ropa negra–

estaba el viejo neceser,

lo abrí,

allí atesoraba

lo mejor de la vida,

–sólo recuerdos–,

susurré.



Jueves…

En las paredes:

fotos familiares,

cuadros anónimos,

huellas de ausencias,

boquetes que gritaban sus heridas,

manchas del tiempo,

soledades…



Viernes: entré a la cocina:

el grifo, con su lágrima constante,

murmuraba – sin doliente–,

el eco de una pena…

crujido de puertas viejas,

herrumbre

¡olvido…!



Sábado:

rapé mi cabello,

lavé mi cuerpo,

lo sequé con la ternura anhelada,

lo acaricié para compensar lo faltado.

Del neceser saqué los tesoros:

el vestido de ojalillo,

la chalina de seda,

el reloj de pulso, las argollas

y nuestro poema.

Maquillé mis labios y

– mientras sonreía–

en el espejo, a mi vieja imagen,

dijimos al unísono:

¡Estoy lista!



Domingo:

las cien flores blancas

del vestido y la chalina crecieron,

embelesada las seguí,

más… a la cita

tan solo mi alma llegó,

intenté volver:

pero lo impidieron

las raudas espinas…

abrazadas a mi cuerpo.



La autora:  Sonia Emilce García Sánchez 




Es Licenciada en Educación Especial. Perteneciente a la Red de Escritores Relata Sede Comedal (Dirigido: Luis Fernando Macías Z.) Publicaciones: El zoocielo (2014). Un regalo inusual (2016) Antología Relata 2017; Cuentos para toda clase de niños, de la colección Palabras Rodantes de Comfama y el Metro de Medellín (Octubre 2014); Gotas de Tinta (revista digital); Antología del taller de escritores – U de A. y Asmedas; Antología de escritores de la U de A. y Trabajos del taller II. Cuento infantil para colorear Corazón Valiente (2018) Editado por la Universidad CES, abril del 2018, y Una silueta para Maú (2022)



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miércoles, 28 de diciembre de 2022

Rapsodia Beleniana

No, no es una "inocentada" 

Los Muppets, Queen y la historia bíblica de Belén combinan muy bien. 


Espero que hayan tenido una feliz navidad y que el año que viene les traiga las mejores historias para contar. 

miércoles, 21 de diciembre de 2022

El regalo de los Reyes Magos. O. Henry

 Esta semana les traigo un excelente cuento de O. Henry.


Una verdadera obra de arte.


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EL REGALO DE LOS REYES MAGOS

Un dólar y ochenta y siete centavos. Eso era todo. Y setenta centavos estaban en céntimos. Céntimos ahorrados, uno por uno, discutiendo con el almacenero y el verdulero y el carnicero hasta que las mejillas de uno se ponían rojas de vergüenza ante la silenciosa acusación de avaricia que implicaba un regateo tan obstinado. Delia los contó tres veces. Un dólar y ochenta y siete centavos. Y al día siguiente era Navidad.


Evidentemente no había nada que hacer fuera de echarse al miserable lecho y llorar. Y Delia lo hizo. Lo que conduce a la reflexión moral de que la vida se compone de sollozos, lloriqueos y sonrisas, con predominio de los lloriqueos.

Mientras la dueña de casa se va calmando, pasando de la primera a la segunda etapa, echemos una mirada a su hogar, uno de esos departamentos de ocho dólares a la semana. No era exactamente un lugar para alojar mendigos, pero ciertamente la policía lo habría descrito como tal.

Abajo, en la entrada, había un buzón al cual no llegaba carta alguna, Y un timbre eléctrico al cual no se acercaría jamás un dedo mortal. También pertenecía al departamento una tarjeta con el nombre de “Señor James Dillingham Young”.

La palabra “Dillingham” había llegado hasta allí volando en la brisa de un anterior período de prosperidad de su dueño, cuando ganaba treinta dólares semanales. Pero ahora que sus entradas habían bajado a veinte dólares, las letras de “Dillingham” se veían borrosas, como si estuvieran pensando seriamente en reducirse a una modesta y humilde “D”. Pero cuando el señor James Dillingham Young llegaba a su casa y subía a su departamento, le decían “Jim” y era cariñosamente abrazado por la señora Delia Dillingham Young, a quien hemos presentado al lector como Delia. Todo lo cual está muy bien.

Delia dejó de llorar y se empolvó las mejillas con el cisne de plumas. Se quedó de pie junto a la ventana y miró hacia afuera, apenada, y vio un gato gris que caminaba sobre una verja gris en un patio gris. Al día siguiente era Navidad y ella tenía solamente un dólar y ochenta y siete centavos para comprarle un regalo a Jim. Había estado ahorrando cada centavo, mes a mes, y éste era el resultado. Con veinte dólares a la semana no se va muy lejos. Los gastos habían sido mayores de lo que había calculado. Siempre lo eran. Sólo un dólar con ochenta y siete centavos para comprar un regalo a Jim. Su Jim. Había pasado muchas horas felices imaginando algo bonito para él. Algo fino y especial y de calidad -algo que tuviera justamente ese mínimo de condiciones para que fuera digno de pertenecer a Jim. Entre las ventanas de la habitación había un espejo de cuerpo entero. Quizás alguna vez hayan visto ustedes un espejo de cuerpo entero en un departamento de ocho dólares. Una persona muy delgada y ágil podría, al mirarse en él, tener su imagen rápida y en franjas longitudinales. Como Delia era esbelta, lo hacía con absoluto dominio técnico. De repente se alejó de la ventana y se paró ante el espejo. Sus ojos brillaban intensamente, pero su rostro perdió su color antes de veinte segundos. Soltó con urgencia sus cabellera y la dejó caer cuan larga era.

Los Dillingham eran dueños de dos cosas que les provocaban un inmenso orgullo. Una era el reloj de oro que había sido del padre de Jim y antes de su abuelo. La otra era la cabellera de Delia. Si la Reina de Saba hubiera vivido en el departamento frente al suyo, algún día Delia habría dejado colgar su cabellera fuera de la ventana nada más que para demostrar su desprecio por las joyas y los regalos de Su Majestad. Si el rey Salomón hubiera sido el portero, con todos sus tesoros apilados en el sótano, Jim hubiera sacado su reloj cada vez que hubiera pasado delante de él nada más que para verlo mesándose su barba de envidia.


La hermosa cabellera de Delia cayó sobre sus hombros y brilló como una cascada de pardas aguas. Llegó hasta más abajo de sus rodillas y la envolvió como una vestidura. Y entonces ella la recogió de nuevo, nerviosa y rápidamente. Por un minuto se sintió desfallecer y permaneció de pie mientras un par de lágrimas caían a la raída alfombra roja.

Se puso su vieja y oscura chaqueta; se puso su viejo sombrero. Con un revuelo de faldas y con el brillo todavía en los ojos, abrió nerviosamente la puerta, salió y bajó las escaleras para salir a la calle.

Donde se detuvo se leía un cartel: “Mme. Sofronie. Cabellos de todas clases”. Delia subió rápidamente Y, jadeando, trató de controlarse. Madame, grande, demasiado blanca, fría, no parecía la “Sofronie” indicada en la puerta.

-¿Quiere comprar mi pelo? -preguntó Delia.

-Compro pelo -dijo Madame-. Sáquese el sombrero y déjeme mirar el suyo.

La áurea cascada cayó libremente.

-Veinte dólares -dijo Madame, sopesando la masa con manos expertas.

-Démelos inmediatamente -dijo Delia.

Oh, y las dos horas siguientes transcurrieron volando en alas rosadas. Perdón por la metáfora, tan vulgar. Y Delia empezó a mirar los negocios en busca del regalo para Jim.

Al fin lo encontró. Estaba hecho para Jim, para nadie más. En ningún negocio había otro regalo como ése. Y ella los había inspeccionado todos. Era una cadena de reloj, de platino, de diseño sencillo y puro, que proclamaba su valor sólo por el material mismo y no por alguna ornamentación inútil y de mal gusto… tal como ocurre siempre con las cosas de verdadero valor. Era digna del reloj. Apenas la vio se dio cuenta de que era exactamente lo que buscaba para Jim. Era como Jim: valioso y sin aspavientos. La descripción podía aplicarse a ambos. Pagó por ella veintiún dólares y regresó rápidamente a casa con ochenta y siete centavos. Con esa cadena en su reloj, Jim iba a vivir ansioso de mirar la hora en compañía de cualquiera. Porque, aunque el reloj era estupendo, Jim se veía obligado a mirar la hora a hurtadillas a causa de la gastada correa que usaba en vez de una cadena.

Cuando Delia llegó a casa, su excitación cedió el paso a una cierta prudencia y sensatez. Sacó sus tenacillas para el pelo, encendió el gas y empezó a reparar los estragos hechos por la generosidad sumada al amor. Lo cual es una tarea tremenda, amigos míos, una tarea gigantesca.

A los cuarenta minutos su cabeza estaba cubierta por unos rizos pequeños y apretados que la hacían parecerse a un encantador estudiante holgazán. Miró su imagen en el espejo con ojos críticos, largamente.

“Si Jim no me mata, se dijo, antes de que me mire por segunda vez, dirá que parezco una corista de Coney Island. Pero, ¿qué otra cosa podría haber hecho? ¡Oh! ¿Qué podría haber hecho con un dólar y ochenta y siete centavos?.”

A las siete de la noche el café estaba ya preparado y la sartén lista en la estufa para recibir la carne.

Jim no se retrasaba nunca. Delia apretó la cadena en su mano y se sentó en la punta de la mesa que quedaba cerca de la puerta por donde Jim entraba siempre. Entonces escuchó sus pasos en el primer rellano de la escalera y, por un momento, se puso pálida. Tenía la costumbre de decir pequeñas plegarias por las pequeñas cosas cotidianas y ahora murmuró: “Dios mío, que Jim piense que sigo siendo bonita”.

La puerta se abrió, Jim entró y la cerró. Se le veía delgado y serio. Pobre muchacho, sólo tenía veintidós años y ¡ya con una familia que mantener! Necesitaba evidentemente un abrigo nuevo y no tenía guantes.

Jim franqueó el umbral y allí permaneció inmóvil como un perdiguero que ha descubierto una codorniz. Sus ojos se fijaron en Delia con una expresión que su mujer no pudo interpretar, pero que la aterró. No era de enojo ni de sorpresa ni de desaprobación ni de horror ni de ningún otro sentimiento para los que que ella hubiera estado preparada. Él la miraba simplemente, con fijeza, con una expresión extraña.

Delia se levantó nerviosamente y se acercó a él.

-Jim, querido -exclamó- no me mires así. Me corté el pelo y lo vendí porque no podía pasar la Navidad sin hacerte un regalo. Crecerá de nuevo ¿no te importa, verdad? No podía dejar de hacerlo. Mi pelo crece rápidamente. Dime “Feliz Navidad” y seamos felices. ¡No te imaginas qué regalo, qué regalo tan lindo te tengo!

-¿Te cortaste el pelo? -preguntó Jim, con gran trabajo, como si no pudiera darse cuenta de un hecho tan evidente aunque hiciera un enorme esfuerzo mental.

-Me lo corté y lo vendí -dijo Delia-. De todos modos te gusto lo mismo, ¿no es cierto? Sigo siendo la misma aún sin mi pelo, ¿no es así?

Jim pasó su mirada por la habitación con curiosidad.

-¿Dices que tu pelo ha desaparecido? -dijo con aire casi idiota.

-No pierdas el tiempo buscándolo -dijo Delia-. Lo vendí, ya te lo dije, lo vendí, eso es todo. Es Nochebuena, muchacho. Lo hice por ti, perdóname. Quizás alguien podría haber contado mi pelo, uno por uno -continuó con una súbita y seria dulzura-, pero nadie podría haber contado mi amor por ti. ¿Pongo la carne al fuego? -preguntó.

Pasada la primera sorpresa, Jim pareció despertar rápidamente. Abrazó a Delia. Durante diez segundos miremos con discreción en otra dirección, hacia algún objeto sin importancia. Ocho dólares a la semana o un millón en un año, ¿cuál es la diferencia? Un matemático o algún hombre sabio podrían darnos una respuesta equivocada. Los Reyes Magos trajeron al Niño regalos de gran valor, pero aquél no estaba entre ellos. Este oscuro acertijo será explicado más adelante.

Jim sacó un paquete del bolsillo de su abrigo y lo puso sobre la mesa.

-No te equivoques conmigo, Delia -dijo-. Ningún corte de pelo, o su lavado o un peinado especial, harían que yo quisiera menos a mi mujercita. Pero si abres ese paquete verás por qué me has provocado tal desconcierto en un primer momento.

Los blancos y ágiles dedos de Delia retiraron el papel y la cinta. Y entonces se escuchó un jubiloso grito de éxtasis; y después, ¡ay!, un rápido y femenino cambio hacia un histérico raudal de lágrimas y de gemidos, lo que requirió el inmediato despliegue de todos los poderes de consuelo del señor del departamento.

Porque allí estaban las peinetas -el juego completo de peinetas, una al lado de otra- que Delia había estado admirando durante mucho tiempo en una vitrina de Broadway. Eran unas peinetas muy hermosas, de carey auténtico, con sus bordes adornados con joyas y justamente del color para lucir en la bella cabellera ahora desaparecida. Eran peinetas muy caras, ella lo sabía, y su corazón simplemente había suspirado por ellas y las había anhelado sin la menor esperanza de poseerlas algún día. Y ahora eran suyas, pero las trenzas destinadas a ser adornadas con esos codiciados adornos habían desaparecido.

Pero Delia las oprimió contra su pecho y, finalmente, fue capaz de mirarlas con ojos húmedos y con una débil sonrisa, y dijo:

-¡Mi pelo crecerá muy rápido, Jim!

Y enseguida dio un salto como un gatito chamuscado y gritó:

-¡Oh, oh!

Jim no había visto aún su hermoso regalo. Delia lo mostró con vehemencia en la abierta palma de su mano. El precioso y opaco metal pareció brillar con la luz del brillante y ardiente espíritu de Delia.

-¿Verdad que es maravillosa, Jim? Recorrí la ciudad entera para encontrarla. Ahora podrás mirar la hora cien veces al día si se te antoja. Dame tu reloj. Quiero ver cómo se ve con ella puesta.

En vez de obedecer, Jim se dejo caer en el sofá, cruzó sus manos debajo de su nuca y sonrió.

-Delia -le dijo- olvidémonos de nuestros regalos de Navidad por ahora. Son demasiado hermosos para usarlos en este momento. Vendí mi reloj para comprarte las peinetas. Y ahora pon la carne al fuego.


Los Reyes Magos, como ustedes seguramente saben, eran muy sabios -maravillosamente sabios- y llevaron regalos al Niño en el Pesebre. Ellos fueron los que inventaron los regalos de Navidad. Como eran sabios, no hay duda que también sus regalos lo eran, con la ventaja suplementaria, además, de poder ser cambiados en caso de estar repetidos. Y aquí les he contado, en forma muy torpe, la sencilla historia de dos jóvenes atolondrados que vivían en un departamento y que insensatamente sacrificaron el uno al otro los más ricos tesoros que tenían en su casa. Pero, para terminar, digamos a los sabios de hoy en día que, de todos los que hacen regalos, ellos fueron los más sabios. De todos los que dan y reciben regalos, los más sabios son los seres como Jim y Delia. Ellos son los verdaderos Reyes Magos.

FIN

miércoles, 14 de diciembre de 2022

La magia de la navidad

Esta es una reflexión que nos comparte Luisa Fernanda Mesa, médica, escritora y fotógrafa. 


Si tienes dificultad para leer el texto completo, lo trascribo a continuación.

miércoles, 7 de diciembre de 2022

Invictus: William Ernest Henley

 Las redes sociales son un caldo de cultivo para la desinformación.  

Hace algún tiempo vi que le atribuían a Morgan Freeman un poema escrito por William Henley. 

Para ser exactos, el mensaje que encontré en Facebook consistía en una fotografía del actor norteamericano, confundiéndolo con Nelson Mandela, quien supuestamente era el autor de tal poema. 

Ni lo uno, ni lo otro, sino todo lo contrario.

¿Cómo así?

En la película "Invictus" se muestra a Nelson Mandela (interpretado por Morgan Freeman) recitando durante su cautiverio el poema de Henley.

Aquí viene la historia real:  

William Ernest Henley  Nació en Gloucester (Inglaterra) en 1849.  Siendo niño sufrió tuberculosis, luego le fue amputada una pierna.  En Edimburgo se hizo amigo de Robert Louis Stevenson quien -se cuenta- se inspiró en Henley para su personaje de Long John Silver para su novela "La Isla del Tesoro". (Sí, el personaje de la pata de palo).

Henley escribió con Stevenson cuatro obras de teatro, luego fue crítico y autor de la Revista de Arte y de otras revistas más. Como editor publicó obras de Thomas Hardy, Sir James Barrie (creador de Peter Pan), George Bernard Shaw, H.G. Wells y Rudyard Kipling, entre otros.  

En 1875 William Ernest Henley escribió un libro de poemas titulado "In Hospital" que fue publicado según unas fuentes en 1888 y otras en 1903, año de la muerte del poeta.  Precisamente "Invictus" era el poema que Mandela solía recitar en su cautiverio. 

Luego llegaron Hollywood, las redes sociales y la gente que no cuestiona lo que lee. 

A continuación, les comparto el poema.

INVICTUS

Out of the night that covers me,
Black as the Pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be
For my unconquerable soul. -

In the fell clutch of circumstance
I have not winced nor cried aloud.
Under the bludgeonings of chance
My head is bloody, but unbowed. -

Beyond this place of wrath and tears
Looms but the horror of the shade,
And yet the menace of the years
Finds, and shall find me, unafraid.

It matters not how strait the gate,
How charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate;
I am the captain of my soul.

INVICTUS

Más allá de la noche que me cubre
negra como el abismo insondable,
doy gracias a los dioses que pudieran existir
por mi alma invicta.

En las azarosas garras de las circunstancias
nunca me he lamentado ni he pestañeado.
Sometido a los golpes del destino
mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.

Más allá de este lugar de cólera y lágrimas
donde yace el Horror de la Sombra,
la amenaza de los años
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.

No importa cuán estrecho sea el portal,
cuán cargada de castigos la sentencia,
soy el amo de mi destino:
soy el capitán de mi alma.


miércoles, 30 de noviembre de 2022

Prometo extrañarte. Melissa Monsalve Barrera.

A continuación, compartimos una reseña hecha por el profesor Gustavo Adolfo Bedoya*, del libro Prometo extrañarte, de la escritora Melissa Monsalve Barrera.  


LA VIDA NO SIEMPRE ES JUSTA

Reseña del libro Prometo extrañarte (2022) de Melissa Monsalve Barrera.

Tomado del blog Guardopalabras.blogspot.com


El día más triste de mis casi doce años de vida empezó igual que cualquier otro; la mala noticia llegó después.


Prometo extrañarte, de Melissa Monsalve Barrera, es una novela corta, de un poco más de setenta cuartillas. En ella se narra la historia de Moisés, quien está a punto de cumplir doce años y quien ya ha vivido lo suficiente para comprender que la vida NO siempre es justa.

La novela se concentra en las diferentes maneras en las que asumimos la pérdida de un ser querido. También es la historia de una carta que nunca dejaremos de escribir, tal como debería suceder con las cosas importantes de nuestra existencia.

En pocas palabras: Prometo extrañarte es una metáfora sobre la desigualdad de nuestras fuerzas para afrontar la muerte de un ser querido: si bien es cierto que siempre terminamos por asumirla, también es cierto que nunca nos acostumbramos a ella.

Esta es una novela sobre la memoria y la nostalgia, y también sobre algo que nos provoca tanto miedo como la muerte misma: la pérdida de nuestros recuerdos.

Su personaje protagónico es entrañable: lleno de preguntas y miedos, como el más fuerte y apto de entre todos nosotros. Su personalidad se deja entrever con todo lo que hace y dice, pero también con todo aquello que soporta y calla.

La autora de la novela hace uso de un lenguaje preciso, pero sobre todo: delicado; tal como los temas que expone y su tratamiento. Junto con todo lo que la obra dice y expone, muchas otras quedan apenas sugeridas, tal como pasa en la vida misma.

También es una novela sobre el amor a la música y sobre el protagonismo que en nuestras vidas tienen los silencios. Es una obra que describe, con precisión, la manera en que se forma el vacío en nuestros estómagos y la manera en que nuestras gargantas se hacen de piedra.

Estoy seguro de que esta novela no dejará de emocionar al lector. Lo interrogará cara a cara, y le dirá que no hay nada de malo en extrañar. ¿Cómo no entristecernos si en estos mismos momentos no tenemos a nuestro lado a quien ya se ha marchado?, ¿cómo no querer llorar porque no hay nada que podamos hacer para cambiar las cosas?, ¿cómo no sentirnos como aquel niño que corre a su cuarto y se lanza encima de su cama para ocultar su rostro y también sus pensamientos?

La novela de Melissa es todo esto, y un poco más. También es el ejemplo de una escritura sin maniqueísmos. Una escritura que no atiende a concesiones y que está interesada, únicamente, en la exposición literaria de nuestra naturaleza. Es, por último, el augurio de otras historias y de sus personajes. Ojalá que todos prometamos leerlas.


La autora: Melissa Monsalve Barrera, Medellín. 


Comunicadora en lenguajes audiovisuales. Creció leyendo, escribiendo y pensando su realidad a través de la literatura. Usualmente tiene variados personajes viviendo –sin pagar alquiler– en su cabeza. Moisés, protagonista de este libro, es uno de ellos. 



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*Gustavo A. Bedoya S. 

Profesor e investigador de literatura. Ganador de varios premios de literatura, y autor del blog de reseñas: https://guardopalabras.blogspot.com/