miércoles, 31 de mayo de 2023

Rem tene, verba sequentur

Rem tene, verba sequentur

o

Escribir primero, teorizar después. 

Por Carlos Alberto Velásquez Córdoba


Hay quienes quieren teorizarlo todo. Lo veo con frecuencia en los talleres literarios. Para algunos es más importante, al momento de sentarse a escribir, pensar si el texto que acometerán es una anécdota, una crónica, una estampa, una semblanza o un cuento, (y si se definen por este último, quieren tener claro si será un cuento clásico, un cuento moderno o un cuento postmoderno). Para ellos es más importante eso, que escribir un texto que sea gramaticalmente correcto y que su contenido llegue al lector.  

Desde mi humilde opinión, cuando uno escribe algo, solo importan dos cosas:  Tener algo para decir, y escribirlo bien.  No existe ninguna otra consideración. 

Cuando uno va a hablar con un amigo o con el gerente de la empresa, uno no piensa si utilizará lenguaje formal o coloquial. Uno no planea si va a usar palabras cultas o si en su lenguaje incluirá modismos o neologismos. Simplemente habla como le vayan llegando las palabras la cabeza. Posiblemente a algunos personajes se le saldrá la frase "Qué más, parcero" cuando salude al gerente de la compañía al cual ni siquiera conoce, pero esto no es lo normal.  El lenguaje es intuitivo. Asi como mi cerebro escoge las palabras específicas para hablarle a un amigo, escoge otro tipo de lenguaje cuando me enfrento a un desconocido. Lo importante es tener clara la idea que se va a expresar.  Bien lo dice la alocución latina Rem tene, verba sequentur. (domina el tema, que las palabras vendrán después).

De la misma forma, cuando decido escribir un texto, mi area de broca (area cerebral del lenguaje) selecciona las palabras y la estructura en que se expresará lo que quiero decir. Dicho de otra forma, lo primero es tener la idea, y luego escribir las cosas como se ocurran. Después vendrá un proceso que se da en la corteza frontal, proceso en el cual debo revisar si lo que escribí es coherente, es lógico, si hay brechas o confusión en la narración, si las palabras elegidas son las correctas, y si las frases tienen la semántica que se pretendía. (edición y corrección).

No corresponde al escritor definir si el texto está enmarcado en una u otra categoría. Eso se lo dejamos a los teóricos. La función de un escritor es tener un texto que diga algo, y que esté escrito de una forma gramaticalmente correcta para que llegue al lector con el mismo significado con el que fue concebido.  Un texto no puede tener confusion ni brechas en el relato. 

De ahí que todo escritor debe tener dominio de las palabras que usa, de lo que quiere decir, y ser capaz de revisar si lo que quiso decir sera entendido de la misma forma por el lector. 

Una vez se tiene construido el texto 一cuento, relato, narración, crónica, ensayo, viene la clasificación (que no es obligatoria, ni necesaria).  Nadie desdeña un plato de fríjoles si se llegara a enterar que ya no pertenecen a la familia de las leguminosas. Un lobo no dejará de ser lobo si alguien decide que ya no pertenece a la familia de los cánidos y un gato no perderá sus características porque alguien ha decidido que ya no está catalogado como felino.  

De manera que, el consejo que puedo dar a los escritores en formación es que no se preocupen por catalogar sus obras dentro de un género o estilo determinado.  Escriban sus textos pensando en lo importante: ¿Qué es lo que quiero decir?  ¿Está lo suficientemente bien escrito para que el lector me comprenda?  No se requiere de nada más.  

Para aquellos que disfrutan catalogando y clasificando, les traigo un video del doctor Lauro Zavala, de uno de los principales teóricos contemporáneos del cuento. Espero que observen que un buen texto no se construye teorizando, sino intuitivamente. Solo una vez construido será posible teorizar sobre el resultado. 







miércoles, 24 de mayo de 2023

Viejo Roble querido: Laura María Arango Restrepo

Hoy les traemos esta poesía que está dedicada al abuelo de la escritora. Mañana William o mejor "Toto" como le dicen sus nietos e hijos, cumple noventa y cuatro años y que mejor homenaje que las palabras de su nieta. 


VIEJO ROBLE QUERIDO


Las hojas más altas 

hace días que palidecieron,

rápidamente 

han ido secándose y cayendo,

una a una las ha arrancado 

con paciencia

el viento.


Las vetas del tronco nos lo decían,

pero hay destinos inexorables

y ni el riego, 

ni el abono,

ni la atención

podían detener el paso del tiempo.


Te acuerdas

como brillaba, verde, hace años,

cuánta sombra nos dio con sus hojas,

cuantos juegos patrocinó a su abrigo.


Te acuerdas como sostuvo la casa,

como amarró el terreno,

como resistió el viento, 

el frío,

la sequía

y aun así siguió floreciendo.


Miralo, 

miralo conmigo este rato

sentí su corteza,

su piel ajada;

oí su ronquido,

su mirada de niño.


Veni, 

calmale el miedo a tu viejo

que pronto 

se quedará dormido.    




¡Te amo abuelito!
___________


Laura María Arango Restrepo


(Medellín, Antioquia, 1988). Nació rodeada de una familia amorosa y extensa. Pasó los primeros años de su infancia en Bogotá. Regresó en 1998 a su ciudad natal, donde se radicó desde entonces. Médica general de la Universidad de Antioquia, egresada en 2012, ejerce sus labores en un servicio de urgencias de alta complejidad. Esposa de otro galeno y madre de un niño de cuatro años, Lucas, con quien comparte la pasión de crear historias. 

La pandemia le brindó el tiempo para volver a enfocarse en sí misma y reencontrarse con el placer de escribir; desde entonces participa en dos talleres literarios de la Red Relata: el Taller de Comedal, con Luis Fernando Macías, y el Taller de Historias, con Carlos Alberto Velásquez. Hizo su primera publicación en 2021 con la Editorial Libros para Pensar en una antología llamada Eso es puro cuento, y posteriormente en la Antología Relata del Ministerio de Cultura.  La autora tiene varios cuentos y poemas y se encuentra trabajando en un proyecto de novela que tiene como nombre Al otro lado de mí.

Más cuentos de Laura Arango

miércoles, 10 de mayo de 2023

Escribir números en un texto literario ¿cómo hacerlo?

¿Cómo se escriben los números en un texto literario? ¿es mejor escribir la edad de un personaje en cifras o en letras? ¿cómo escribir las fechas y las horas?  



Lo primero es que no existe ninguna norma obligatoria, y en un texto literario el autor tiene libertad de escribir los números como le venga en gana. Sin embargo, hay algunas recomendaciones que hacen que una forma sea mejor que la otra, cuando se trata de un texto literario.


Los números cardinales 

Cuando escribimos una obra literaria o un texto no técnico, la R.A.E. recomienda que escribamos los números cardinales con letras, a no ser que se trate de un número muy complejo. Por regla general los números pequeños (aquellos números que puedan expresarse en tres palabras o menos) se escriben con letras:

  • Es profesora y ha escrito cinco novelas
  • Juan tiene treinta y cinco años. 
  • El salón tiene capacidad para cuarenta y ocho alumnos. 
  • Te he dicho un millón de veces que no seas exagerado. 

Cuando el número es más largo, debe escribirse en cifras:  

  • José vive en un pueblo de 325 957 habitantes y cobra 2859 dólares al mes.

Observen que estas cifras no llevan punto. Hay una norma de la R.A.E que establece que los números de cuatro cifras no llevan punto. Sin embargo, los que tienen más de cuatro cifras deben separarse en guarismos de mil.  Veamos dos ejemplos 

  • Ese municipio tiene 325 957 habitantes.  
  • Para el 2023, el salario mínimo en Colombia es de 1 300 606 pesos

Por supuesto, se trata de recomendaciones. No faltará el que prefiera escribir "1.300.606 pesos" con puntos. 


Cuándo escribir en cifras

En algunos casos hay que escribir en cifra y no con letras, como sucede con los porcentajes superiores a diez:

  • El 97% de los pacientes con COVID-19 sobreviven 

Los porcentajes menores pueden escribirse con letras o con números, según prefiera el escritor, siendo siempre más recomendable para una novela la escritura en letras:

  • El seis por ciento de los estudiantes no ha pagado el curso.


Otra excepción que se escribe siempre con una cifra es la de los números que van después del sustantivo al que se refieren:

  • María está hospitalizada en la habitación 506. 
  • El cuento del Retrato del señor Rossi está en la página 18.


Sobre las mezclas de letras y cifras

Sobre la mezcla de cifras y letras, la R.A.E. recomienda, al menos en la escritura de ficción (novela, relato, etc.), no mezclar en un mismo enunciado cifras por un lado y números escritos con letra por otro. Es decir que, si tenemos en el mismo párrafo o en dos párrafos próximos un número sencillo y otro complejo, es mejor escribirlo todo con números:

  • María tiene 40 años, ha escrito 4 novelas y cobra 1859 euros al mes.

Las fechas: 


Las fechas normalmente se deben escribir con cifras:

  • Carlos nació el 8 de junio de 1966.

Observen que el año va sin punto de separación por tener cuatro cifras.

Los siglos se escriben con números romanos, siempre en mayúscula, cuando el número va precedido de la palabra "siglo".  Caso contrario, cuando la palabra siglo va después (número cardinal) se escribe con letras. 

  • Es el mejor escritor del siglo XX. 
  • Hipócrates vivió cinco siglos antes de Cristo. 


Las horas

En textos literarios es mejor escribir siempre la hora con letras:

  • Juan salió del trabajo a las cinco menos diez porque había quedado con María a las cinco y cuarto. 
  • Sin embargo, María no llegó a la cita. A las cuatro y treinta había sufrido un accidente. 


Los ordinales

Por último, hago mención a los números ordinales, (esos que determinan un orden o secuencia).  En una obra literaria se escribirán siempre con letras:

  • María vive en un primer piso y está escribiendo su quinta novela.

Es importante que "onceavo", "doceavo", "treceavo", "catorceavo", "quinceavo", "veinteavo" hacen referencia a una fracción.  "Juan tiene la doceava parte de la herencia" (es uno de los doce hijos). Con la excepción de "octavo" los demás números terminados en "avo" son una porción de una unidad.  Lo correcto es undécimo (o decimoprimero), duodécimo (o decimosegundo), decimotercero, decimocuarto, decimoquinto, decimosexto, vigésimo...   

Recuerden que estas recomendaciones son para textos de carácter literario. En los textos académicos generalmente priman los registros con cifras. 

Espero que les sea de utilidad. 


Fuente

Real Academia de la Lengua Española

miércoles, 3 de mayo de 2023

Amor verdadero, cuento de Isaac Asimov

 Con el revuelo que hay últimamente con el auge de la inteligencia artificial quiero traer este cuento de uno de los grandes escritores y divulgadores científicos: Isaac Asimov. 

Solo resta decir que no me preocupa el auge de la inteligencia artificial, me preocupa el detrimento de la inteligencia natural. 

_______________


Amor Verdadero

Isaac Asimov


Mi nombre es Joe. Así es como mi colega Milton Davidson me llama. Él es un programador y yo soy un programa de computadora. Soy parte del complejo «Multivac» y estoy conectado con otros sectores en todo el mundo. Lo sé todo. Casi todo.

Soy el programa privado de Milton. Él sabe más de programación que nadie en el mundo, y yo soy su modelo experimental. Me ha hecho hablar mejor de lo que pueda hacerlo cualquier otra computadora.

—Es cuestión de acoplar los sonidos a los símbolos, Joe —me dijo—. Así funciona el cerebro humano aunque todavía no sabemos qué símbolos hay en el cerebro. Conozco los símbolos del tuyo y puedo acoplarlos uno por uno a palabras.

De modo que hablo. No creo que hable tan bien como pienso, pero Milton dice que lo hago muy bien. Él no se ha casado nunca, aunque tiene casi cuarenta años. Me dijo que no había encontrado a la mujer ideal. Un día se sinceró conmigo:

—La encontraré, Joe. Quiero tener verdadero amor y tú vas a ayudarme. Estoy cansado de mejorarte para resolver los problemas del mundo. Resuelve mi problema. Encuéntrame el verdadero amor.

—¿Qué es el verdadero amor? —pregunté.

—No te importa. Es algo abstracto. Búscame la muchacha ideal. Estás conectado al complejo «Multivac», así que puedes conseguir el banco de datos de cualquier ser humano de este mundo. Los iremos eliminando por grupos y por clases hasta que sólo nos quede una persona. La persona perfecta. Ésa será para mí.

—Estoy dispuesto —le dije.

—Elimina primero a todos los hombres —ordenó.

Fue fácil. Sus palabras activaron símbolos de mis válvulas moleculares. Puedo establecer contacto con los datos acumulados de cada ser humano del mundo. Obedeciendo su orden eliminé 3.784.982.874 hombres. Mantuve el contacto con 3.786.112.090 mujeres.

—Elimina a las menores de veinticinco años y todas las mayores de cuarenta. Después elimina a todas las que su CI sea inferior a 120; a todas las que midan menos de 1,50 y más de 1,75.

Me comunicó las medidas exactas, eliminó mujeres con hijos vivos, eliminó mujeres con diversas características genéticas.

—No estoy seguro del color de ojos que quiero —dijo—. Dejémoslo de momento. Pero nada de pelirrojas. No me gusta el pelo rojo.

Pasadas dos semanas, nos quedaban 235 mujeres. Todas hablaban bien el inglés. Milton decretó que no quería problemas de lenguaje. Incluso la traducción por computadora podía entorpecer momentos de intimidad.

—No puedo entrevistar a 235 mujeres. Me llevaría demasiado tiempo y la gente descubriría lo que estoy haciendo. Causaría problemas —le aseguré. Milton se había arreglado para que yo hiciera cosas para las que no estaba programado. Nadie lo sabía.

—¿A ti qué te importa? —me espetó con el rostro enrojecido—. Te diré lo que vamos a hacer, Joe. Voy a traerte hológrafos y comprueba la lista en busca de similitudes.

Trajo hológrafos de mujeres, diciéndome:

—Éstas son tres ganadoras de concursos de belleza. ¿Se parecen a alguna de las 235?

Ocho eran muy parecidas y Milton dijo:

—Bien, ya conoces sus bancos de datos. Estudia peticiones y necesidades del mercado de colocaciones y arréglate para que las asignen aquí. Una a una, claro. —Pensó un momento, movió los hombros y ordenó—: Por orden alfabético.

Ésta es una de las cosas para las que no estoy programado. Cambiar a la gente de un empleo a otro, por razones personales, se llama manipulación. Ahora podía hacerlo porque Milton lo había arreglado. Pero se suponía que no debía hacerlo para nadie, excepto para él, claro.

La primera muchacha llegó una semana después. Milton enrojeció al verla. Habló como si le costara hacerlo. Estaban juntos todo el tiempo y no me prestaba la menor atención. Una vez le dijo:

—Déjame invitarte a cenar.


A la mañana siguiente anunció:

—No sé por qué, pero no me va. Faltaba algo. Es una mujer muy hermosa pero no sentí amor verdadero. Prueba la siguiente.

Ocurrió lo mismo con las ocho. Se parecían mucho, sonreían mucho y sus voces eran agradables, pero Milton no las encontraba bien nunca. Observó:

—No lo entiendo, Joe. Tú y yo hemos elegido a las ocho mujeres de todo el mundo, que me han parecido mejores. Son ideales. ¿Por qué no me gustan?

—¿Les gustas tú a ellas? —pregunté.

Alzó las cejas y apretó una mano contra la otra.

—Eso es, Joe. Es una calle de dos direcciones. Si yo no soy su ideal no pueden actuar como si yo lo fuera. Debo ser su verdadero amor, pero ¿cómo puedo conseguirlo?


Todo aquel día pareció estar pensando. A la mañana siguiente se me acercó y dijo:

—Voy a dejarlo en tus manos, Joe. Tú decidirás. Tienes mi banco de datos y voy a decirte además todo lo que sé de mí. Pon hasta el último detalle en mi banco, pero guarda para ti lo adicional.

—¿Qué quieres que haga con el banco de datos, Milton?

—Lo comparas con los de las 235 mujeres. No, con 227; deja fuera a las que ya hemos visto. Arréglate para que cada una se someta a un examen psiquiátrico. Completa sus bancos de datos con el mío. Busca correlaciones. (Arreglar exámenes psiquiátricos es otra de las cosas contrarias a mis instrucciones originales.)

Durante semanas, Milton habló conmigo. Me habló de sus padres y de sus allegados. Me contó su infancia, sus días de escuela y su adolescencia. Me habló de las jóvenes que había admirado a distancia. Su banco de datos fue creciendo y me modificó para que pudiera ampliar y profundizar en la comprensión y captación de símbolos. Me dijo:

—Verás, Joe, cuanto más vayas metiendo de mí en ti, más debo ajustarte para que puedas acoplarme mejor. Tienes que llegar a pensar más como yo, así me comprenderás mejor. Si me comprendes a mí, cualquier mujer cuyo banco de datos comprendas bien, será mi verdadero amor.

Y siguió hablándome y yo fui comprendiéndole cada vez mejor.

Pude construir frases largas y mis expresiones se hicieron más complicadas. Mi forma de hablar empezó a parecerse a la suya en cuanto a vocabulario, ordenación de palabras y estilo. Una vez le advertí:

—Ten en cuenta, Milton, que no se trata solamente de encajar físicamente con un ideal de mujer. Necesitas una muchacha que sea personal, emocional y temperamentalmente afín a ti. Si ocurre esto, la belleza es secundaria. Si no podemos encontrar tu tipo entre las 227, buscaremos por otra parte. Encontraremos a alguien a la que tampoco importe tu aspecto, ni el de nadie, con tal de que coincida la personalidad. ¿Qué es la belleza?

—Absolutamente cierto —respondió—. Hubiera sabido esto, de haber tenido mayor trato con mujeres en mi vida. Naturalmente, pensándolo ahora, lo veo todo claro.

Siempre estábamos de acuerdo; ¡éramos tan parecidos en la forma de pensar!

—Ahora no debemos tener más problemas, Milton, basta con que me dejes hacerte unas preguntas. Puedo ver en tu banco de datos dónde hay huecos e irregularidades.

Lo que siguió, según dijo Milton, era el equivalente a un minucioso psicoanálisis. Claro. Estaba aprendiendo de los exámenes psiquiátricos de las 227 mujeres…, a todas las cuales vigilaba de cerca.

Milton parecía muy feliz, observó:

—Hablar contigo, Joe, es casi como hablar conmigo mismo. Nuestras personalidades han llegado a coincidir perfectamente.

—Lo mismo sucederá con la personalidad de la mujer que elijamos.

Porque yo ya la había encontrado y, después de todo, era una de las 227. Se llamaba Charity Jones y era intérprete de la Biblioteca de Historia de Wichita. Su extenso banco de datos encajaba perfectamente con el nuestro. Todas las demás mujeres habían sido desechadas por una cosa o por otra, a medida que ampliamos los bancos de datos, pero en Charity había una creciente y sorprendente semejanza.

No tuve que describírsela a Milton. Milton había coordinado tan ajustadamente mi simbolismo con el suyo que podía captar sus vibraciones directamente. Encajaba conmigo.

Después, sólo fue cuestión de arreglar las hojas de trabajo y requerimientos de empleo de forma que Charity nos fuera asignada. Debía hacerse con mucha delicadeza para que nadie supiera que había ocurrido algo ilegal.

Naturalmente, el propio Milton lo sabía pues él era el que me había ajustado, y había que arreglarlo. Cuando vinieron a detenerle por irregularidades en el despacho, afortunadamente fue algo ocurrido diez años atrás. Naturalmente me lo había contado, así que fue fácil de planear…, y no hablará de mí porque eso empeoraría su caso.

Ya está fuera, y mañana es 14 de febrero, día de San Valentín. Charity llegará con sus frescas manos y su dulce voz. Yo le enseñaré cómo debe operarme y cómo cuidar de mí. ¿Qué importa el aspecto cuando nuestras personalidades se comprenden?

Le diré:

—Soy Joe y tú eres mi verdadero amor.


___________________________

Isaac Asimov

(1920-1992)

Escritor y científico de origen ruso, nacionalizado estadounidense. Uno de los principales divulgadores de la ciencia, la historia y la literatura de ciencia ficción en el siglo XX.

Ficha bibliográfica
Autor: Isaac Asimov
Título: Amor verdadero
Título original: True Love
Publicado en: American Way, Febrero de 1977
Traducción: Rosa S. de Naveira



Lea también 

miércoles, 26 de abril de 2023

La diferencia entre mostrar y decir

Mostrar vs. decir

La siguiente información es extraída de la página del portal Piensa Rie, Escribe, de la escritora Galu (Olga Lucía Jaramillo), que a su vez, da créditos al portal Ciudad Seva del escritor LUIS LÓPEZ NIEVES 


1.      "Mostrar" versus "decir":

Para un escritor es fundamental comprender la diferencia entre “mostrar” o “decir”. Al “mostrar” estamos dándole al lector la oportunidad de “ver” o presenciar una escena en directo, casi como si estuviera presente. Al solamente “decir”, no se logra jamás el mismo efecto. Veamos unos ejemplos:

Un autor podría escribir:

El dentista le sacó una muela a Miguel. Fue muy doloroso. Excesivamente desgarrador. Sufrió en exceso. Oh, qué experiencia penosa.



Leemos estas cinco oraciones y qué sucede. ¿Sentimos dolor? ¿En realidad nos comunica la experiencia de Miguel? Podemos añadir un adjetivo detrás de otro, podemos repetir cien veces que Miguel sintió dolor. Pero el lector no siente nada porque la acción está “dicha”, no ha sido “mostrada”.

Cuando contamos, no podemos exigirle al lector que crea y sienta simplemente por fe o por repetición. No bastan dos palabras: “sintió dolor”. Es necesario contar una escena en la que, por medio de nuestro dominio del arte de narrar, “mostremos” lo que deseamos que el lector “vea” y sienta.

Veamos cómo “muestran” dos maestros. El primer ejemplo consiste de fragmentos del cuento “Cirugía“, del ruso Anton Chejov.

Un sacristán con dolor de muela ha ido a un dentista:…

(…) -Padre nuestro… Virgen Santísima… Ay…

-Así no… así no… ¿A ver? ¡No me agarre! ¡Suélteme! -hala-. Ahora… Así, así… La cosa no es tan fácil…

-¡Santo padre! ¡Santa madre!… -grita-. ¡Ángeles del cielo! ¡Ay, ay! ¡Pero hala ya, tira! ¿Te vas a pasar cinco años para arrancármela?

-Esto de la cirugía… De un golpe no es posible… Ahora, ahora…

Vonmiglásov levanta las rodillas hasta la altura de los codos, mueve los dedos, los ojos se le desorbitan, respira fatigosamente… Su cara, congestionada, se cubre de sudor, los ojos se le llenan de lágrimas. Kuriatin resopla, se mueve ante el sacristán y sigue tirando… Transcurre medio minuto horroroso y los fórceps se escurren de la muela. El sacristán se pone en pie de un salto y se mete los dedos en la boca. La muela sigue en su sitio

(…)

-No veo nada… Espera a que recobre el aliento… ¡Oh!

(…)

Vonmiglásov permanece unos instantes inmóvil, como si hubiera perdido el conocimiento. Está aturdido… Sus ojos miran estúpidamente al espacio y su pálida cara está bañada en sudor.

-Si hubiera usado el pie de cabra… -balbucea el practicante-. ¡Buena la hemos hecho!

Volviendo en sí, el sacristán se mete los dedos en la boca y en el sitio de la muela enferma encuentra dos salientes.

En esta escena de Chejov, no “dicha” sino “mostrada”, el lector puede sentir el dolor del sacristán a quien le están tratando de extraer una muela. Algunos lectores, incluso, me han dicho que les sudan las manos al leer este cuento completo. El narrador no necesita decir “le dolió”, mucho menos necesita decir “le dolió mucho”. De hecho, noten que en ningún momento dice que al paciente le dolió. No es necesario decirlo porque lo estamos “viendo”. Somos testigos.



Veamos ahora un fragmento del cuento “Un día de estos” de Gabriel García Márquez. Un alcalde visita a un dentista:


Cuando sintió que el dentista se acercaba, el alcalde afirmó los talones y abrió la boca.

Don Aurelio Escovar le movió la cara hacia la luz. Después de observar la muela dañada, ajustó la mandíbula con una cautelosa presión de los dedos.

-Tiene que ser sin anestesia -dijo.

-¿Por qué?

-Porque tiene un absceso.

El alcalde lo miró en los ojos.

-Está bien -dijo, y trató de sonreír. El dentista no le correspondió. Llevó a la mesa de trabajo la cacerola con los instrumentos hervidos y los sacó del agua con unas pinzas frías, todavía sin apresurarse. Después rodó la escupidera con la punta del zapato y fue a lavarse las manos en el aguamanil. Hizo todo sin mirar al alcalde. Pero el alcalde no lo perdió de vista.

Era una cordal inferior. El dentista abrió las piernas y apretó la muela con el gatillo caliente. El alcalde se aferró a las barras de la silla, descargó toda su fuerza en los pies y sintió un vacío helado en los riñones, pero no soltó un suspiro. El dentista solo movió la muñeca. Sin rencor, más bien con una amarga ternura, dijo:

-Aquí nos paga veinte muertos, teniente.

El alcalde sintió un crujido de huesos en la mandíbula y sus ojos se llenaron de lágrimas. Pero no suspiró hasta que no sintió salir la muela. Entonces la vio a través de las lágrimas. Le pareció tan extraña a su dolor, que no pudo entender la tortura de sus cinco noches anteriores. Inclinado sobre la escupidera, sudoroso, jadeante, se desabotonó la guerrera y buscó a tientas el pañuelo en el bolsillo del pantalón. El dentista le dio un trapo limpio.

-Séquese las lágrimas -dijo.

El alcalde lo hizo. Estaba temblando. Mientras el dentista se lavaba las manos, vio el cielorraso desfondado y una telaraña polvorienta con huevos de araña e insectos muertos. El dentista regresó secándose las manos. “Acuéstese -dijo- y haga buches de agua de sal.” El alcalde se puso de pie, se despidió con un displicente saludo militar, y se dirigió a la puerta estirando las piernas, sin abotonarse la guerrera.


Como Chejov, García Márquez no necesita “decir” que su personaje siente un dolor inmenso. Por medio de las reacciones del personaje nos lo “muestra”. Nuevamente, somos testigos.

De hecho, un buen “truco” para confirmar que has “mostrado” bien es asegurarte de no usar ninguna palabra (ni sinónimo) que comunique directamente lo que deseas “mostrar”. Es decir, si quieres mostrar “dolor”, nunca usar la palabra “dolor”, sino “mostrarlo”. Asimismo, si quieres “mostrar” amor (romántico o familiar), odio, ira, aburrimiento o algo tan sencillo como un personaje que tiene miedo, para “mostrarlo” es mejor narrar acciones del personaje que le permitan al lector descubrir que el personaje tiene miedo, sin decirlo.


*


Bueno, ya conocemos la diferencia entre “mostrar” y “decir”. Ahora hagamos una pregunta sencilla: cuando vamos a narrar, ¿es preferible “mostrar” o “decir”? La respuesta es evidente: es mejor “mostrar”.

Entonces, ya que “mostrar” es mejor que “decir”, ¿para qué “decir”? ¿Debemos contar todo por medio de la técnica de “mostrar” y olvidarnos por completo de “decir”? No.

Para cada técnica hay un momento. La respuesta breve es la siguiente: usamos “mostrar” para momentos importantes de nuestra narración, para escenas fundamentales; por ejemplo, para la escena climática.

Un cuento (o novela) consiste de una sucesión de escenas. Veamos un cuento que consiste de siete escenas:

1. Un zapatero está en su lugar de trabajo.

2. Llega un amigo y le dice al zapatero que su esposa ha sido golpeada por un auto en la calle Central esquina calle Parque.

3. El zapatero llega hasta al lugar del accidente en su automóvil.

4. Estaciona su auto, se abre camino entre el público que observa el accidente, la policía no le permite acercarse a su esposa, convence a los policías y le permiten que llegue hasta su esposa, a quien le toma la mano.

5. Los paramédicos la suben a la ambulancia y le dicen al zapatero que no puede ir con ellos.

6. El zapatero busca su auto, se abre camino entre el tráfico, llega al hospital, se estaciona y entra al hospital.

7. Llega justo a tiempo para que su esposa, tras besarlo en la boca y decirle que lo amará para siempre, se muera en sus brazos.

¿Hay que “mostrar” las siete escenas?


En este caso, probablemente baste con mostrar la segunda, cuarta, quinta y séptima escena.

1. No hay que usar una escena para “mostrar” que es zapatero, porque eso se verá en la segunda escena, cuando el amigo llegue al lugar de trabajo.

2. Sería bueno “mostrar” la segunda escena porque nos da la oportunidad de conocer la reacción del zapatero ante la noticia. De una vez vemos cuál es su oficio, dónde trabaja, en qué condiciones trabaja, etc.

3. No es necesario “mostrar” cómo llegó a la escena del accidente. Basta con “decirlo”.

4. Quizás se quiera “mostrar” en detalle, en la cuarta escena, las dificultades que tuvo para llegar hasta su esposa.

5. Quizás se quiera “mostrar” la quinta escena para que los lectores vean la reacción del zapatero cuando le dicen que no puede subir a la ambulancia.

6. No es necesario “mostrar” cómo llegó al hospital.

7. Sería obligatorio “mostrar” la escena climática, para escuchar las últimas palabras de la esposa y “ver” su muerte y la reacción del zapatero.


Es importante entender que todo lo dicho por mí en los siete párrafos anteriores es meramente una versión de cómo se podrían escribir estas escenas. El arte de narrar es muy complejo. Cada “historia” puede contarse de millones de maneras diferentes.

Quizás, para la versión del escritor X, sea importante “mostrar” la primera escena. Podría desear “mostrar” en detalle cómo es el trabajo del zapatero, cómo es su personalidad, cómo se lleva con sus compañeros de trabajo y con los clientes, antes de que el amigo llegue con la mala noticia. En ese caso, se le podrían dedicar muchas páginas a la primera escena, que para fines de mi ejemplo dije que bastaba con “decirla” o incluso obviarla por completo.

Otro escritor podría optar por “mostrar” en detalle la tercera escena. Contar que el zapatero está tan nervioso que apenas puede encender su auto. Le sudan las manos. Llora. Está tan distraído y nervioso que por poco choca el carro. Al llegar, antes de bajar del auto, apoya la cabeza contra el guía y llora nuevamente. Al salir, se cae de rodillas, besa la tierra y le ruega al cielo que proteja a su esposa. Etcétera.

Otro escritor podría usar esta misma tercera escena, que yo descarté, para mostrar que el marido va en el carro fumando y feliz. Sonríe. De vez en cuando suelta una carcajada. Escucha reguetón en la radio. Y llama a una mujer con su celular y le dice: “Mi amor, estamos de suerte, creo que pronto seré viudo. ¡Hay que celebrar!”

Este mismo escritor podría entender que basta con “decir” la cuarta escena porque ya no es importante. En vez de mostrar toda la situación, le bastará con decir: “Se abrió camino entre el público y convenció a los policías para que lo dejaran llegar hasta su esposa, a quien le cogió la mano”.

En resumen, es más efectivo “mostrar”. Es un defecto que un cuento (o novela) esté todo “dicho”. Más que una narración, vendría siendo casi un resumen, porque el lector apenas podrá “ver” (o sentir) la acción y los detalles de la historia.

Como regla básica, por tanto, las escenas más importantes de un cuento o novela deben “mostrarse”, aunque todo dependerá del objetivo final del autor.

miércoles, 19 de abril de 2023

Salomón y Azrael

 SALOMÓN Y AZRAEL[1]


Yalal ad-Din Muhammad -

Rumi (1207-1273)

Un hombre vino muy temprano a presentarse en el palacio del profeta Salomón, con el rostro pálido y los labios descoloridos.

Salomón le preguntó:

—¿Por qué estás en ese estado?

Y el hombre le respondió:

—Azrael, el ángel de la muerte me ha dirigido una mirada impresionante, llena de cólera. ¡Manda al viento, por favor te lo suplico, que me lleve a la India para poner a salvo mi cuerpo y mi alma!

Salomón mandó, pues, al viento que hiciera lo que pedía el hombre. Y, al día siguiente, el profeta preguntó a Azrael:

—¿Por qué has echado una mirada tan inquietante a ese hombre, que es un fiel? Le has causado tanto miedo que ha abandonado su patria.

Azrael respondió:

—Ha interpretado mal mi mirada. No lo miré con cólera, sino con asombro. Dios, en efecto, me había ordenado que fuese a tomar su vida en la India, y me dije: ¿Cómo podría, a menos que tuviese alas, trasladarse a la India?

FIN




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El anterior cuento fue leído y analizado en una de las sesiones del taller de Crea-Acción literaria y se propuso el siguiente ejercicio: 


Responder.

·         ¿Qué sucede en el cuento?

·         ¿Quién es el narrador?

·         ¿Cuántos los personajes hay? ¿Cuáles?

·         ¿Cuántas acciones narrativas hay en el cuento?

·         ¿A quién le ocurre la historia? 

·         ¿Dónde ocurre el cuento?

·         ¿Cuándo ocurre la historia?

·         ¿Cuánto tiempo transcurre en la historia


Como puede verse, en muchos de los cuentos, cuando están bien escritos, el autor imprime algunas claves que no se dicen, pero se muestran.  Por ejemplo, no es necesario establecer la época o el lugar, pero se manipula la mente del lector para que se haga una idea de lo que el escritor quiere. 


Adicionalmente, esta historia tiene muchas versiones.  Conozco al menos 17 de ellas.  A continuación, comparto dos: 

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EL GESTO DE LA MUERTE[2]

Jean Cocteau (1889-1963)

Un joven jardinero persa dice a su príncipe:

—¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán.

El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:

—Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?

—No fue un gesto de amenaza —le responde— sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.

FIN

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LA MUERTE EN SAMARRA[3]

Gabriel García Márquez (1927-2014)

El criado llega aterrorizado a casa de su amo.

—Señor —dice—, he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho una señal de amenaza.

El amo le da un caballo y dinero, y le dice:

—Huye a Samarra.

El criado huye. Esa tarde, temprano, el señor se encuentra a la Muerte en el mercado.

—Esta mañana le hiciste a mi criado una señal de amenaza —dice.

—No era de amenaza —responde la Muerte—, sino de sorpresa. Porque lo veía ahí, tan lejos de Samarra, y esta misma tarde tengo que recogerlo allá.

FIN



[1] Rumi. Coplas espirituales. Siglo XIII

[2] Jean Cocteau. La gran separacion.  1923

[3] Gabriel García Marquez.  Cómo se cuenta un cuento.  1995

miércoles, 12 de abril de 2023

“Respirar era prácticamente lo único normal que había en nuestras vidas” (239)

Apuntes sobre Estrellas bajo los pies (2014) de David Barclay Moore


Me recomendaron leer Estrellas bajo los pies, la ópera prima de David Barclay Moore que ya alcanzó una adaptación al cine; aunque no he tenido la oportunidad de verla.

La empecé a leer con mucha ilusión, pues es la única manera que conozco de hacerlo. Siempre leo pensando que voy a encontrar, ¡por fin!, una obra que estaba esperando por mí; o algo así, la verdad es que siempre exagero.

Esta novela juvenil está narrada en primera persona. Tiene treinta y siete capítulos cortos, de párrafos rápidos. Es casi cinematográfica, sin ornamentos y con pocas reflexiones. Una obra dueña de algunas imágenes memorables; por ejemplo, la escena en la que los protagonistas lanzan al río oscuro un arma de fuego, como si lanzaran todo el peso que sus corazones, hasta ese momento, podían soportar.

Sin embargo, debo confesar que por momentos me distrajeron los modismos. Leí una traducción, ¡a la colombiana!, de una obra escrita originalmente en inglés. No sé qué otros riesgos tomó la traducción, pero por momentos me dio la impresión de que se trata, además, de una edición “suavizada”. Sólo es una impresión.

Continué con la lectura por la historia de su protagonista, Lolly, un niño de doce años que se ve obligado a crecer rápidamente. Debe convertirse, pronto, en un adulto. Miren, él vive en Harlem, en una isla dentro de una isla; así describe a su barrio. Está acorralado por las pandillas y los matones, y día a día recuerda con tristeza y amargura a su hermano, recientemente asesinado. Por lo anterior ha decidido que nunca más volverá a ser feliz. Solo intenta sobrevivir, reponerse al duelo, ¡pero siente culpa! Cree, en su interior, que él también le falló a su hermano y que su falta permitió aquel crimen que le ha partido la vida en dos.

Por suerte, Lolly inventa mundos gracias a las piezas de Lego. Construir aquellos mundos lo distrae de la realidad y también lo cura y le permite reponerse de las penas, de la soledad, de la tristeza y de la culpa.

Esta novela también cuenta la historia de otros adolescentes que no saben si llegarán a ser adultos. Sus ojos ven en todos a un enemigo o a un obstáculo para sobrevivir. Estos jóvenes vagan por una ciudad que se los traga enteros. Ya saben demasiado sobre el suicidio, e incluso han tenido que presenciar suficientes venganzas y asesinatos. Parece ser la historia de los jóvenes a los que la educación les mintió; aunque no así algunos de sus profesores...

Al final de la obra, Lolly aprenderá que a veces es más fácil derribar algo hermoso, que construirlo; de la misma manera en que aprenderá que seguir adelante con su vida no significa olvidar a sus seres queridos, ni mucho menos traicionarlos. Pero sobre todo, aprenderá que la vida no tiene planos, ni instrucciones.

Es cierto que esta es una novela sobre los marginados y las víctimas de la intolerancia étnica y sexual. Una novela en la que, incluso, un regalo puede provocar una tragedia. Sin embargo, al final de sus páginas me queda la impresión de que es una novela “políticamente correcta”, muy actual, que sólo se arriesga lo suficiente... De nuevo: no sé si es un asunto de la traducción; pues ya sabemos que todo trasvase es una nueva creación.

La obra, de seguro, seguirá siendo un éxito. Por mi parte, seguiré leyendo a la búsqueda… ¿Alguna recomendación?


Barclay Moore, David.
Estrellas bajo los pies (2014 [2019]).
Bogotá: Panamericana Editorial, 256 p. Traducción: María Mercedes Correa.

Estos apuntes aparecieron por primera vez en el blog guardopalabras: Enlace.