miércoles, 27 de abril de 2022

Literatura Infantil. Reflexiones

 LITERATURA INFANTIL


No es lo mismo escribir sobre niños que escribir para niños.

Escribir para niños implica tener varios elementos en cuenta: Yo puedo contar la historia de Caperucita roja (por poner un ejemplo conocido) iniciando con su madre que le da unos pastelitos para que se los lleve a la abuela. Puedo describir la capa roja, narrar su camino por el bosque hasta llegar a la casa de la abuela (que, por cierto, ¿a qué clase de abuela se le ocurre vivir sola en un bosque?), puedo relatar cómo le da los pastelitos a la abuela y los comen juntas. Hasta ahí estoy contando un cuento con niños.

Incluso, si Caperucita se encuentra con el lobo en el camino, y este le propone conversación, no hay un cuento infantil. Sigue siendo el cuento de una niña que va a llevarle pasteles a la abuelita y se encuentra con el lobo.


Lo que hace infantil ese cuento (es decir, lo hace para niños) es que el lector (el adulto, o el pequeño lector) supone que algo que va a pasar. Hay una expectativa. No es un lobo bueno. Desde el principio se intuye que el lobo se la comerá. ―Desde antes de los hermanos Grimm, se esperaba que el lobo se comiera a la gente
. El cuento infantil genera expectativa. Promete un riesgo, un peligro para el protagonista. En el cuento infantil se da lo que se ha denominado “el viaje del héroe”. Incluso, cuando se supera un peligro, surge otro. En Caperucita, hay un encuentro con el lobo, pero éste no se la come allí; se la comerá después. En Hansel y Grethel, logran devolverse la primera vez a través de las migas de pan, y vuelve a surgir otro peligro: otro viaje al bosque y se pierden… y cuando encuentran la casita de dulce (y todo parece resuelto) aparece el peligro de la bruja…


En un cuento infantil hay expectativa y emoción. Hay intriga. En un relato infantil hay fantasía. Ya sea que las cosas sucedan en un mundo mágico o sucedan en un ambiente terrenal: En un cuento infantil el niño debe fantasear sobre lo que podría pasar, mucho antes de que sucedan las cosas. En el cuento infantil debe haber asombro constante. No solo al final.

Cuando el lobo se aparece a Caperucita, un niño que nunca ha escuchado el cuento puede imaginar que el lobo se la comerá allí mismo en el bosque. El solo encuentro ya genera tensión. Viene luego el asombro cuando descubre que el lobo no se la va a comer allí, sino que la engañará. Más adelante, cuando Caperucita toca la puerta y le responde una voz ronca, el niño quiere advertir a Caperucita que no entre… ¡No entres, que adentro hay un lobo! Y luego, cuando la protagonista encuentra que su abuelita está “un poco rara”, hay intriga, temor, miedo… El pequeño lector sabe que en cualquier momento pasará algo.
Lo maravilloso de éste cuento es que sabe mantener el suspenso… “que orejas tan largas tienes, abuelita…” “Que manos tan grandes tienes, abuelita…”. Como ven, en el cuento infantil se mantiene un suspenso constante. El niño sabe que algo va a pasar en cualquier momento, lo intuye… su imaginación está funcionando al máximo, pensando y anticipando cualquier desenlace.

Si tomamos el cuento de Blanca Nieves, no basta con que ella se encuentre con los enanos y ellos la inviten a su casa. Un cuento “con niños como protagonistas” (que es diferente a un cuento para niños), simplemente diría que la princesa se encontró con unos enanos y ellos la refugian en su casa. En el verdadero cuento infantil, hay un suspenso especial con el hecho de que ella encuentre su cabaña antes que a los enanos. Se topa con unos pequeños platos de sopa… unas sillas pequeñas, unas camas pequeñas… Esto genera expectativa en el niño (“¿De quiénes son? ¿Qué irá a pasar si llegan los dueños?”). Hay asombro con lo que la heroína descubre.

En la novela Momo, de Michael Ende, la protagonista se entera que hay unos hombres grises que le roban el tiempo a los hombres y se ve enfrentada a ellos con la ayuda de Casiopea, una tortuga que predice el futuro. En la Historia Interminable, Bastián Baltasar Bux roba un libro y lee la historia de Atreyu, el héroe que quiere salvar la vida de la Emperatriz Infantil; a cada instante hay una aventura. En el Misterio del Solitario de Jostein Gaarder, el pequeño protagonista, Hans Thomas, recibe una lupa de un enano en una estación de gasolina y le advierte que no la debe perder. Mas adelante al comprar un pastel, encuentra al morderlo, que en su interior hay un pequeño libro que sólo podría ser leído con ayuda de una lupa que, misteriosamente, kilómetros atrás, le dio un enano. ¡Eso es literatura infantil! Mantener el asombro a lo largo de toda la historia. No solo al final.


Ahora veamos: Oliver Twist, de Charles Dickens habla de niños. Cuenta historias de personajes infantiles, pero no tiene la fantasía que esperaría un niño. ¿Hay intriga? ¡Claro! ¿Hay expectativa? ¡Por supuesto! Pero la intriga no va dirigida al niño lector sino al adulto (que alguna vez fue niño) y quiere saber el final de la historia (permítanme subrayar la palabra “FINAL”). El hecho de que un libro o un relato cuente la historia de un niño, no quiere decir que sea literatura infantil. Un diario que escribe un niño, como en la obra "Corazón" de Edmundo de Amicis, puede ser un texto muy bello y bien contado. Puede estimular las mentes juveniles, pero no es literatura infantil. 


Herman Hesse tiene un hermoso relato que se llama “Alma de niño”. En él, se aborda una historia de un niño, contada en primera persona, que durante unos días sufre las penurias de tener un secreto, y el sentimiento de culpa por haber hecho algo que no debía. Es un relato bellísimo y fiel de los pensamientos de un niño que sabe que hizo algo malo y teme ser castigado. Sin embargo, no hay ninguna intriga que lleve a fantasear al lector infantil sobre lo que puede pasar. Simplemente el relato lleva al lector directo hacia el final y en muy pocas ocasiones permite que el lector sueñe e imagine posibilidades. 

Un relato infantil tampoco se mide por el tipo de lenguaje. No es necesario que un relato infantil tenga solo palabras sencillas o que sea meloso. La literatura infantil puede construirse con lenguaje de adulto. Se ha visto que los niños están incluso más capacitados que los mayores para entender significados. No es el tipo de palabras las que determinan que un relato sea para niños. Es lo que narra y la forma como se conduce, lo que lo convierte en literatura infantil. Un relato infantil debe tener múltiples posibilidades de desarrollo de la historia. Cada “punto y aparte” debe ser una invitación a imaginar posibilidades para el personaje que se narra. Cada nuevo párrafo debe prometer aventura.


En un relato infantil, no se va de “A” a “B” de manera simple. En un buen relato infantil se parte de “A”, y se hace creer que llegará a B. El lector debe intuir que algo pasará antes, prever que se podía perder el camino y llegar a “M” o caerse en un hueco y llegar a “H”. Incluso maravillarse porque no ocurrió nada de eso y sí llegó efectivamente a “B” a pesar de que pudieran haber pasado muchas cosas en el ínterin. El viaje del héroe está lleno de tropiezos (o puede estarlo) y eso es lo que espera un niño: ¡Aventuras! Si el relato no plantea una aventura pierde interés para el niño. No basta que al final se descubra que hubo, en retrospectiva, una aventura. El lector infantil debe esperar la aventura desde antes de que ocurra. A eso se llama "anticipación" y debe estar presente en cada cuento infantil: La invitación al lector a que trate de imaginar lo que pasará. 


La literatura infantil plantea eso: en cada lectura siempre habrá otra posibilidad de desarrollo. Cada re-lectura debe permitir imaginar algo que no se había imaginado antes. Descubrir algo que no se había descubierto. Generar una emoción que cada día sea nueva. ¿Abuelita… por qué tienes los dientes tan grandes? Cada vez que se pronuncien estas palabras, deben generar nuevas emociones.


En mi opinion, un relato infantil debe confrontar permanentemente al niño, llevándolo al límite de las posibilidades. ¿Qué es lo que va a pasar?, y cuando eso no pase, volver a retarle… ¿Qué sucederá después? ¿Podría pasar algo distinto al protagonista del cuento? ¿sucederá lo que me imagino, o sucederá algo imprevisto, que aún no he imaginado? La literatura infantil debe cumplir con una promesa: habrá aventura. Y debe ser tan interesante la aventura planteada, o al menos sugerida, que el niño, a la noche siguiente diga: ¿Me lo cuentas otra vez?

Carlos Alberto Velásquez Córdoba



Nota aclaratoria: 
El texto anterior hace parte de una serie de reflexiones en torno a la literatura.  Son opiniones de un lector que disfruta  de escribir y ha decidido exponer sus puntos de vista.  No necesariamente son conceptos académicos especializados y no deben ser tomados como verdades absolutas.  El lector de esta página es libre de estar de acuerdo, o en desacuerdo, con las opciones expresadas en dicho texto. 



miércoles, 20 de abril de 2022

33 razones para honrar mi vida. Luisa Fernanda Mesa

Esta semana les traemos un fragmento del libro "33 razones para honrar mi vida" de la escritora colombiana Luisa Fernanda Mesa, editado por Hilo de Plata. 


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VI

Todo empezó oyendo una vieja canción en el 
pasacintas del carro. 
Empecé a imaginarme una vida a su lado
y a fantasear lo imposible. 
Todo parecía tan lejano y tan inalcanzable, que 
incluso me construí un futuro y no un presente. 

Pero la vida te pone cómplices, hadas madrinas, 
hermanas mayores, llámalas como quieras. 
Segura de poderlo conquistar, pero temerosa de no ser 
digna, empecé a entregarme a la ventura de conocernos. 
Fueron días duros, fracasos, caídas, ganas de huir, 
llanto, heridas en los labios, ruido...

Creo que tarda bastante el proceso de aceptación 
cuando no se nace para algo o alguien, aunque se
trabaje con disciplina para conseguir una respuesta. 
Puedo hablar de mutua tolerancia pero no de amor.
Y como sucede cuando no te sientes correspondido, 
poco a poco nos fuimos dejando de ver. 

Ahora yace como un recuerdo, cargado de polvo, en un 
rincón de mi habitación. 

De vez en cuando intento agradarle, casi nunca
logramos una conexión que dure.

Pero sigo intentando, así sea por segundos, obtener la 
música que llena el pecho, la vibración que eleva, el 
ronco sonido que hace cosquillas en el alma. 


Convertirme por fin en la amante de un saxofón. 



Luisa Fernanda Mesa y su saxofón
 Fotografía:  Claudia Calle. 


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miércoles, 13 de abril de 2022

Consejos para ser un buen escritor de cuentos

Del libro 20 escritores colombianos nos revelan sus secretos de creación, publicado por la editorial Libros para pensar, les traigo un aparte con unos graciosos consejos para escribir cuentos. 

25 consejos para ser un buen escritor de cuentos.

Carlos Alberto Velásquez  Córdoba

1. Si estás buscando consejos para escribir, es porque aun no tienes ni la menor idea de lo que vas a escribir. Si la tuvieras, estarías más ocupado escribiendo que buscando consejos.

2. Escribir es como hablar. Ya tienes la materia prima en versión oral. Pero recuerda que el lenguaje es solo la materia prima. Con ella tienes que hacer un producto que sea superior a los insumos. Escribir tiene una ventaja: puedes ensayar cuantas veces quieras lo que vas a decir. Si alguna vez has dicho una mentira y te la han creído, ya estás en un nivel avanzado para escribir cuentos. La clave es escribirla de tal forma que te la crean.

3. Un buen cuento debe atrapar al lector desde la primera frase. Si estuvieras vendiendo un producto, podrías presionar al comprador hasta lograr una venta, pero tu texto no puede hacerlo. Así que no dejes que el lector huya. La forma como empieces tu relato asegura la permanencia del lector. Tu libro no podrá seguirlo y obligarlo a continuar con el texto. Eso solo lo puede lograr un buen principio.

4. Aprende a generar expectativa alejándote de cánones preestablecidos. Cuando llegas al trabajo después de haber sido robado es más interesante decir "Me acaban de robar, vengan les cuento..." que empezar la narración con la conocida frase: "Érase una vez un ladrón..."

5. Todo lector se quiere meter en el relato. Déjalo que entre. Si le cierras la puerta, no lo hará, a menos que prometas un tesoro adentro. Al menos deja que mire por una rendija...

6. Revisa la redacción meticulosamente al igual que la ortografía. Un lector promedio querrá entablar una conversación con tu libro. Muy pocos lectores asumirán el reto de tratar de traducirlo. Si es difícil leerlo, la mayoría buscarán un Best Seller de mala calidad que esté de moda y que sea de fácil lectura.

7. Si quieres ser famoso, tírate desde lo alto de un edificio vestido solo con un pañal y una máscara de gato. Saldrás en los noticieros. Si quieres ser escritor, escribe. Muchos Best Seller son escritos por personas que estarían dispuestas a tirarse del edificio si no hubieran encontrado un buen agente de marketing o si no hubieran tenido influencias con los medios de comunicación. Si no tienes ni lo uno ni lo otro, no intentes ser famoso. La fama debe ser para tus obras, no para ti.

8. La creación de un cuento requiere de una mente dispuesta a todo, que sepa preguntarse "Qué pasaría si..." Por ejemplo, ¿qué pasaría si en lugar de escribir estos consejos te los diera en una cápsula para que al tragarla llegaran a tu cerebro? ¿y qué pasaría si... fueras alérgico a una de las palabras que había en la tableta? ¿y qué pasaría si... me acusaran de asesinato por haberte hecho tomar una cápsula con consejos, que tenía palabras ponzoñosas?... ¿y qué pasaría si...?

9. Deja que tus personajes y tu historia hablen por sí mismos. Si se tratara de que hablaras tú, no serías escritor, serias un conferencista y estarías parado frente a un auditorio.

10. Siempre habrá alguien que piense que eres el mejor escritor del mundo y mereces el premio nobel. En el caso de que tu madre haya muerto, no te desanimes, puede que haya alguien más que también lo piense.

11. La mayoría de tus amigos te elogiarán por ser un excelente escritor. Que eso te baste. No los pongas en problemas al preguntarles qué opinan del personaje de tu cuento. Recuerda que ellos no tienen la capacidad que tú tienes de inventar algo que sea creíble y mucho menos cuando nunca han leído nada tuyo.

12. Si asistes a un curso sobre cómo escribir literatura dirigido por un escritor, disfrútalo, pero no hagas caso de las enseñanzas del profesor. Si alaba tu trabajo, no le creas. Recuerda que es escritor y vive de estar inventando cuentos. De todos modos toma atenta nota. Quizás algún día tú aprendas a inventar cosas tan bien estructuradas que alguien crea que también eres escritor y te pongan a dirigir un curso.

13. Tal vez pienses que nadie te puede decir cómo debes escribir. Pero ten en cuenta que tampoco puedes decirle a tus lectores que opinión deben formarse de tus obras. Si esperas lectores de calidad, tus obras deberán ser de excelente calidad. Recuerda que siempre hay lectores para todo. Incluso para la señal de “PARE” que hay en la esquina, a pesar de que no tenga ningún valor literario.

14. Algunos escritores ya han transitado el camino y pueden mostrarte sus atajos. Infortunadamente cuando recorres el camino que otros ya han recorrido, te privas de descubrir los paisajes ocultos en la espesura. Muchos se perdieron al salirse del camino. Otros por el contrario se volvieron famosos haciéndolo. Si no estás preparado para las consecuencias, sigue el camino que otros trazaron, tendrás menos posibilidades de triunfar, pero estarás seguro.

15. Si los expertos te dicen que debes escribir según los cánones de la literatura moderna, recuerda que no hay ninguna garantía de que en doscientos años esos cánones estén vigentes. La literatura “universal” por el contrario (la que ha llegado a nuestro tiempo) aún tiene seguidores. Que eso te sirva de modelo. Ya te tocará decidir si quieres ser famoso en 200 años o entre lectores contemporáneos. Si tu meta es vivir de la literatura, te recomiendo complacer a los segundos; ellos son menos exigentes.

16. Si quieres robarte una historia, hazlo con inteligencia. Si te gustó un cuento que escribió un colega, sobre el fantasma de un pirata que aparecía en un yate, puedes robarte la historia y escribir sobre una babosa en un zoológico que estaba enamorada de un elefante. En todo caso, trata de que no se note que copiaste la trama.

17. Se autocrítico. Aunque a ti te guste un cuento que has escrito, siempre habrá alguien que podrá escribirlo mejor. De tal forma que púlelo como si fueras otra persona que escribe mejor que tu. Para ello, te recomiendo que cada día seas mejor escritor.

18. La diferencia entre un historiador y un novelista es que todos leerán la obra del historiador buscando las mentiras que escribió y lo atacarán por ello. Al contrario, al novelista, lo alabarán mientras más mentiras escriba. Recuerda que debes escribirlas de tal forma que en unos años cualquier historiador tome tu libro y crea que tú decías la verdad.

19. Nunca obligues a un personaje de tu narración a hacer algo que él no haría. Cada personaje tiene su propia naturaleza. Si fuerzas la trama para que la hormiga de tu fábula estrangule al hipopótamo con sus propias patas, correrás el riesgo de que la misma hormiga decida matar al autor de una patada. Eso sería funesto para ti, aunque tu obra gane prestigio como literatura póstuma por lo extremadamente intrincado de los personajes.

20. Aprovecha todo lo que escuches y veas para escribir tus cuentos. Si no tienes historias propias, aprovecha las que oyes de los demás. La mayoría de mis cuentos, por ejemplo, salieron de las historias que contaba mi gato sentado frente a la chimenea. Lo más impresionante al cultivar ese hábito desde muy joven, es que pude hacerlo sin haber tenido nunca un gato, ni mucho menos chimenea.

21. Permite que el lector vaya descubriendo la trama a lo largo de su lectura. Suéltale la información poco a poco de modo que su interés vaya creciendo con cada frase. Nunca empieces diciendo que vas a contar la historia del planeta que se disolvió en la nada, porque un ingeniero químico no pudo contener en ningún recipiente su “disolvente universal”. Luego de leer esa primera frase, muchos lectores no tendrán interés en continuar.

22. El final de todo cuento debe impactar al lector. Trata de que el desenlace sea tan imprevisto que el lector, al llegar al último párrafo, se despierte si es que se había quedado dormido.

23. Escribe de forma tal que el lector, al empezar a leer un cuento, quiera saber el final y que al terminarlo quiera leer otro…y otro más. Si lo logras, habrás alcanzado tu objetivo. Procura escribir lo suficiente y de buena calidad para que seas tú quien controle su adicción.

24. La creación literaria es muy simple: si tienes una historia para contar, cuéntala. Si no la tienes, invéntala. Si no la puedes inventar, entonces escribe todas las dificultades que tuviste al tratar de inventarla y las consecuencias que tendrías de no poder hacerlo. Mientras más detalles escribas de los inconvenientes sufridos, y peores sean las consecuencias, mayor será el reconocimiento que tendrá tu relato.

25. Por último, sigue estos consejos al pie de la letra y quizás algún día seas un escritor famoso. Si lo consigues, házmelo saber. En ese caso, tal vez algún día yo los ponga en práctica.

Fuente: El blog de los lagartijos

miércoles, 6 de abril de 2022

Decálogo para Cuentistas: Julio Ramón Ribeyro

Decálogo para cuentistas.

Julio Ramón Ribeyro

1. El cuento debe contar una historia. No hay cuento sin historia. El cuento se ha hecho para que el lector pueda a su vez contarlo.

2. La historia del cuento puede ser real o inventada. Si es real debe parecer inventada, y si es inventada, real.

3. El cuento debe ser de preferencia breve, de modo que pueda leerse de un tirón.

4. La historia contada por el cuento debe entretener, conmover, intrigar o sorprender, si todo ello junto, mejor. Si no logra ninguno de estos efectos, no sirve como cuento.

5. El estilo del cuento debe ser directo, sencillo, sin aspavientos ni digresiones. Dejemos eso para la poesía o la novela.

6. El cuento debe solo mostrar, no enseñar. De otro modo sería una moraleja.

7. El cuento admite todas las técnicas: diálogo, monólogo, narración pura y simple, epístola, collage de textos ajenos, etc., siempre y cuando la historia no se diluya y pueda el lector reducirla a su expresión oral.

8. El cuento debe partir de situaciones en las que el o los personajes viven un conflicto que los obliga a tomar una decisión que pone en juego su destino.

9. En el cuento no deben haber tiempos muertos ni sobrar nada. Cada palabra es absolutamente imprescindible.

10. El cuento debe conducir necesaria, inexorablemente a un solo desenlace, por sorpresivo que sea. Si el lector no acepta el desenlace es que el cuento ha fallado.

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Julio Ramon Ribeyro Zúñiga fue un escritor peruano, considerado uno de los mejores cuentistas de la literatura latinoamericana. Nacido en Lima Perú en 1929 y fallecido en la misma ciudad  en 1994.  Ganador del premio Juan Rulfo.         


miércoles, 30 de marzo de 2022

Toc, Toc. ¿Quién soy? Libro de Ángela Ramírez

Tomado del El blog de los lagartijos


Siempre he dicho que los locos sufren de la locura, pero los escritores no la sufrimos, la disfrutamos plenamente. 

Y esa es la impresión que uno tiene cuando lee las historias de Ángela Ramírez.  En Isolda, nos sorprendió con una adolescente que despierta en medio del bosque sin recordar nada de su pasado y que va descubirendo cosas muy interesantes (y aterradoras) de su vida. 

En La Corredora, una joven que oye por los ojos, ve con los oídos y saborea con su piel, tiene ademas el don de volar mientras duerme y salvar personas que están en peligro. 

Esta vez nos soprende con un libro de cuentos para enloquecer. Cuentos muy bien contados, que lo ponen a uno a sufrir con los personajes, a pensar, y hasta a dudar de la realidad. 



Con el permiso de su autora, les traigo un fragmento de uno de sus cuentos. 

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LA RECOMPENSA

Fragmento.

…Y ahora estoy aquí espantando las negruras que se ciernen sobre mí. Elegí una opción, es la única salida de tantas, de tan pocas. Ya lo decidí, sin embargo, me detuve unos segundos y no por voluntad, ni porque meditar haya sido mi fuerte, no, lo hice por miedo, por temor. Mi pobre Ana, mi Lorenzo. Una semana ha bastado para esto, para arrastrarme entre la inmundicia, escondido y a la vez expuesto a la justicia que me verá como culpable, pero que a fin de cuentas logrará salvarlos a ellos.

No puedo detenerme, no ahora. Todo está listo. Mañana, bueno, espero que Ana y Lorenzo tengan una oportunidad, lo demás no importa. En este momento, solo pienso en ellos.

Si fumara esto estaría encendido, es el momento para hacerlo, como decía mi mamá: «La gente se fuma los problemas, no los cigarrillos». Si fumara, maldita sea, cada parte de esta montaña de basura ardería.

Hace una semana todo era perfecto, el apartamento blanco, tan grande. Le dije a Ana que después remodelábamos, lo poníamos moderno, y ella, tan paciente, tan resignada, me regañó. Todavía la escucho, puedo imaginarla detrás del celular, cuchicheando, como si fuera pecado contrariarme.

—¿No tenés suficiente con ese apartamento, con el barrio? —Lo decía regañándome—. A mí no me hace falta nada más, ¿entendés? Esto que nos pasó fue un milagro.

Un milagro le había dicho yo también al principio, ella me dijo que no, que eso era una recompensa, el pago por ser bueno, por haber ayudado a ese señor, por salvarle la vida. Todo fue rápido, debí desconfiar, fácil ni se arrastra el gusano. Siempre me doy cuenta de las cosas tarde, «lento», me decía mi papá.

Pensá, me diría cualquiera. ¿Por qué me iban a facilitar la compra? ¿Por buena persona? Los papeles, los traspasos, los impuestos. Pasamos de pobres a ricos en tres horas, así, fácil nos convertimos en propietarios. Yo empaqué, y dejamos todo en la casa vieja.

—Abra la puerta de ese rancho, que se lleven todo —me dijo entre risas Ana—. Le pagamos al mundo con nuestros chécheres.
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Ángela María Ramírez Gil.  


Medellín. Médica y cirujana de la Universidad de Antioquia, con estudios en Artes Plásticas en la Escuela Popular de Arte y de Arquitectura, en la Universidad Santo Tomás.  Ha participado en varios talleres literarios con los escritores Jairo Morales, Carlos Mario Aguirre, Luis Fernando Macías y Pilar Quintana.  Actualmente participante del taller de escritores COMEDAL, que dirige el escritor Luis Fernando Macías y del Taller de Historias adscrito a la Red Relata.   
La autora fue finalista en el Concurso Nacional de Cuento y Novela de la Universidad de Antioquia en 1995

Otras publicaciones:  

-Poesías publicadas en el libro del concurso nacional de novela cuento y poesía, Facultad de medicina UdeA, 1995.
-11 de abril (cuento).  Publicado en "Obra diversa". Antología del Taller de Escritores de la BBP (2007)
-Bigotes de Tinta (cuento).  Revista Cronopio (2014)
-Escalas del Sexto (cuento).  Colección Líneas Cruzadas. Hilo de Plata Editores. 2018
-Escalas del sexto:  Colección Líneas Cruzadas - Hilo de Plata, Editores 2018
-La campanela: (cuento) 2020 publicado en Antología Veinte y una narradoras (Colección palabras rodantes)
-La corredora. AMR Escritoras. 2021


miércoles, 23 de marzo de 2022

Brevemar. Lina Marcela Cardona García

Comparto una reseña publicada en el Blog de los lagartijos.

Hace poco recibí un regalo maravilloso: Un libro de una amiga, que publicaba su primera obra. 

Apenas leí las primeras páginas, no pude soltarlo, y he vuelto a él varias veces porque sencillamente es un libro excepcional. En sus páginas habla de su infancia, su familia, el amor hacia sus padres y el que recibió de ellos, sus recuerdos, sus amores pasados, su vida, la muerte de su padre... Es un libro muy íntimo y muy bello que quiero compartirles. 


Con el permiso de su autora les traigo este bello texto


Los remedios

Lina Marcela Cardona García

Mi mamá sabía más que los médicos. Cuantos consejos escuchaba de sus amigas o vecinas fueron experimentados en nosotros, los niños. Y eso que para ese tiempo, por fortuna, no existían las redes sociales ni la mensajería instantánea, por donde se propagan las noticias sobre curas inmediatas. Como éramos flacos y paliduchos, y las mamás prefieren a los que son gordos y con las mejillas rosadas, la nuestra dedicó parte de su vida a tratar de aliviarnos y mejorarnos. Yo no era precisamente una muñeca de catálogo: pelo escaso, y con unas uñas que parecían de papel, por lo que entiendo que ella instalara su esperanza en que me compusiera un poco, en que mi hermano también se compusiera.

Se inventaba razones para llevarnos a citas periódicas en el Seguro Social. Llegaba con una lista de dolencias de cada uno, pretendiendo mostrarnos enfermos y casi moribundos a los ojos de los doctores. “Hay que contar todo, todo, en las citas”, aconsejaba. Casi que dirigía la consulta, los galenos asentían sin tiempo de pensar ante semejante ráfaga. Gracias a su obstinación, terminábamos medicados con vitaminas e inyecciones.

Recuerdo el olor de las pastillas de complejo B, que se volvió propio del cajón. Mi mamá decía que servían para estimular el crecimiento del pelo y las uñas. Y apoyaba la medicación con recetas caseras. Tengo un recuerdo, de los iniciales, de una escena de resistencia, cuando ella trataba de aplicarme un ungüento, del que luego supe que era a base de guayaba agria, para aliviar mi primer dolor, el de las llagas.

Después fue el chocolate de ojo, que nos observaban mientras saboreábamos la canela que disfrazaba el gusto a carne. El hígado crudo licuado con moras, para la anemia y para ganar más sangre. Vapores de sauco y eucalipto para la gripa y las enfermedades respiratorias; con una toalla sobre la cabeza para aprovechar bastante el vaho que salía de la ponchera, pero con la precaución de no exponernos al sereno porque nos torceríamos. Jugo de guineo y gelatina sin sabor para la gastritis y el dolor de estómago. Límpido para curar los herpes de la boca. Tan oftalmóloga como era, nos hacía comer zanahoria a diario y en varias preparaciones para ver mejor y, además, frotarnos los ojos con alguna semilla o un huevo caliente para desaparecer un orzuelo.

Entre las prescripciones memorables se encuentran el remedio para engrosar las piernas y el que combatía la falta de hierro. Mi más grande complejo de niña era tenerlas flacas, defecto por el que me gané varios apodos. Pero a mi mamá le dijeron que echarse aceite de pata de res para engrosarlas, que era bendito. Y así, cada noche, me acostaba brillante y con ese olor como a caldo.

Y ¿qué más pertinente que el extracto de herradura para incrementar los niveles de ferritina? Sí, así fue: un agua sin sabor, procedente de un herraje rehervido sería la cura de la anemia que ella suponía evidenciábamos. Rendida por los no resultados, que debían traducirse en tener mejor color, terminó colgando la herradura tras la puerta como amuleto para espantar las malas energías. Siquiera gracias a la defensa de mi papá no llegamos a la boñiga con leche, que le recomendaron para que desarrolláramos defensas.

Ella también era experta en las recomendaciones de reposo y cuidado de enfermedades. Cuando tuve varicela, por ejemplo, me hacía acostarme cubierta de pies a cabeza, para no contagiar a nadie durante la noche. Y cuando sufrí de hepatitis, a mi color amarillo y al encierro, se les sumaron las advertencias. “Si caminas muy rápido, o corres, o te comes algo que tenga grasa, se te va a explotar el hígado”. Por días esperé la gran explosión, como de las caricaturas, pues hurté de la nevera una galleta rellena de chocolate que comí sin pensar en mi muerte.

Y así, una lista larga que evidencia la trayectoria médica y de prescripción de mi madre. Muchas de las recetas las fui olvidando. Aunque si se las pregunto, recibo la explicación de las bondades y las dosis requeridas.

Cuando hablaba de estos remedios y mezclas, mis amigos lloraban de la risa y me consideraban una sobreviviente, más de mi madre que de mis dolencias infantiles. Pero nosotros éramos los pacientes que creíamos ciegamente en ella y en su amor cuidador.

Adulta, en un hospital, esperando noticias sobre una cirugía compleja de mi mamá, era inminente pensar que cuando el origen de uno se enferma, el mundo, como lo conocíamos, tendría que ser diferente: ¿Quién nos cuidaría? Me gustaría haber tenido tantas ocurrencias como ella, y haber estado segura de que llegaría el alivio. Pero yo ya estaba en otros dolores, sobre todo los que producía el miedo a la orfandad y a perder ese amor, para los cuales los remedios con seguridad nunca serán suficientes.

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Lina Marcela Cardona García. 
Medellin, 1978. 

Contadora pública de la Universidad de Antioquia, con
especialización en Alta Gerencia de la Universidad de Medellín. Cursó la maestría en Hermenéutica literaria (2016) y el diplomado en edicion de textos (2020) en la Universidad EAFIT.  Actualmente se desempeña como líder de riesgos y controles en una multinacional.  Ha participado en talleres de escritura creativa y cursos literarios como la Escuela de Escritores de Madrid, (2020), Asmedas (desde 2019) con el escritor Luis Fernando Macías, y "Viajeros" con el escritor Pablo Montoya (2021). Hizo parte de la investigación histórica "100 empresarios, 100 historiasde vida: Francisco Luis Jiménez" de la Cámara de Comercio de Medellin.   
Brevemar es su primer libro de relatos y crónicas. 

Lina Marcela Cardona con el profesor 
Luis Fernando Macías,  autor del prólogo


Brevemar,  proyecto ganador en la sexta convocatoria de Fomento y Estímulos para el Arte y la cultura 2021, de la Secretaría de Cultura de Medellín.  

Editorial Otrabalsa - Crónica
ISBN 978-958-49-4445-0
Prólogo de Luis Fernando Macías
Ilustraciones Interiores:  Male Correa. 

miércoles, 16 de marzo de 2022

En "La Soledad" cuento de Laura María Arango

               En "La Soledad”


Era de noche, una de esas veraniegas con suave brisa, que permitía usar sin necesidad de chaquetas ni otros atavíos, un vestido corto y tacones altos. Llegaría de sorpresa a celebrar el cumpleaños de Juan, el chico con el que había estado saliendo las últimas semanas y con el que, aunque no tenía un título de novia, ya me había imaginado en innumerables ocasiones viviendo un futuro juntos.

Uno de sus amigos me había dado el punto de encuentro, un bar nuevo de electro tango en el centro de la ciudad. El sitio se llamaba La Soledad y hacía parte de todas las carátulas de prensa rosa del momento; las fotos en redes sociales dejaban ver un lugar despampanante, con un aspecto retro y sofisticado. Tomé un taxi.

– Buenas noches señorita – saludó el taxista – cuénteme, ¿a donde desea que la lleve?.

– ­­Vamos por favor a La Soledad.

– ¿Sabe usted qué es lo que tiene ese lugar para que todos quieran ir?, esta es la segunda carrera que hago hacia esa dirección esta noche.

– No lo tengo muy claro, es el lugar de moda; usted sabe que aquí somos esnobistas y hasta que cada habitante no haya ido, el desfile de gente no va a parar– dije mientras miraba sus ojos en el retrovisor.

– Sabe, a mi la verdad me da un poco de miedo. Se supone que a los adultos nada nos debe asustar, pero antes, cuando yo era niño, de hecho vivía en ese barrio. Me acuerdo que eso era una casona vieja que le perteneció a un músico y hay muchas historias feas de lo que pasó allí.

La curiosidad era mi mejor amiga, y dado que vivía en el sur, tenía tiempo de escuchar la historia del taxista, además, no podía usar mi teléfono para distraerme, la batería estaba a punto de acabarse y debía esperar a llegar,  para recargarla en un tomacorriente.

– ¿Me quiere contar?– le pregunté.

– Si usted quiere. A mucha gente no le gusta que uno le hable tanto, cuando los está llevando.

– Fresco que a mi si, además, con el taco que suele haber a esta hora, me termina entreteniendo.

– Siendo así, pues empecemos… Imagínese que esa casa le pertenecía a una familia muy poderosa. El dueño era un cantante de tangos, un argentino que había llegado aquí cuando era un adolescente, y había crecido ahí con sus padres, solo, sin hermanos. Según la historia era un muchacho talentoso en canto, pero infeliz. Su padre, hombre de negocios, estaba de viaje la mayoría del tiempo y su madre, se embriagaba, tocaba el bandoneón y llevaba a toda clase de hombres para curar su soledad. Así, que el joven al crecer fue desarrollando una personalidad callada y solitaria, aprendió a tocar el instrumento de su madre y a odiar a sus acompañantes habituales. De hecho, se dice que en una época se veía entrar a los amantes de la mujer, pero no se les veía salir. Los aires de tango flotaban desde la ventana del piso superior de la casa, siempre tristes y empezaban justo a las once menos seis. Más de una persona en el barrio estaba atenta a que los encorbatados salieran de allí, caminando, días después, o en bolsas negras, pero era como si se los tragara la tierra; se montaban guardias de vecinos para vigilarlos, se había pedido a la policía que revisara la propiedad y a sus habitantes, pero nada se pudo comprobar. Lo único que sí era claro para todos, era que el talento del joven había ido creciendo, a tal punto que firmó un contrato con una disquera, llenando de tango todos los rincones de esta ciudad. Con el tiempo, los viejos murieron y el hombre se casó con una hermosa bailarina. Dicen que él la volvió loca con sus celos y el encierro; la mujer atormentada corría y gritaba por las calles del barrio, decía que veía fantasmas. Terminó sus días internada en un sanatorio de un pueblo vecino. Una noche, a la hora acostumbrada, once menos seis, después del concierto más solemne que los vecinos hubiesen podido escuchar, el hombre se quitó la vida en la tercera planta de esa mansión. Dicen que siempre a esa hora, la música vuelve a sonar.

– ¡Que historia tan impresionante!, dígame algo, ¿usted alguna vez oyó esa música?

– Realmente no, antes de dormir, mi madre encendía la radio para que yo no escuchara nada y cuando por alguna razón, debía pasar por esa calle, me tapaba los oídos y pasaba corriendo para apaciguar mi corazón. La verdad, debo confesar que hace un rato, cuando deje al primer cliente, instintivamente subí el volumen de la música para no oír nada.

– ¡Yo ya no sé si voy a poder disfrutar la velada!– le dije.

–Disculpe señorita, no era mi intención asustarla.

–No se preocupe, fui yo quien le pedí que me contara.

Nos quedamos en silencio por un rato y luego sentí como subía la intensidad de la canción. 

– Llegamos, son dieciocho mil cien pesos. Espero que pase una buena noche.

–Muchas gracias –respondí– espero que usted también.

–Nuevamente disculpeme por asustarla–repitió. 

Le di una sonrisa por la ventana cuando me entregó el cambio y se fue.

El sitio estaba atiborrado de gente, aún en el exterior. En la entrada, una mujer con una lista de reservaciones controlaba el acceso; delante de ella, se extendía una larga fila de personas que esperaban poder alcanzar un turno. 

Me alejé para tener una visión completa del lugar. Era una casa antigua, de construcción republicana, tenía tres plantas como lo había descrito el conductor. Estaba recién remodelada, iluminada de forma indirecta por luces moradas y verdes que parpadeaban al compás de la música que sonaba en el interior. La reja negra daba paso a un antejardín amplio, con césped bien cuidado y una hilera de pinos marcaba el límite trasero de la propiedad, de sus ramas colgaban barbas de viejo que se mecían con el viento.

Me acerqué. Mi nombre estaba en el preciado registro que la mujer de la entrada tenía en sus manos, por lo que no tardé en ingresar. Un camino de piedras, con hortensias blancas y azules sembradas alrededor servían de guía hacia la edificación. En el patio externo había mesas; pequeñas lucecitas y banderines colgaban de finos postes generando un ambiente festivo. Pero mi grupo no estaba allí, el acomodador me indicó que me esperaban en el tercer piso. 

Un par de imponentes columnas, precedian a las grandes puertas con incrustaciones de vidrio que daban entrada a un ostentoso bar central. Las mesas estaban dispuestas alrededor de este, silletería de cuero, con muebles tipo chester, candelabros y otros objetos metálicos, cortinas rojas de piso a techo, hacían parte del cuadro que había sido enmarcado en abundante madera de roble oscuro. Se podía respirar la distinción. Sentía que me había transportado hasta algún hotel prestigioso en Londres. En el fondo una pista de baile y espacio para la banda, que por supuesto, tocaba tango electrónico. Más atrás, una escalera imperial permitía el ascenso. El segundo piso actuaba como un balcón, en el que se podía disfrutar de todo el movimiento de la planta baja, de la música y la coreografía que se tejía entre los meseros y los bar-tender durante su trabajo, habían butacos ubicados junto al barandal . En el fondo, un letrero de neón rojo advertía, “Suaviter in modo, fortiter in re”. Me pareció bastante curioso encontrar justo en un bar una de las consignas del derecho, pero seguí mi camino hacia el tercer nivel. 

Allí había sucedido una remodelación más drástica, porque entre lo que parecía haber correspondido a dos habitaciones, se había abierto una especie de terraza, con paredes de vidrio, que me hacía sentir en un invernadero. Era un espacio inconexo con los dos anteriores, con música diferente, sonaban tangos clásicos. Junto a la barra, un piano de cola. 


Vi una mano que se agitaba, era Juan, hacía señas para que lo viera desde donde me encontraba. Me dirigí a él, le di un abrazo fuerte con felicitación de cumpleaños y lo besé. Por un momento olvidé el suspenso con el que estaba recorriendo previamente el lugar. 

–Que bueno que estes aquí, se lo tenían bien guardado mis amigos. Ya te estaba extrañando. ¡Estas hermosa!

–Gracias, me vestí como una diosa solo para ti–le dije con una sonrisa pícara. 

–Oye, ¿qué te parece el bar?, está super genial. 

–Si, es muy lindo, debió costar mucha plata y mucho trabajo adaptarlo para que esté como está.

–Uhmmm...de eso estoy seguro, el mesero nos contó hace un rato, que esta casa llevaba mucho tiempo abandonada, y que el piano de fondo ya estaba aquí, debe tener como cien años. Más tarde hacen un show musical... –dijo extasiado. 

Saludé a los demás, tomamos licor, charlamos, me estaba divirtiendo mucho. 

–Debo ir al baño– dije mientras me ponía de pie.

–Vale, pero no tardes, el show comienza en quince minutos, según el mesero faltando exactamente seis minutos para las once. Que hora tan rara, ¿no?.

Se me pusieron los pelos de punta, el taxista vino a mi mente. Me apresuré a bajar las escaleras. Sin querer tropecé el brazo de un señor de traje oscuro que iba en sentido contrario al mío. Su mano estaba fría y con ella hizo un gesto tocando el ala de su sombrero a modo de disculpa. 

–Lo siento– dije en voz alta, pero no respondió. 

Retome mi camino y procuré no tardarme. Estaba muy intrigada. Al volver a mi puesto en la mesa, Juan me dio la mano. Ya había un hombre en el piano. Un reloj enorme con números romanos marcó la hora indicada, las luces se apagaron, un reflector enfatizó el instrumento musical centenario que había en la habitación. El silencio inundó la sala y podría decir que la temperatura también bajó. Apreté la mano de Juan. La melodía empezó, suave pero imponente y la voz de un cantante argentino, solemne pero pesarosa, llenó cada rincón... inundó las copas y estremeció a todas las almas presentes. Era simplemente magistral. Cinco minutos duró el tango, hubo un fuerte aplauso al final, todos los asistentes se pusieron de pie. Volvieron las luces, el hombre...dejó la sala. 

Me paré rápidamente para ir tras él. Seguí el rastro de su sombrero negro hasta el patio exterior, se alejó y en las sombras ya no lo pude ver más. Un susurro de varias voces resonó en mi oído: “Ya es tarde, ahora es a ti a quien no volverán a ver”.

Laura Maria Arango Restrepo

Marzo 22 , 2021

Publicado en libro "Eso es puro cuento" editorial Libros para pensar.


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Eso es... Puro cuento.

Antología. Volumen 1
Editorial Libros para pensar
ISBN: 978-958-49-2735-4
Paginas 120
Tamaño 14 x 21 cm
Encuadernación: Tapa blanda (rústico)