miércoles, 29 de marzo de 2023

Basura: un cuento por medio de diálogos.

Esta semana comparto un cuento de un escritor brasileño, Luis Fernando Veríssimo, titulado “Basura”

Desde mi humilde concepto, es una verdadera obra de arte. 

El narrador solo emite la primera frase y luego no vuelve a hablar:  Simplemente deja que sus personajes conversen. El narrador no interfiere, no cuenta nada para que los personajes sean los que cuenten la historia en un diálogo que es fluido (como si fuera un diálogo real).

Aunque el narrador no dice nada, todo se MUESTRA en los diálogos.

Espero les guste.

 ___________ 


Basura 

 

Se encuentran en el área de servicio. Cada uno con su bolsa de basura. Es la primera vez que se hablan. 
- Buenos días... 
- Buenos días. 
- La señora es del 610 
- Y, el señor del 612 
- Sí. 
- Yo aún no lo conocía personalmente... 
- De hecho... 
- Disculpe mi atrevimiento, pero he visto su basura... 
-¿Mi qué? 
- Su basura. 
- Ah... 
- Me he dado cuenta que nunca es mucha. Su familia debe ser pequeña... 
- En realidad sólo soy yo. 
Mmmmmm. Me di cuenta también que usted usa mucha comida enlatada. 
- Es que yo tengo que hacer mi propia comida. Y como no sé cocinar. 
- Entiendo. 
- Y usted también... 
- Puede tutearme. 
- También perdone mi atrevimiento, pero he visto algunos restos de comida en su basura. Champiñones, cosas así... 
- Es que me gusta mucho cocinar. Hacer platos diferentes. Pero como vivo sola, a veces sobra... 
- Usted... ¿Tú no tienes familia? 
- Tengo, pero no son de aquí. 
- Son de Espírito Santo.  
-¿Cómo lo sabe? 
- Veo unos sobres en su basura. De Espírito Santo. 
- Claro. Mi madre me escribe todas las semanas. 
-¿Ella es profesora? 
-¡Esto es increíble! ¿Cómo adivinó? 
- Por la letra del sobre. Pensé que era letra de profesora. 
- Usted no recibe muchas cartas. A juzgar por su basura. 
- Así es. 
- Pero, el otro día tenía un sobre de telegrama arrugado. 
- Así fue. 
-¿Malas noticias? 
- Mi padre. Murió. 
- Lo siento mucho. 
-Él ya estaba viejito. Allá en el Sur. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos. 
-¿Fue por eso que volviste a fumar? 
-¿Cómo es que sabes? 
- De un día para otro comenzaron a aparecer paquetes de cigarrillos arrugados en su basura. 
- Es cierto. Pero conseguí dejarlo de nuevo. 
- Yo, gracias a Dios, nunca fumé. 
- Ya lo sé. Pero he visto unos vidriecitos de pastillas en su basura... 
- Tranquilizantes. Fue una fase. Ya pasó. 
-¿Peleaste con tu pololo, no es verdad? 
-¿Eso, también lo descubriste en la basura? 
- Primero el buqué de flores, con la tarjetita, tirado en la basura. Después, muchos pañuelitos de papel. 
- Es que lloré mucho, pero ya pasó. 
- Pero incluso hoy vi unos pañuelitos... 
- Es que estoy un poquito resfriada. 
- Ah. 
- Veo muchos crucigramas en tu basura. 
- Claro. Sí. Bien. Me quedo solo en casa. No salgo mucho. Tú me entiendes. 
-¿Polola? 
- No. 
- Pero hace unos días tenías una fotografía de una mujer en tu basura. Parecía bonita. 
- Estuve limpiando unos cajones. Cosa del pasado. 
- No rasgaste la foto. Eso significa que, en el fondo, tú quieres que ella vuelva. 
-¡Tú estás analizando mi basura! 
- No puedo negar que tu basura me interesó. 
- Qué divertido. Cuando escudriñé tu basura, decidí que quería conocerte. Creo que fue la poesía. 
-¡No! ¿Viste mis poemas? 
- Vi y me gustaron mucho. 
- Pero, ¡si son tan malos! 
- Si tú creías que eran realmente malos, los habrías rasgado. Y sólo estaban doblados. 
- Si yo supiera que los ibas a leer... 
- Sólo no los guardé porque, al final, los estaría robando. Si bien que, no sé: ¿la basura de la persona aún es propiedad de ella? 
- Creo que no. Basura es de dominio público. 
- Tienes razón. A través de la basura, lo particular se vuelve público. Lo que sobra de nuestra vida privada se integra con las sobras de los demás. La basura es comunitaria. Es nuestra parte más social. ¿Esto será así? 
- Bueno, ahí estás yendo harto lejos con la basura. Creo que... 
- Ayer, en tu basura... 
-¿Qué? 
-¿Me equivoqué o eran cáscaras de camarón? 
- Acertaste. Compré unos camarones enormes y los descasqué. 
-¡Me encantan los camarones! 
- Los descasqué, pero aún no los comí. Quien sabe, tal vez podamos... 
-¿Cenar juntos? 
- Por qué no. 
- No quiero darte trabajo. 
- No es ningún trabajo. 
- Pero vas a ensuciar tu cocina. 
- Tonterías. En un instante limpio todo y pongo los restos en la basura. 
-¿En tu basura o en la mía? 




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Basura, título original "Lixo", cuento de Luis Fernando Veríssimo, incluido en su libro de crónicas y cuentos O Analista de Bagé e, posteriormente, antologado en O Novo Conto Brasileiro por Malcolm Silverman (Rio de Janeiro, Nova Fronteira, 1985). 

Traducción de Paula Vera. 

miércoles, 22 de marzo de 2023

Cuando Hitler robó el conejo rosa. Reseña.

Con el permiso del profesor Gustavo Adolfo Bedoya, les transcribo el post de su blog Guardopalabras


Apuntes sobre Cuando Hitler robó el conejo rosa (1972) de Judith Kerr

Juan Manuel está a punto de graduarse y ya consiguió un empleo como profesor. “Voy a ser profesor”, me dijo. De seguro que se siente muy feliz, ¿y quién no? Con tantas dificultades tener un empleo, ¡cualquier empleo!, parece un milagro digno de celebrarse y agradecerse. Así van las cosas en este mundo…

Hace algunas semanas Juan Manuel me escribió pidiéndome un listado de obras literarias para leer con sus estudiantes. Cada vez que esto ocurre, cada vez que alguien como él confía en mi criterio, me siento orgulloso, tanto que –por ejemplo–, no dudo en contárselo a mis allegados.

Ese mismo día le respondí. Le dije que antes de pensar en un listado ideal debía revisar las existencias reales de la biblioteca del colegio y la biblioteca pública más cercana. Le dije que no obviara, por ningún motivo, los gustos y las expectativas de sus estudiantes, y que recordara que nuestra meta es formarlos como lectores críticos de cualquier tipo de texto, y no solo de los literarios. Al final me atreví a decirle que el cambio más importante en la educación NO es el tecnológico, tal como muchos creen ahora. El mayor cambio es pedagógico y didáctico, un cambio que también tiene que diferenciar a la evaluación de la calificación… Cerré mi respuesta diciéndole que no dudara en volver a escribirme, si lo creía necesario.

Espero que Juan Manuel tenga un inicio laboral inolvidable. El mejor de todos los inicios posibles. Espero que su alegría no desaparezca cuando la realidad se le presente ¡tan distinta! a la teoría.

Luego de enviarle mi respuesta me quedé pensando en los títulos de algunas obras literarias que no dudaría en leer con los estudiantes de cualquier escuela y colegio. Obviamente, en el caso hipotético en que bastara con mencionar el título para que –de alguna manera–, éstos aparecieran por arte de magia en las bibliotecas públicas y en las también hipotéticas bibliotecas de los estudiantes. Pensé, especialmente, en algunas novelas, a saber, en: Momo (1973) de Michael Ende; Las brujas (1983), de Roald DahlEl libro salvaje (2008), de Juan Villoro y en Cuando Hitler robó el conejo rosa (1972), de Judith Kerr; título que a continuación me permitiré comentar.

Cuando Hitler robó el conejo rosa (1972) es una novela que narra la manera en que su protagonista, una niña de nueve años, se enfrenta a la realidad de la Alemania nazi. En su historia, la protagonista advertirá el poder omnipresente de la propaganda, así como conocerá el daño que hacen las noticias falsas y sufrirá el miedo, la angustia y la desazón ante las próximas elecciones. La ciudad está invadida por la reproducción del rostro de aquel hombre que tanto daño le hará a ella y a su familia y que, desde su punto de vista, le ha robado su conejo rosa. En pocas palabras: esta es una novela que narra la manera en que el mundo adulto obliga a los niños a crecer, de la noche a la mañana; una novela en la que la realidad se traga entera los sueños.

Sé que mi lectura no puede agotar las interpretaciones de la novela. Sé que ella significa otras tantas cosas a sus otros lectores; sin embargo, quiero hacer énfasis sobre algunos aspectos de la obra que siempre han llamado mi atención:

Construir al enemigo: esta novela deja entrever la manera en que se construye al enemigo. Para ello se utiliza la propaganda y las noticias falsas, pero también el miedo y el odio. Miedo y odio que pueden ser enseñados y aprendidos. Los niños pueden aprenderlos de cualquier adulto. Así, en la novela, los otros, los enemigos, son vistos como “tacaños”, “groseros” y “holgazanes”, además de “sucios”. Cuidado: si los diferenciamos de nosotros mismos no habrá poder que impida que los ataquemos; lo llamaremos: defensa.

Un nuevo glosario: es clara la importancia del lenguaje para crear al enemigo, pero el lenguaje también permite en la novela enunciar a la nueva realidad: palabras y expresiones tales como “confiscación de la propiedad” y “depresión económica”, pero también, palabras como “refugiado” y “segregación”, y las expresiones “ponerle precio a la cabeza de alguien” o “campo de concentración”, entre muchas, muchas otras.

Demasiada realidad: el nuevo glosario, el glosario de la realidad, hará que los personajes de la novela deban afrontar su condición de refugiados, y aunque todos sufren a su manera, me gustaría recalcar la forma en que la madre debe soportar el mayor peso, pues es ella quien se hará cargo de la vida diaria de su familia en medio de la pobreza y el rechazo.

Madurar: la jovencísima protagonista de la novela también deberá enfrentarse a la realidad del refugiado y deberá hacerse consciente de lo que significa vivir una “infancia difícil”, en pocas palabras: deberá madurar, algo que quizás se pueda ejemplificar en el momento en que ella asume la responsabilidad de “vigilar” y “curar” las pesadillas de su padre… Quien no haya leído la novela no puede perderse este momento particular de la historia.

Sentirse siempre un extranjero: y por último, como refugiados, los protagonistas estarán obligados a adaptarse a las nuevas condiciones y costumbres de cada uno de los países que utilizan para huir de la guerra y la muerte. La novela, divertida en medio de la zozobra, también parece sugerirnos la idea de que, ante la guerra, debemos sentirnos siempre unos extranjeros. En definitiva, la novela parece decirnos que no podemos sentirnos ¡tan cómodos! ante la violencia y la injusticia.


Kerr, Judith.
Cuando Hitler robó el conejo rosa (1972 [2015]).
Colombia: Loqueleo, 333 p. Traducción: María Luisa Balsero. 

miércoles, 15 de marzo de 2023

Apuntes sobre "El miedo" (1882) de Guy de Maupassant.

 Ayer dimos inicio al curso “Literatura y terror”, del Programa de Desarrollo Docente, de la Universidad de Antioquia. He sido profesor durante las últimas dos décadas y aún me sigo sintiendo intranquilo horas antes de los encuentros. Ayer no fue la excepción; por suerte, se trató de un encuentro presencial y de un curso cuya temática propuse.


Llegué temprano, con el deseo oculto de que los asistentes también lo hicieran. Preparé todo lo necesario. Me repetí: tengo que saludar y decir quién soy yo ¡diablos, como si lo supiera! También tengo que presentar el curso, escuchar sus comentarios, dejar que expongan sus expectativas y, de inmediato, empezar a desarrollar los contenidos; en este caso: establecer la relación “literatura-miedo” y avanzar en la definición de la denominada “literatura de terror”.

Debía, en pocas palabras, estirar los minutos, estirarlos, estirarlos… porque además tenía en mente leer, a modo de ejemplo, a Guy de Maupassant: quizás el escritor de terror más conocido de Francia. Mi objetivo estaba cifrado en presentarlo de tal manera que los asistentes se recriminaran el no haberlo conocido antes: “¿Cómo es posible que uno diga que le gusta leer literatura sin conocer a Maupassant?”, algo así quería que se dijeran. Sé que exagero, pero esa era mi meta.

Como suele suceder en estos casos: el tiempo no fue suficiente. Al final, sólo alcanzamos a leer, apresuradamente, un cuento, y nada más. No importa, me digo, pero sé que sí importa, y por eso dejo aquí algunos comentarios sobre el autor y su obra.

Espero que los interesados puedan robarle tiempo a sus ocupaciones para dedicarlo a la lectura, y también espero que quieran asistir a nuestro próximo encuentro: nos ocuparemos de la dupla: ¡Guy de Maupassant y Edgar Allan Poe!

De colecciones y ediciones

No conozco todas las colecciones de cuentos de Maupassant; sin embargo, me gusta pensar que la mayoría de ellas están provistas de obras imprescindibles. De nuevo voy a exagerar: ¡es que con Maupassant no hay pierde! Incluso, cuando uno de sus cuentos no resulta de mi total agrado suelo pensar: el problema es mío, de seguro que me entretuve y me perdí de algo, ¡maldición!, qué pena con el autor.

Sé que, en español, la editorial Páginas de Espuma tiene una edición, en dos tomos, de los cuentos completos del autor. Asimismo, la editorial Valdemar publicó un centenar de ellos en un solo tomo. Ambas ediciones cuentan con la traducción del especialista Mauro Armiño. Sin embargo, repito: cualquier colección está bien. En mi caso, por ejemplo, comentaré la colección de la editorial Eneida.

Creo que no sobra decir que, por lo regular, las editoriales han organizado los cuentos del autor bajo temáticas aleatorias: horror, muerte, locura, crueldad, el tema del doble, etc. Membretes que poco o nada le importaron al autor, pues nunca compiló sus cuentos de esa manera. Se sabe que publicaba en formato libro cada vez que sus publicaciones, en los diarios y las revistas, alcanzaban un número considerable de páginas.

El miedo

La editorial Eneida compiló en su edición quince cuentos. Materialmente es un libro bien armado, con guardas de color rojo intenso, así como solapas informativas. Además, la portada está coronada por la enigmática ilustración: Retrato de Dagny Juel Przybyszewska, de Konrad Krzyzànowski. Desconozco el tipo de papel utilizado en la portada de este libro (que es el mismo de toda la colección “Confabulaciones”, a la que pertenece), pero tengo que decir que, incluso, su contacto físico es especial…

El título de la antología responde a uno de los cuentos del autor, publicado en 1883. Considero indiciario que el libro se abra con este cuento porque, desde mi punto de vista, es el miedo el que permite reunir al “terror” y al “horror”, es decir: a las dos clasificaciones que más suelen utilizar, diferenciadamente, los estudiosos. Asimismo, porque en el cuento su protagonista no duda en clamar lo siguiente:

¡Permítame que me explique! El miedo [...] es algo espantoso, una sensación atroz, como una descomposición del alma, un espasmo horroroso del pensamiento y del corazón, cuyo mero recuerdo provoca estremecimientos de angustia (10).

Lovecraft dirá, en el siglo XX, que el miedo a lo desconocido es la emoción más antigua y poderosa de la humanidad, tan antigua como el pensamiento y el habla humana, y de allí que su aparición en el arte deba ser percibida como algo natural.

Asimismo, es importante comprender que lo importante, en esta literatura, es la intención de crear una “atmósfera” que produzca miedo. Repito: la intención, ya que el hecho de que lo logre, o no, escapa a los estudios literarios y depende de cada uno de los lectores.

Además del cuento “El miedo”, la antología contiene los cuentos: “Las sepulcrales”, “Suicidas”, “El lobo”, “Junto a un muerto”, “Magnetismo”, “La aparición”, “Carta que se encontró a un ahogado”, “Sobre el agua”, “¡Quién sabe!”, “¿Fue un sueño?”, “Carta de un loco”, “La mano disecada”, “La noche” y “La mano”.

Creo que podría generalizar (equivocadamente) y decir que la gran mayoría de los cuentos reunidos en esta antología hacen uso del relato enmarcado, es decir, la estrategia que lleva al narrador a ceder su voz para que otro personaje cuente lo que vivió. Véase, por ejemplo, el caso de “La aparición”: “En un momento dado, el marqués de la Tour-Samuel [...], dijo, con voz un tanto temblorosa: [...]” (65), y justo después de los dos puntos (:) escuchamos a este personaje narrar la historia. Ni siquiera cuando finaliza volvemos al relato base, pues el cuento se acaba, y punto final.

No sobra decir que este recurso fue propio de muchos otros autores de la época y que, incluso, hace parte de la tradición de esta literatura; recuérdese, a modo de ejemplo, el caso paradigmático de Frankenstein (1818), de Mary Shelley. Quizás en los encuentros presenciales podamos abordar los aportes que ofrece el relato enmarcado en la creación de la “atmósfera” y su intención de generar miedo.

Otra característica de estos cuentos es la lucha evidente entre el mundo de las ideas y la razón, versus el mundo de los sentimientos, entre ellos, el más importante: el amor (lo que conocemos, a grandes rasgos, como “Romanticismo”). Sus personajes se debaten entre los raciocinios, a veces insuficientes, y los sentimientos que se agolpan en sus cuerpos. ¿Cómo aceptar el amor si eso significa creer en lo inexplicable? A continuación, un fragmento de “¿Fue un sueño?”:

¿Por qué se ama? ¿Por qué se ama? Qué extraño es ver un solo ser en el mundo, tener un solo pensamiento en el cerebro, un solo deseo en el corazón y un solo nombre en los labios…, un nombre que asciende continuamente, como el agua de un manantial, desde las profundidades del alma hasta los labios, un nombre que se repite una y otra vez, que se susurra incesantemente, en todas partes, como una plegaria (113).

Sé que estos apuntes están quedando muy largos, y por eso nombraré –para ir cerrando– , que en nuestras próximas lecturas deberemos abordar la manera en que el autor logra crear la “atmósfera” inquietante e inexplicable de sus relatos, pero más importante, espero que podamos reflexionar sobre qué sentido tiene, en nuestras vidas, enfrentarnos a estas lecturas. Creo que la lectura literaria nos entretiene, ¡por supuesto!, pero también logra algo más en nosotros. Quizás por eso estamos aquí, leyendo sobre hombres atormentados, en lugar de estar haciendo algo… no sé... ¿útil?

Unas pocas palabras sobre el autor

Guy de Maupassant fue admirado por autores como Chéjov, Tolstoi y Lovecraft. Vivió una vida parecida a los argumentos de sus cuentos fantásticos: sufrió de problemas visuales, alucinaciones y manías persecutorias. Fue adicto a la cocaína. Intentó suicidarse en repetidas ocasiones. Al final, fue internado en un sanatorio.

Se sabe que no logró entenderse con su padre, Gustave de Maupassant, pero fue amigo y admirador de otro Gustave: Flaubert, a quien consideró como su verdadero padre. También admiraba a Schopenhauer. Su primer cuento apareció en una publicación que preparó Emile Zolá. No le gustaban las cofradías y los grupos, y por eso rehuyó de la escuela naturalista. Además de seis novelas, publicó más de trescientos cuentos; así como algunas obras de teatro, ensayos y artículos periodísticos.

Conoció la obra de E. T. A Hoffmann y Edgar Allan Poe. Lo que hizo con ellas está por encima de lo que ya habían logrado el resto de los autores franceses, a saber: Nodier, Gautier, Merimée, etc.

En Maupassant, lo inexplicable se origina en lo cotidiano, en lo externo. Como alumno de Flaubert expuso la realidad, pero buscó descubrir en ella lo oculto, lo profundo… Por lo regular, aquel descubrimiento detona una crisis en el interior del protagonista. Algunos de sus lectores, dicen, haberse sentido igual.

Estos apuntes aparecieron por primera vez en el blog guardopalabras: Enlace.


Maupassant, Guy de.
El miedo (1882 [2012]).
Madrid: Eneida, 158 p.
Traducción: Víctor Balaguer.


Asimismo, invitamos a los interesados a este curso, dedicado a la "Literatura de terror", próximo a abrirse:




miércoles, 8 de marzo de 2023

El regalo: José Manuel Arango

Esta semana traemos un poema sencillo pero profundo, como las cosas verdaderas e importantes de la vida. 



El regalo

Cada mañana vuelves en ti
y de la tierra de nadie del sueño
regresas al mundo

La noche te devuelve las manos
te palpas, estas vivo

La noche te devuelve los pies
para andar por el mundo

Y la lengua para que agradezcas
Lázaro
el regalo del cuerpo
el regalo del mundo

Retoma tu nombre
y con él otra vez la grima
el desasosiego

Pecho al nuevo día.


Jose Manuel Arango
(1937 - 2002)


José Manuel Arango (El Carmen de Viboral, 5 de octubre de 1937-Medellín, 5 de abril de 2002) fue un poeta, traductor, filósofo y ensayista colombiano. Su poesía es rigurosa y elaborada, casi toda compuesta por poemas cortos que recogen un enorme acervo cultural y una sensibilidad que se expresa en monólogos y en alusiones herméticas.






miércoles, 1 de marzo de 2023

El beso de la muerte. Laura María Arango R

Esta semana les traigo un cuento de una de las promesas de las letras colombianas, la escritora Laura María Arango Restrepo, con la quien comparto el placer de estar en dos talleres literarios. 

El cuento que traigo a continuación fue publicado en la Antología Relata 2022, la cual pueden descargar haciendo clic en el enlace. 


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EL BESO DE LA MUERTE

Laura María Arango Restrepo



Sentado, con las manos sobre mis rodillas, cansado de la mierda que era mi vida, decidí llamarla.

Éramos viejos amigos. Nos habíamos conocido unos dieciocho años atrás cuando por diez días nos dedicamos a tomar café y jugar cartas, mientras mi cuerpo aguantaba pegado a un ventilador en una cama de cuidados intensivos; en esa ocasión habíamos apostado mi alma en la baraja. La muerte era buena jugando al póker, pero yo también; aunque sospecho que realmente me dejó ganar todas las partidas para no perder a su contrincante. Cuando el juego iba en mi contra y todos los monitores empezaban a sonar, mientras un desfile de enfermeras y galenos llenaban el pequeño cubículo para empezar mi reanimación, ella suspendía el juego por el alboroto y regresaba al día siguiente a pasar tiempo conmigo.

Esa primera vez tenía cuarenta años, estaba pasando por una crisis existencial y mi moto nueva me había llevado a chocarme a toda velocidad contra un poste de la luz. La vi como una dama de negro, parada junto a la ambulancia, curiosa ante unos ojos que la miraban sin temerle. Me sonrió. 

Luego, en el quirófano, la vi sentada junto a la máquina de anestesia, divertida, moviendo botones y perillas, mientras la conmoción reinaba en la sala entre dosis de adrenalina y compresiones a mi tórax. Justo allí me retó al primer duelo, acepté… No tenía nada que perder.

No hablaba mucho, era misteriosa, lúgubre. Decidí que distraerla debía ser la estrategia para conservar mi corazón latiente al menos por unos minutos más y, así, sobreviví a la cirugía de control de daños y a otras tres más durante mi estancia en el hospital. Verla, de algún modo, me reconfortaba; ella era una presencia más o menos constante y extrañamente amistosa en esos días de viajes oníricos entre elefantes terroríficos y pájaros rabiosos producidos por la mezcla entre mi imaginación y los medicamentos.

Con los años me había hecho propenso a sufrir accidentes, fracturas, y a necesitar procedimientos quirúrgicos bajo anestesia general. Siempre sospeché que ella me citaba para vernos en ese plano en el que la vida pende de un delgado hilo, y no negaré que me regocijaba al verla.

Me enamoré de nuestros encuentros tan nutridos de historias, con una calma y un goce que no hallaba en otro lugar. A veces aprovechaba para tomar sus manos frías, de pálida belleza, y contemplar el brillo de sus ojos color hielo. Entonces, ella soltaba una sonrisa en esa cara de geisha con la que se presentaba ante mí.

En los últimos cinco años, sin embargo, nuestra relación había cambiado. Cuando todo lo posiblemente extirpable, suturable y curable ya había sido hecho por los médicos en mi cuerpo (que más parecía un retazo), mi amante famélica me envió un cáncer, lento y doloroso, que aseguraba muchas visitas a mi lecho. No pude perdonárselo…

El diagnóstico llegó tarde; esa era su intención, ¡lo sé! El escamocelular de mi cara ya había invadido muchas estructuras, y la quimioterapia y la radioterapia solas no surtían efecto. El cirujano me llevó a un procedimiento radical: extirpó mi ojo derecho, el párpado, el canal auditivo, la oreja, media lengua, media boca… media cara. El dolor y la rabia no me permitían mirarme al espejo, ni tirar a los dados en el mismo tablero o beber del mismo café.

Se notaba arrepentida, pero el daño era irreparable. Dejó de visitarme. El cáncer se detuvo, pero mi vida era un desastre. Las heridas no sanaban, el dolor no se paliaba. Era un discapacitado visual, auditivo, emocional. No encontraba trabajo, vivía de la mísera pensión de invalidez, al lado de una mujer que mi exesposa pagaba para que me cuidara.

Enamorarme de la muerte y luego pretender olvidarla, había sido mi condena. Estaba atado a una vida desastrosa y ella no vendría a rescatarme.

Tres intentos de suicidio fallidos y dos sepsis severas a las que sobreviví, a pesar de no ser llevado a la unidad de cuidados intensivos, me lo demostraron.

Así que esa noche la llamé, usé todas mis fuerzas. Puse sal, encendí velas y quise matar a mi perro, ¡por él sí iba a venir! Mientras sostenía el cuchillo en mi mano derecha y lloraba junto al animal que lamía mi mano izquierda, la vi. Estaba parada en el rincón de la puerta, con esa mirada de la primera vez. Me lanzó una fría sonrisa y me pidió que bajara la hoja. Aún no era el tiempo de Kaiser.

Quitó las vendas de mi rostro, la vi conmoverse… Yo estaba incompleto, envejecido, vencido. La podredumbre emanaba de mis tejidos, pero también de mi alma, de mi corazón. Me miró. Me pareció que se sentía culpable y que ese amor que algún día tuvimos permanecía intacto en ella.

—Por ti se me ha prohibido volver a entablar relación con los humanos —dijo con severidad—. Dicen que me encarnicé contigo… probablemente tengan razón —se detuvo por un momento—, por favor perdona este amor que te ha hecho tanto daño.

Asentí y rogué con mi mirada para obtener también su perdón…

Tomó mi mano, sostuvo mi mentón y con un beso aspiró mi escasa vida. Luego acarició a mi perro en el lomo, que se quedó echado entre pequeños sollozos junto a mi cadáver.






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Laura María Arango Restrepo


(Medellín, Antioquia, 1988). Nació rodeada de una familia amorosa y extensa. Pasó los primeros años de su infancia en Bogotá. Regresó en 1998 a su ciudad natal, donde se radicó desde entonces. Médica general de la Universidad de Antioquia, egresada en 2012, ejerce sus labores en un servicio de urgencias de alta complejidad. Esposa de otro galeno y madre de un niño de cuatro años, Lucas, con quien comparte la pasión de crear historias. 

La pandemia le brindó el tiempo para volver a enfocarse en sí misma y reencontrarse con el placer de escribir; desde entonces participa en dos talleres literarios de la Red Relata: el Taller de Comedal, con Luis Fernando Macías, y el Taller de Historias, con Carlos Alberto Velásquez. Hizo su primera publicación en 2021 con la Editorial Libros para Pensar en una antología llamada Eso es puro cuento. El cuento “El beso de la muerte” está inspirado en el primer paciente que le solicitó la eutanasia. La autora tiene varios cuentos escritos y se encuentra trabajando en un proyecto de novela que tiene como nombre Al otro lado de mí.

miércoles, 22 de febrero de 2023

La corrección editorial en los tiempos de la anarquía gramatical. Juan Andrés Alzate Peláez

La corrección editorial en los tiempos de la anarquía gramatical


Por Juan Andrés Alzate Peláez*


No existe un «gobierno gramatical» como para pensar en una posible anarquía contra este. De entrada parece que estoy suponiendo un despropósito. Es cierto que en el imaginario popular existe la idea de que los académicos de la lengua «inventan» las reglas de la prosodia y la ortografía, ya que los demás hablantes no «limpian, ni fijan, ni dan esplendor» al idioma. Pero esto es un error de apreciación. Y no es de la rebelión contra el quehacer de los académicos de la lengua a la que me refiero con la expresión «anarquía» gramatical. ¿Qué es, entonces, la anarquía gramatical? Digamos que es la hija de la corrección que no corrige —la política—, es el «laissez faire, laissez passer» de la sintaxis, de la ortografía y, peor aún, de la argumentación.

Los que somos editores y además profesores, sabemos que eso de escribir bien es algo que pocos hacen con natural facilidad. Ningún buen escritor nació escribiendo bien. Con seguridad primero aprendió a hablar bien, pero escribir bien es algo que no le vino por natural devenir. Esa actividad requiere del dominio de más de un artificio. Sólo quien ha vivido en un mundo pequeño, donde pocas e imprecisas palabras bastan para referir hechos exiguos, se conforma con el execrable «lo que importa es que se entiende», creyendo que sus afirmaciones vagas son comprensibles. Ya lo he dicho en otro lado —más en son de burla, claro está—: lo que exige ser interpretado o está mal dicho, o es malintencionado. El que escribe bien, por su parte, sabe que en el acto comunicativo no todo vale, a menos que sea de los que hacen escritura automática y demás fantasías y cabriolas lingüística, que hasta de corrección ortográfica igualmente pueden requerir.

A mí personalmente me preocupa más el desconocimiento de la sintaxis que el de la ortografía. Como profesor sé que ese es el problema de los estudiantes que «no saben escribir». Sintaxis es orden. Aristóteles nos enseñó que dar orden es dar forma. Quien no da forma a sus ideas no tiene cómo darse a entender. He ahí el intríngulis de la pobreza gramatical de los escribientes (que no escritores) de hoy.

Basta abrir al azar cualquier red social para encontrar en menos de tres líneas la primera falta ortográfica, ausencia de acentos y de signos de puntuación que obligan las más de las veces a releer lo visto para interpretar lo que quiere decir. No miento. Acabo de hacer el experimento en Facebook mientras escribo estas líneas y miren lo que me encuentro, justo en el primer mensaje que leo (ver figura 1).

Aparte de la dudosa calidad literaria de la canción citada, encontramos a primera vista omisiones como las de los acentos (no es lo mismo ni fonética ni semánticamente el tú pronominal del tu posesivo, por ejemplo), los signos de puntuación y las obligadas comillas, las mayúsculas, la adición innecesaria de una ese después de la cifra del año, a la manera del genitivo inglés… podría seguir quejándome, pero con esto basta para el ejemplo.


 Figura 1. Ejemplo encontrado en la red social Facebook.


Las muestras podrían seguirse extendiendo ad infinitum. Lo que quiero exponer con esta elección azarosa es que hay un respaldo estadístico para el fenómeno de decadencia ortográfica que refiero. En este caso particular creerá uno que no peligra mayormente el sentido, pues se trata de un texto simple, pero no. El cuarto verso («una canción de los Rolling Stones») puede ser tanto frase subordinada del primer verso («tú te imaginas») como del tercero («tocando [en] la guitarra»). Ya que no hay puntuación, se deja la interpretación a la navaja de Ockham para reconstruir el contexto —la explicación más simple probablemente es la verdadera—. Algo parecido pasa con el primer verso de la segunda estrofa, que puede ser subordinante de las que siguen o ser una frase independiente, pero la ambigüedad también está, para el caso, en la misma redacción y no solo en la puntuación.

¿A dónde quiero llegar con esto? Es un hecho que la comunicación escrita domina nuestra vida como nunca antes lo hizo. Hoy, con seguridad, la gente escribe más que en otros tiempos, mas no por ello lo hace mejor. Y ese acostumbrarse a escribir como bien le parezca a cada uno está teniendo efectos en la escritura profesional o semi-profesional.

Que en Latinoamérica —se dice— el hecho de que escribamos peor que en España pueda deberse a nuestros malos sistemas educativos es muy probable; pero ni le podemos echar toda la culpa a la escuela ni podemos pensar que en la Madre Patria se salvan del mismo mal. Por mis manos y ojos también pasan textos de autores españoles en los que de vez en cuando se advierten solecismos u omisiones (que para ser honestos, son quienes menos hay que corregir en los sentidos que nos atañen: el ortográfico, el semántico y el sintáctico, pero igual hay que corregirlos). Para que se hagan una idea, en los trece años que tiene Revista Cronopio hemos publicado poco más de 3000 artículos, todos los cuales han pasado por revisión. Doy fe de que en todo este tiempo sólo han pasado completos, sin tenerles que corregir una sola coma, a lo sumo ocho artículos. Todos los demás tienen algo que arreglar. Fallar en la escritura, por cuestiones mecanográficas o gramaticales es algo que a todos nos pasa (con seguridad mientras lea esta ponencia, encontraré las erratas que no vi al escribirla y sentiré el oprobio de mi neurosis acusándome). Puesto que errare humanum est, se necesitan personas con habilidades y conocimientos muy específicos para desfacer aquellos entuertos, detectando las erratas que pueden costarle el buen nombre al periodista, al académico, al escritor, al poeta o al político.

Digo habilidades y conocimientos muy específicos porque, como ya he señalado, escribir no es una actividad natural, ni intuitiva, como lo es respirar. Los seres humanos llevamos escasos cinco mil años en esa actividad, de modo que escribir es algo que aún estamos inventando.

Yo mismo con frecuencia encuentro errores en mis escritos, pues los hombres tenemos la virtud de no ver nuestras faltas en lo que recién escribimos o decimos. Con seguridad los correctores editoriales que estén aquí presentes, como yo, tendrán por hobbie cazar gazapos en cuanto libro o anuncio leen. Y es que los hay por montones —los gazapos, digo—. No sé a cuántos los afecta en el alma que exista la imprecisión, que los hay, pero el asunto no es de deshacerse en llanto por la ignorancia o el descuido de los otros. Yo prefiero tomarlo con actitud de pedagogo, que al fin y al cabo es mi otra vocación. No se crea que estoy haciendo una apología de los caza gazapos, todo lo contrario. No hay especie más molesta en la fauna académica que los que descalifican el fondo por la forma. Justo en mi biblioteca tengo uno de esos manuales (CASAS Z., Eduardo. (1977). Cazando gazapos por los fueros del idioma. Medellín. s.p.i.) que irónicamente está repleto de erratas (y no me refiero a los gazapos que cita), con lo que el autor queda más como un neurótico que como un académico. Así que, oíd mi consejo correctores: en la Ilíada de la corrección editorial sed diligentes y nobles como Patroclo y no soberbios y precipitados como Héctor, no sea que por culpa vuestra los mejores libros no lleguen a escribirse.

Cada editor tiene su estilo de trabajo. Yo, cuando hago corrección de libros o de trabajos académicos prefiero hacerlo junto con el autor. En el caso de la revista, la dinámica no nos permite hacer eso. Pero, en cualquier caso, ser editor requiere de habilidades como la lectura comprensiva, la capacidad de síntesis y de lectura deliberada —i.e. no mecánica—. Huelga decir que el corrector tiene que poseer un dominio alto o superior de la ortografía, la fonética y la sintaxis, por no decir que también de la prosodia y la semántica. Asimismo, aunque no ya en un grado obligatorio, todo corrector (y todo escritor) debe saber de retórica, de teoría de la argumentación y algo de latín y griego. Esto último lo digo por experiencia propia como aprendiz y como profesor: el conocimiento de las lenguas clásicas estructura y unifica mucho mejor la introyección de la gramática y de la ortografía.

Con esto queda más que claro que no cualquiera puede ser corrector de editorial. El hecho es que este es un trabajo necesario e irreemplazable (todos sabemos que los correctores automáticos de ortografía en los computadores sólo le sirven al que ya tiene buena ortografía; el que no lo haya notado ya sabe por qué es).

Muchas veces el corrector editorial es tanto corrector gramatical como corrector de estilo, e incluso verificador de validez de información. No todas las empresas editoriales se pueden dar el privilegio de tener diferentes correctores, por lo que la preparación, para los que trabajamos en proyectos independientes, debería ser muy buena. Casi puede decirse que el corrector ideal debe, además, ser escritor, poeta y ensayista; pues aunque no hay que ser pastelero para saber si un pastel está bueno, tener la experiencia del proceso creativo añade un valor extra a la estructuración y corrección de lo que se somete a revisión —esto especialmente cuando hay retroalimentación con el autor—.

Corregir es enderezar. En últimas ¿qué endereza el corrector editorial? ¿las maneras, la forma, la materia? Un «texto correcto» es el que se corresponde con el idioma y los usos del contexto al que está destinado. El corrector debe asegurarse que todo encaje en ese orden. De allí que no sea un absurdo corregirle, por ejemplo, la puntuación a la poesía, por más que algunos de esos nuevos «ingenieros de la palabra» crean que no ha menester. Es dudoso el trabajo del que se proclama artista de la palabra si no sabe para qué es el régimen de un verbo o qué es una sinécdoque.

Como ya dije, el origen de la mala escritura actual no es exclusivo de la escuela, sino de la popularización de tecnologías que facilitan la publicación sin filtros previos y sin impunidad. Quizá la gente siempre ha escrito mal, sólo que ahora lo pueden hacer públicamente. En este sentido ¿cuál o cómo debe ser la labor del corrector editorial a futuro? El corrector editorial no puede decidir por dónde va el idioma, pero sí puede mostrar cómo puede ir para ser claro dentro de sus propias (y a veces cambiantes) reglas. El compromiso del corrector debe ser, ante todo, con el sentido no con la corrección por la corrección —tenga el apellido que tenga—.


* * *

El presente texto es una adaptación de la ponencia presentada en mayo de 2017 en el Encuentro Iberoamericano de Editores EDITA 2017, realizado en el municipio de Sabaneta, Antioquia.

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* Juan Andrés Alzate Peláez es corrector editorial, licenciado en filosofía y docente. Es cofundador y editor de la revista cultural Revista Cronopio, así como corrector de la editorial Libros para Pensar.

miércoles, 15 de febrero de 2023

¿Qué es literatura?

¿QUÉ ES LITERATURA?



La literatura implica un juego con el lector. Un texto no es literatura si no involucra personalmente a quien lee. La buena literatura hace que el lector interactúe con el texto:

Miremos este ejemplo.

Esta mañana, al salir de casa rumbo al trabajo, de un callejón salió un hombre encapuchado con un revolver. Me apuntó al pecho y me dijo: “Entrégame tu billetera… y dame también tu reloj.


Ahora, miremos este otro.

Esta mañana, al salir de casa rumbo al trabajo, de un callejón salió un hombre encapuchado con un revolver. Me apuntó al pecho y me dijo: “Entrégame tu billetera... y dame también el reloj que te dejó tu papá.


En el primer ejemplo hay una narración de los hechos, una noticia o una anécdota. Incluso puede ser la transcripción de una denuncia hecha por un hombre ante la inspección de policía. 
Simplemente se cuenta algo que pasó: Un hombre es atracado por otro. En el segundo ejemplo, hay una variación: No basta con saber que le han quitado la billetera y el reloj. Hay un componente adicional que pone al lector a preguntarse por qué el ladrón sabía que su reloj era una herencia de su padre.

Aquí empieza un diálogo entre el escritor y el lector. Abre un abanico de posibilidades en la mente de este último. Esas palabras finales insinúan una historia diferente: No se trata de un ladrón cualquiera. ¿El ladrón es alguien que conoce a la víctima? ¿Cómo supo que su reloj era heredado? En los siguientes párrafos, el lector tratará de anticipar la historia o de entender sus orígenes. La buena literatura invita al lector a participar del relato en forma activa. No solo se trata de recibir una información, se trata de estimular su imaginación, de generar curiosidad, miedo, ternura, aversión, disgusto, o cualquier otro sentimiento. La literatura es un dialogo permanente entre el lector y el escritor.

Literatura no se trata de escribir bonito y con palabras rebuscadas. Consiste en escribir un texto gramaticalmente correcto y darle un sentido que tenga significancia adicional al lector, y hago énfasis en la palabra adicional. Debe haber algo más que lo que se dice, algo que tenga un sentido extra para el lector. En la literatura, no basta con escribir unos hechos, el objetivo es que el lector se fusione con el autor.

Eso es literatura.